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Columna
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Tres mejor que uno

La recuperación no va a llegar ni deprisa y corriendo porque tú lo pidas, ni a tu barriada antes que a las demás porque tú lo valgas

David Trueba
Acceso de trabajadores a la fábrica de Seat en Martorell el pasado 27 de abril.
Acceso de trabajadores a la fábrica de Seat en Martorell el pasado 27 de abril.Albert Garcia (EL PAÍS)

En ocasiones, si se observan las reacciones de personas, autoridades y espontáneos durante el confinamiento sanitario, lo que encuentras es mucho ombligo. Una especie de obsesión por la propia presencia, la personalización en uno mismo de todos los agravios que genera la situación y la tendencia perruna por marcar territorio. Desde antiguo es sabido que la más comprensible de las tentaciones personales es la de creerse imprescindible. Para desgracia de quienes confían en ello, conviene recordar que el mundo fue capaz de seguir adelante incluso sin Aristóteles, Mozart y Greta Garbo. Hay una iniciativa interesante que invita a los ciudadanos a adoptar una preocupación. Sí, durante un rato al día, te pones en la piel de otro empresario de un sector distinto, de un confinado en otro tipo de vivienda, de una empleada recién despedida y hasta de un profesor que combina los tutoriales a distancia con las papillas para su anciana madre. Cada día que pasa se reafirma una tendencia a exigir lo propio, a arriesgar si te beneficia y a clamar por impedir aquello que te resulta ajeno. Este autonomismo tiene cura, porque confinados también se puede levantar la vista y mirar más allá de tus zapatos.

Es imprescindible hacerlo. Porque la recuperación no va a llegar ni deprisa y corriendo porque tú lo pidas, ni a tu barriada antes que a las demás porque tú lo valgas. Ni siquiera España, que es una unidad de destino en lo local, puede permitirse la estupidez de pretender arrancar el motor calado sin contar con los países del entorno para empujar. Es curiosa la coincidencia de nuestros datos más trágicos de muertes y contagiados por coronavirus con los de Francia e Italia. Los datos nos recomiendan prudencia muy particular en estos tres países, por más que el cuerpo nos tire hacia la calle como buenos mediterráneos. En las medidas de desescalada, se echa de menos un proyecto colectivo más ambicioso que el recurso al parche y a esa estúpida insistencia en recrear un futuro idéntico a nuestro pasado reciente. No es posible una nueva normalidad, porque el mundo nunca ha sido normal. Las cosas buenas se solapaban con crueldades toleradas si no nos afectaba en persona. Por eso los planes que se aprueban tienen que contener una dosis de pragmatismo y otra dosis de replanteamiento, pero ambos en la medida justa.

El paralelismo asombroso entre los datos de Francia, España e Italia debería servir para proponer que nuestra cercanía nos estimule a afrontar los primeros días del regreso más juntos de lo que lo estamos. Si nos unimos en una versión que acoja a las tres nacionalidades, podríamos cumplir con la vigilancia de fronteras y la ambición turística que sostiene a las tres. Tras las etiquetas provinciales y las líneas de demarcación por áreas nacionales, podríamos activar actividades culturales, educativas, industriales, comerciales, bajo las limitaciones que van a continuar impuestas a la espera de avances científicos. No basta la mera asociación para solicitar fondos financieros a los orgullosos del norte si Francia, España e Italia no dan ejemplo de cómo afrontar la reconstrucción a la europea. Hemos compartido muchos de los errores. Podríamos empezar a compartir los aciertos, las virtudes, la fortaleza de una vecindad real. Abrir las fronteras, aunque sean mentales, ayudará a frenar el ombliguismo caprichoso que se ha desatado entre nosotros.

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