Radiografía del Día de Muertos: “Los aztecas no lo celebraban, eso es un absurdo”
La editorial independiente Trilce publica un libro “caleidoscópico”, dice Déborah Holtz, para entender la celebración por excelencia de México: una amalgama que incluye elementos prehispánicos, del catolicismo español, James Bond o Disney
El Día de Muertos es el gran homenaje a los que ya no están en un país que ha aprendido a convivir con calaveritas y desaparecidos, fiestas populares y horror. En su tradición más exportable hay rastros de los pueblos prehispánicos y de los invasores españoles —con su álterego descafeinado y triste; católico, apostólico y romano; el Día de Todos los Santos y el Día de Difuntos: flores y lágrimas en los cementerios—, de Disney, José Guadalupe Posada, James Bond.
Juntar toda esa amalgama imprecisa era una asignatura pendiente hasta ahora y ha requerido de un libro “caleidoscópico”, que es como Déborah Holtz (62 años) llama a 02.11 Día de Muertos. Una celebración de la vida y la muerte, la última creación de Trilce, la editorial independiente que dirige junto a Juan Carlos Mena (67) desde finales de los noventa. Una obra cocinada “a fuego muy, muy lento”, con cada página “hecha y pensada a mano”, ocho años de cocción y maceración que han culminado con este artefacto lleno de fotografías y textos, “un diálogo entre pasado y presente con mucha atención en el hoy”. Como el mismo México.
Holtz habla del libro con el orgullo de un padre cuyo hijo acaba de graduarse. Está en la sede de Trilce, un edificio de piedra en la Escandón, Ciudad de México, al que llamarle oficina sería un insulto: una vieja casa de color pistacho y una altura, luminosa, con paredes grises en el interior que se sienten cálidas, abrigadas por libros de los pies a la cabeza. El despacho de la editora es espacioso, con cómodos sofás que invitan a tirarse a leer o contemplar las enormes fotografías del México popular que cuelgan de las paredes.
Del Día de Muertos hay miles, quizá millones, de páginas escritas: desde el periodismo a la sociología, la moda, la historia, la literatura, lo que sea. ¿Qué aporta un libro más sobre el tema? “Había toda una revolución que nosotros detectamos. Nos propusimos hacer un libro que diera cuenta de cómo esa tradición estaba viva, vibrante. Hay una apropiación urbana distinta de una tradición muy potente desde hace cientos de años, no miles como creen algunos, porque los aztecas no celebraban Día de Muertos, eso es un absurdo: es producto de un sincretismo entre ceremonias de culto de los pueblos prehispánicos; aunado al desembarco de los españoles, que generó un mestizaje que terminó siendo lo que conocemos como Día de Muertos”.
La revolución de la que habla Holtz llegó junto a la globalización, Disney mediante. El gigantesco conglomerado estudió la tradición y regurgitó en 2017 Coco, una película de dibujos animados que rescataba el Día de Muertos para todos los públicos. El resultado fue que hordas de turistas extranjeros y nacionales comenzaron a desfilar por un pueblo dejado de la mano de Dios en Michoacán ante una señora de 107 años en la que querían ver a la entrañable abuela del filme.
Un poco antes, el espía más famoso del mundo —Bond, James Bond— saltaba por los tejados del Centro Histórico de Ciudad de México, a sus espaldas los edificios estallaban y los malos morían. Mientras tanto, un enorme desfile a medio camino entre el Día de Muertos y el Halloween gringo recorría la calle Tacuba inmune a las explosiones. Spectre, que así se llamó la película, dio una idea a los mandamases de la ciudad, que reciclaron las carrozas que usó el director Sam Mendes y crearon una nueva tradición, el desfile de muertos, que ahora junta a miles de personas cada año. Una tradición mexicana de toda la vida creada por 007 en 2015. Quién iba a verlo venir.
“Con la llegada de Hollywood, con Spectre y con Coco, todo el mundo quería celebrar Día de Muertos, y para la gente celebrarlo, sobre todo fuera de México, era hacer un desfile, que es un agregado que nunca existió, es un invento de Sam Mendes, pero fue tan fantástico que se adoptó. La raíz, lo que constituye Día de Muertos, es tan sólida que le puedes quitar, poner, y lo que representa para la gente, que es la creencia de que el 2 de noviembre los difuntos regresan a casa y hay que honrarlos, va a seguir viva”, se explaya Holtz.
Holtz estudió comunicación y sociología política, pero se enamoró de la edición en algún punto del camino, de esa “construcción de narrativas que cambian la historia”. En Mena encontró un cómplice con una visión compartida: “No hacemos libros que son colecciones de artículos. Pedimos información, la descuartizamos y volvemos a construir una narrativa completa para que tenga una rítmica de principio a fin y un lenguaje unitario”. Desde que se juntaron hace más de 25 años han publicado unos 200 tomos, entre libros de arte, poesía, infantiles y los que hacen por encargos, que son, confiesa, los que les permiten sobrevivir y sacar adelante ideas mastodónticas como esta.
Trilce, con 10 empleados, es completamente independiente y no reciben financiación externa. “Nunca tenemos lana, hay que esperar a que entre un poquito para: ‘Órale, ahora sí lánzate’”. De este último libro han editado 4.000 copias en el país, más otra tirada en Estados Unidos de la mano de Rizzoli y Planeta USA. Tiene sentido: en su mapa de celebraciones del Día de Muertos, incluyen California, Nueva York, Illinois o Texas, órganos separados pero unidos por la migración. Ellos, los que están fuera, también pertenecen al insólito cóctel de México.
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