La militarización tiene rostro de mujer
Mientras ellos se enfrentan y reconfiguran posiciones de poder, son las mujeres las que tienen que sostener que la vida siga
La organización feminista Intersectas publicó recientemente el informe Dos guerras, en donde analiza el impacto que han tenido los enfrentamientos relacionados con las Fuerzas Armadas en México, en las cifras de homicidios de las mujeres, entre 2007 y 2018, y muestra cómo desde la “guerra contra las drogas” que inició en el sexenio presidencial de Felipe Calderón, la violencia contra las mujeres ha mutado y se ha vuelto sistemática dentro del espacio público.
El informe, dice la organización, “sostiene que la militarización de la seguridad pública, vista a través de los enfrentamientos de las Fuerzas Armadas, ha contribuido a la crisis actual de la violencia. Una crisis que ha tenido como resultado que maten, en promedio, a 10 mujeres al día”. Y muestra estadísticamente el incremento de los asesinatos a mujeres en el espacio público, cuando anteriormente sucedían con mayor frecuencia en sus hogares: “A partir de 2009, los asesinatos en el espacio público rebasaron a los cometidos en la vivienda. La calle es un espacio de riesgo mayor que la casa para las mujeres”.
Explican, además, que aunque la narrativa oficial dice que esta guerra terminó, la realidad es que para 2019, hubo un aumento de personal militar designado para “la protección y vigilancia del territorio y espacio aéreos nacionales, en donde pasaron de 82.869 en 2011 a 110.142 en 2019”. México está lejos de desmilitarizarse.
Sin embargo, es en las “omisiones” que expresa el informe en donde quiero detenerme: las investigadoras exponen que hay falta de transparencia dentro de las Fuerzas Armadas para entender sus actuaciones desde una perspectiva de género y que instrumentos como la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH), no tienen dentro de sus objetivos el hacer preguntas que especifiquen cómo ha afectado la militarización dentro de los hogares. “pero sí podemos saber que en el 2016, aproximadamente 97.000 mujeres en el país, mayores de 15 años, fueron agredidas de distintas formas por militares y marinos”. Por lo que una de las conclusiones de la organización es que falta entender, “el efecto de la militarización en otras violencias. ¿Cómo, -por ejemplo- es que se ven afectadas las desapariciones de las mujeres con la presencia militar? ¿Cómo se ve impactada la violencia sexual? ¿Cómo es el riesgo tratándose de la violencia familiar? ¿Cambian los riesgos geográficamente?”, etc.
En el libro El gran Cuaderno (1986), de Agota Kristof, existe un pasaje significativo que engloba este tema:
La mujer dice:
—¿Que no hemos visto nada? ¡Imbécil! Nosotras hacemos todo el trabajo, tenemos todas las preocupaciones: alimentar a los niños, cuidar a los heridos… Vosotros, una vez acabada la guerra, sois todos unos héroes. Muertos: Héroes. Supervivientes: Héroes. Mutilados: Héroes. Y por eso habéis inventado la guerra vosotros, los hombres. Es vuestra guerra. Vosotros la habéis querido: ¡Hacedla pues, héroes de mierda!
No es en los datos públicos e institucionales donde sabremos cómo es que la estrategia de militarización ha transformado la vida de las mujeres dentro del país. Es en la literatura, los relatos, testimonios dentro de organizaciones de la sociedad civil, iniciativas ciudadanas, donde tenemos que poner la vista. Esto no significa que debemos renunciar a lo primero, porque la transparencia sigue siendo parte de las obligaciones del Estado; sin embargo, traigo a colación a Kristof, porque la escritora fue capaz de resumir, en un solo párrafo, lo que significa una estrategia de guerra para las mujeres: mientras ellos se enfrentan y reconfiguran posiciones de poder, son las mujeres las que tienen que sostener que la vida siga. Ellos como héroes, las mujeres como cuidadoras. Cuando nos encargamos de problematizar el ámbito privado, las mujeres se convierten en creadoras de su propia historia.
Por ejemplo, en el informe Mujeres con la frente en alto, realizado por el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez (Centro Prodh), 110 mujeres que han sido sujetas a procesos penales y sobrevivientes de diversas formas de tortura sexual por parte de fuerzas estatales, han sido constructoras del relato que permite evidenciar el no cumplimiento de las obligaciones jurisdiccionales por parte de las instituciones que suelen revictimizarlas, mediante sus propias “vivencias”. Dichas vivencias, sus propios relatos, han sido útiles para entender hasta qué punto, esta lógica de guerra ha impactado a las mujeres que además de ser víctimas de tortura sexual, han sido imputadas en delitos relacionados a las drogas con distintas modalidades de delincuencia organizada, posesión, portación o acopio de armas reservadas para las Fuerzas Armadas, delitos contra la salud, secuestro, homicidio, robo y extorsión.
Las mujeres no entran en la narrativa oficial como participantes dentro de la militarización, a no ser que sean culpables de un delito relacionado con los cuidados, como muestra Kristof en el breve párrafo literario antes mencionado.
