La rabia rodea la muerte de Héctor Hernández, el veterinario asesinado en el Estado de México
El hombre había anunciado en sus redes sociales que estaba recibiendo amenazas tras la muerte de un perro en su clínica. La Fiscalía ha abierto una carpeta de investigación

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Pasaron 17 días entre que Héctor Hernández Cañas anunció que temía por su vida y que, efectivamente, lo mataran. El veterinario escribió a final de enero en sus redes sociales que había recibido amenazas y extorsiones por parte de los dueños de una perrita, Mia, que había fallecido en su clínica. El 8 de febrero fue asesinado en Tultepec (Estado de México). Esta semana, cientos de sus compañeros han salido a marchar para pedir que su caso no se repita en una profesión, con frecuencia, hostigada y agredida. La Fiscalía del Estado de México ha abierto una carpeta de investigación, según ha confirmado a EL PAÍS, pero no ha dado ninguna información pública sobre el caso. Mientras, su muerte se ha llenado de rabia.
El 21 de enero, Sandra Jaime Castro describió la mala experiencia que había tenido en la veterinaria de Héctor Hernández, en un grupo de Facebook del municipio de Tultepec con más de 16.000 personas: “Dice ser veterinario, con su comportamiento grosero, irresponsable y déspota, demuestra lo contrario. Ya que no tiene ninguna responsabilidad y compromiso con los animales”. “Estando él como cabeza de esta veterinaria, todas las mascotas están vulnerables a una pésima atención o negligencia médica. Como evidencia de esto, les comparto la imagen de cómo me entregaron a mi perrita, mi compañera por ocho años”, escribió la mujer, en una publicación acompañada por unas fotografías de lo que parece ser su mascota dentro de una bolsa de basura.
El mensaje desató una disputa en redes sociales, en el que algunos comentarios anónimos reflejaban también la mala atención del veterinario y otros defendían su trabajo. Héctor Hernández entró al día siguiente a dar su versión de lo que había ocurrido con la perrita: “Tengo 17 años trabajando con mascotas, me preocupa el impacto que pueden tener las redes sociales para poder difundir información que no tiene ningún fundamento”.
Mia era una yorkshire, de ocho años, que se había atragantado con un hueso de unos tres centímetros: “Presentaba una obstrucción en el esófago a la altura del diafragma”, dictaminó el veterinario. Después de su diagnóstico y otros estudios, que “los tutores decidieron por su cuenta”, fue operada para extraerlo. Fue ingresada y superó la operación, después “se le aplicó su fluidoterapia con medicamento y las maniobras correspondientes propedéuticas”, se le “retiró la vía intravenosa para poder ofrecer una dieta blanda y no generar una complicación en la recuperación”.
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“Desafortunadamente, por el tiempo en el que tardaron en decidir si realizábamos la cirugía, en la fase de recuperación, su mascota presentó una complicación durante la noche que la llevó a un paro cardiorrespiratorio”, escribió Hernández, que rechazó que fuera una negligencia de la clínica: “No es por parte nuestra, la situación de exposición a este acto es de los tutores al dejar de responsable a una menor de su mascota, se comentó todas las situaciones que podrían presentarse durante y posterior del procedimiento de cirugía por su estado tan delicado de salud, estaban ustedes al tanto que en cualquier momento por su estado podría haber un deceso”. El tema podía no haber pasado de una pelea viral, como las hay a diario en Facebook. Sin embargo, un par de semanas después, el veterinario estaba muerto.
Por el camino, el veterinario compartió unos videos en los que se escucha a los supuestos dueños de Mia, dentro de su clínica, Faunaria, tratando de cobrarle a través de sus empleados: “Si no quiere tener más pedos, que nos dé 50.000 pesos”, apunta el hombre, “por mi perra”, apostilla una mujer, que sigue: “Y que me diga que fue lo que pasó con mi perra, no quiero choros, porque no voy a parar, voy a seguir, voy a seguir. No voy a hacerle daño físicamente a nadie, ni voy a venir a destruir nada, pero le voy a dar donde le duela, como a mí me dolió”. La dueña añade antes de irse: “Que nos dé la cara, que tenga el valor, venimos a hablar pacíficamente, no de veras, ni lo vamos a golpear, ni lo vamos a mandar… nada”.
Unos días después, Hernández compartió unas imágenes con unos cortes en la espalda y dijo que ya había sufrido “un atentado” contra su vida: “No obstante, siguen incitando al repudio social repartiendo volantes para difamar mi carrera como médico”. El 8 de febrero, una de sus compañeras, Rubi Flores, que había trabajado en Faunaria, comunicaba su deceso: “No sabes cuánto me dueles, fuiste un gran ser humano, un excelente maestro, gracias por compartirnos siempre de tu conocimiento, por dejarnos saber todo lo que tú sabías, siempre te recordaré con mucho cariño y admiración por todo lo que hiciste, gracias por haberme dado los mejores momentos en la Faunaria, fuiste y serás de los mejores jefes que tuve”.
La muerte del veterinario originó una llamada a un paro nacional para este miércoles. En Ciudad de México, más de 500 personas marcharon desde el palacio de Bellas Artes hasta el Senado de la República. En los carteles se leía: “El maltrato animal comienza en casa”, “todos tenemos una historia de violencia, acoso o difamación”, “si sobrevive es gracias a Dios, si no es culpa del médico”. Las protestas se extendieron a distintos Estados del país como Chihuahua, Aguascalientes, Estado de México, Morelos y Jalisco. El lema se repetía: “Ni un veterinario menos”.
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