La designación de los cárteles como terroristas atiza las tensiones entre México y Estados Unidos previo a la llegada de Trump
Marco Rubio, el próximo jefe de la diplomacia estadounidense, asegura que el narco tiene “control operativo” sobre varias zonas de la frontera
La guerra contra las drogas ha dado paso al último choque entre México y Estados Unidos, a menos de una semana del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Marco Rubio, el próximo jefe de la diplomacia estadounidense, no se guardó nada en su última comparecencia en el Senado y aseguró este miércoles que el crimen organizado domina amplias porciones del territorio mexicano, a pesar de los mensajes de contención que ha enviado el Gobierno de Claudia Sheinbaum. “Tienen básicamente el control operativo sobre enormes extensiones de las regiones fronterizas entre México y Estados Unidos”, afirmó el elegido de Trump para asumir como secretario de Estado. Rubio habló una y otra vez del “terror” que provocan las organizaciones del narcotráfico e insistió en el plan de designar a los carteles como grupos terroristas, un punto particularmente espinoso entre ambos países por la posibilidad de que sirva como justificación para una intervención militar de Washington. “Es una opción que está sobre la mesa”, dijo el político de origen cubano.
“Es importante para nosotros no sólo perseguir a estos grupos, sino identificarlos y llamarlos por lo que son, terroristas”, subrayó Rubio. “Son ciertamente terroristas por naturaleza”. El próximo secretario dejó claro que la prioridad más urgente con México, la primera línea de los intereses de Estados Unidos en Latinoamérica, es la Seguridad, un tema que se traduce en dos coordenadas inalienables en la perspectiva de Trump: el narcotráfico y la crisis migratoria. “[Los carteles] aterrorizan con migración masiva y el tráfico de drogas”, afirmó.
Sheinbaum, en cambio, ha sido tajante en su rechazo a que se equipare el narcotráfico con el terrorismo y ha sido especialmente cautelosa para no dar pie a la posibilidad de una acción unilateral de Washington en territorio mexicano que, pese a estar justificada bajo las leyes estadounidenses, sería contraria al Derecho Internacional. En México, el asunto ha dividido opiniones entre los especialistas y el debate sobre el narcoterrorismo ha entrado de lleno al juego político, con la oposición utilizando la etiqueta después de cada pico de violencia y el oficialismo atrincherándose en el extremo contrario. Con todo, la crisis de violencia en el país latinoamericano ha sido un tema que ha inquietado a demócratas y republicanos y ha abonado a las dudas en Washington sobre el control que realmente tienen las autoridades mexicanas en varias zonas del país.
A pesar de la dureza en sus comentarios, hubo también varios matices en la comparecencia de Rubio. El funcionario señaló que, aunque el uso de la fuerza es “una herramienta que el presidente tiene a su disposición”, “no es la opción preferida por el Departamento de Estado”. Sobre la designación de los carteles como grupos terroristas, admitió que era una “herramienta imperfecta” e insinuó que la medida no era suficiente para cumplir con la promesa de acabar con las organizaciones criminales.
Rubio dijo, además, que el escenario “en un mundo ideal” es la cooperación con las autoridades mexicanas, lo que abre la puerta a un nuevo frente de negociación entre ambos países. “[Los carteles] socavan al Gobierno mexicano, a la soberanía mexicana, a la salud y el bienestar del pueblo mexicano”, aseguró, para después insistir en los reclamos. “México puede hacer más para enfrentar este problema”, zanjó. El exsenador por Florida ya había reconocido en una entrevista antes de las elecciones de noviembre que una intervención militar contra los grupos criminales no era viable sin el aval de las Fuerzas Armadas de México, lo que no le ha impedido de poner el dedo en la yaga para recriminar a las autoridades mexicanas por la porosidad de la frontera y la falta de acciones contundentes contra la delincuencia organizada.
Pam Bondi, la elegida de Trump como fiscal general, también se sumó a las voces que apoyan la designación de los carteles como grupos terroristas. “Todos estamos al tanto de las bandas violentas que están entrando a nuestro país libremente a través de la frontera abierta”, afirmó en su propia comparecencia de confirmación ante el Senado, un acto protocolario donde los nominados contestan preguntas de los legisladores antes de asumir el cargo. “Son una amenaza grave y violenta”, dijo la exfiscal de California, que se comprometió a “hacer todo lo que esté en su poder” contra las organizaciones criminales. A pesar de la atención que ha recibido en las últimas semanas, la idea de equiparar el narcotráfico con el terrorismo ha rondado Washington desde hace al menos una década, incluso en Administraciones demócratas.
Ante el asedio desde el otro lado de la frontera, Sheinbaum ha adoptado una posición proactiva y ha mandado señales en los últimos meses de que es sensible a las preocupaciones de Trump. Su Gobierno anunció a principios de diciembre la mayor incautación de fentanilo en la historia del país, el equivalente a 20 millones de dosis. También desplazó a Omar García Harfuch, el arquitecto de su política de seguridad, a Sinaloa, donde se libra desde hace cuatro meses una guerra de carteles que ha dejado más de 650 asesinatos en los registros oficiales.
La presidenta ha insistido públicamente en que está abierta a trabajar de manera conjunta con las autoridades estadounidenses, aunque también ha trazado las líneas rojas de su Administración frente a las presiones de Washington. “Cooperación sin subordinación”, ha insistido la mandataria en las últimas semanas. “Siempre tendremos la frente en alto. México es un país libre, independiente y soberano”, dijo el pasado domingo ante sus seguidores, al rendir un informe por los primeros 100 días en la presidencia.
“Designaré inmediatamente a los cárteles como grupos terroristas extranjeros. Lo haré de inmediato”, adelantó Trump en diciembre. México ya se prepara para ver el alcance de las amenazas y el margen de negociación que tendrá con el próximo presidente de Estados Unidos, en plena cuenta regresiva para la toma de posesión.
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