En el documento de EQUIS Justicia para las mujeres, Propuestas de reforma en casos de mujeres encarceladas por delitos de drogas en México, 2016 queda esto en evidencia: las mujeres encarceladas en México, y otras partes de América Latina, suelen ser mujeres que “antes de desempeñar funciones vinculadas a drogas ilícitas” la mayoría eran pobres, marginadas, sin antecedentes penales, y solían ser limpiadoras del hogar, o se dedicaban al planchado de ropa, elaboración de alimentos, etc. Son mujeres que suelen aceptar este tipo de trabajos relacionados con el narcotráfico para seguir cumpliendo con su rol de cuidadoras dentro de sus propios hogares. ¿Afecta la militarización más allá de los homicidios la vida de las mujeres? Sí.
Otra forma de analizar el impacto de las Fuerzas Armadas dentro de los hogares puede encontrarse en la reciente serie de podcast La lista, una historia que si bien prepondera la historia de Francisco Soto, -militar acusado de colaborar con la organización delictiva Los Zetas-; en realidad, los testimonios que se retoman de las mujeres, son capaces de dar muestra clara de cómo sus hogares son trastocados y ellas son empujadas a entrar al espacio público sin ningún tipo de herramienta que les permita exigir sus derechos y los de sus parejas. Las mujeres, que de un día a otro, además de estar a cargo de los trabajos domésticos y de cuidados, de pronto, se ven envueltas en la exigencia de impartición de justicia y además son cuestionadas porque no reaccionan de una forma adecuada. En este trabajo específicamente, la oralidad como eje, resulta sumamente enriquecedor porque es en los silencios y los tonos de voz de las mujeres entrevistadas que se pueden encontrar pautas para la reconstrucción de hechos que respondan con mayor profundidad a cómo están viviendo las mujeres esta militarización, independientemente de la relación directa que tengan con los soldados condenados.
Algo similar sucede con el reciente libro Ya no somos las mismas, editado por la periodista Daniela Rea. La mayoría de los relatos ahí vertidos dan cuenta del horror que han tenido que vivir las mujeres desde esta lógica de guerra. Esta transformación de la identidad, de los modos de vivir y estar en el mundo, no dependen de las decisiones individuales de las mujeres, ni de los buenos deseos que se puedan tener dentro de cada familia y hogar. Depende claramente de incorporar en nuestros análisis una tercera realidad a la que hago alusión justo por el informe de Intersectas: Ya no es solo el Estado el actor principal en la violación sistemática de los derechos humanos, ni la misoginia y el machismo encumbrado dentro de la sociedad mexicana. Existe una tercera realidad porque estamos hablando de militarización sí, pero necesitamos mencionar estas otras formas que operan dentro de la realidad mexicana.
Si la primera guerra es todo lo relacionado con el Estado, la segunda es un tema social, cultural y económico, entonces, la tercera guerra es un universo que cuenta con el apoyo del primero, se sostiene de la estructura misógina y machista, pero se basa justamente en agentes y corporaciones armadas que penetran en las dinámicas en las que están inmersas las mujeres dentro de los trabajos de cuidados y que llegan a normalizaciones tales como el de testimonios de profesoras que explican que la infancia tiene dentro de su imaginario el jugar a descuartizar o matar. O que seguimos sin saber dar respuesta a preguntas como “¿estoy bien porque quiero a mi papá, aunque haya matado a mi hermanito?”, -como relata Rea en su libro-; entonces, no podemos sino incorporar las palabras de las propias mujeres para reconfigurar nuestros cuestionamientos y formularlos de tal forma que nos den las respuestas que nosotras necesitamos y no la que nos quieren dar. Este universo para-estatal no puede respondernos solicitudes de información, ni están obligados jurídicamente a responder nada. De hecho, como ya ha afirmado incontables veces la académica Rita Segato: “no hay un lenguaje jurídico para hablar de estas nuevas formas de la guerra. No están legisladas en ningún lugar.”
No será mediante el lenguaje estatal, ni por sus métodos, ni por sus líneas narrativas donde encontraremos caminos para detener la militarización y los daños sociales que genera, sino justo en todo lo que está afuera, lo no reglamentado, ni escudriñado del todo, como el arte, la literatura, los recursos audiovisuales, el periodismo, las redes sociales digitales, etc. Donde están todas esas respuestas que necesita una organización como Intersectas y la sociedad en general.
Pero tenemos que recurrir especialmente a las propias palabras de las mujeres. Sin intermediarios, porque ellas ya están buscando las respuestas, podemos encontrarlas en sus voces, aunque por ahora, tal como le dice una de las mujeres entrevistadas por la periodista Celia Guerrero, en el texto “Las desplazadas se arman a diario” en el libro de Ya no somos las mismas: «Te cambia la vida de una forma que no hallo cómo decírtelo». Pero hallaremos como decirlo. Tenemos que hallarlo.
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