Juan Pablo Villalobos: “El lugar pacífico en el que crecí ahora es un escenario de novela negra”
El escritor mexicano publica ‘El pasado anda atrás de nosotros’, una historia entre la ficción y lo confesional sobre los conflictos que genera volver a casa, especialmente en un México asediado por la violencia
Existen múltiples Juan Pablos Villalobos. El escritor dejó México hace 20 años para afincarse en Barcelona, donde se gana la vida escribiendo y dando talleres literarios a los jóvenes que se inician en el gremio. El protagonista de su última novela, El pasado anda atrás de nosotros (Anagrama, 2024), comparte con él su nombre, su trayectoria y sus vínculos familiares, pero la vuelta a su pueblo natal, Lagos de Moreno, desencadena una serie de circunstancias que son fruto nada más que de su imaginación… o no. “Cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia, así es como funciona la ficción”, alerta en la primera página el jalisciense (51 años), y con ese aviso sella el mismo pacto con el lector que inició en No voy a pedirle a nadie que me crea, premio Herralde 2016, y que mantuvo en Peluquería y letras (2022), las otras novelas que componen el ciclo de autoficción que cierra con este libro.
“Hay una liberación que creo que todos buscamos cuando nos vamos, ya sea para irte a tu propio hogar en el mismo lugar, en la ciudad de al lado o a 10.000 kilómetros”, expone por videollamada desde Barcelona Villalobos, que optó por la última opción: “El tema es que vuelves”. Ese regreso desata un conflicto entre los que se quedaron y los que se fueron, un juego de reproches cruzados que, en el caso del escritor, siempre viene cargado de una buena dosis de humor, picaresca y paranoia. Reírse de lo que duele es un arte que el mexicano ha perfeccionado con el tiempo y los libros, y este no es diferente.
“Es una especie de extrañamiento exagerado, porque la paranoia está justificada. Cuando [el personaje] escucha disparos en la calle es porque hay una balacera”, señala el autor, que ha ido constatando la inseguridad creciente en cada una de sus visitas. “Ha sido muy brutal ver cómo el lugar donde creciste, que era un lugar aburrido, tranquilo y pacífico, de pronto se ha convertido en un escenario de novela negra. Ese peligro que acecha representa la transformación no solo de Lagos de Moreno, sino de toda esa región de México que ahora es una de las más peligrosas del país”, relata. La realidad le da la razón a su ficción. Hace apenas dos semanas eran hallados cinco cadáveres baleados en un barranco de este pueblo jalisciense, donde un candidato presidencial iniciaría su campaña un día después.
Esa violencia que mantiene México bajo asedio atraviesa toda la novela, pero siempre como un telón de fondo o una atmósfera que acompaña, más que como una parte sustancial de la trama. Villalobos no le pone límites a su humor, siempre negro e incisivo, pero asume cierta responsabilidad como autor. “Hay diferentes niveles de exposición a la violencia, y es algo sobre lo que a veces no parece reflexionarse lo suficiente. Hay quienes estamos más protegidos. Si estoy utilizando mi nombre y el de mi familia, me parecía un tanto deshonesto exagerar esos riesgos”, expone el escritor, que en otros de sus libros sí representa de forma más explícita esa capa de brutalidad que cubre el país como un manto pesado.
Su protagonista, en realidad, lo único que quiere es volver unos días a cuidar de sus padres, ya mayores. Acompañar a su madre a hacerse unas pruebas para un tratamiento médico y volver a su vida en el extranjero como si esa pequeña pausa no formara verdaderamente parte de su realidad. Pero la realidad es tozuda y se impone con toda su fuerza, al igual que sus recuerdos y todos los asuntos no resueltos en el pasado, que le van explotando en cascada como un destino inevitable. La casualidad y las coincidencias eran fenómenos de las grandes ciudades, no de los pueblos; en los pueblos predominaban las causas y efectos históricos, la lógica de la rutina y la repetición. Nada había sido una casualidad aquella noche, admite su personaje después de que una de esas realidades le estalle en la cara.
Volver nunca es solo una pausa inofensiva, como la memoria nunca se remite solo al ayer. “A nivel psicoanalítico, a nivel autobiográfico y a nivel político y social, vivimos en todos los tiempos al mismo tiempo”, defiende Villalobos. El pasado anda atrás de nosotros. Pero el protagonista está en una huida hacia delante que no se detiene hasta que se ve obligado a hacerlo y a asumir lo que tiene enfrente. Por ejemplo, que los padres no vivirán para siempre y uno debe aprender a desprenderse de su identidad de hijo. Por ejemplo, que ya no entiende del todo los códigos sociales del lugar, que ha seguido transformándose tras su partida.
—Estaba desayunando con tu hermana y desapareció, le dice su personaje a otro en un momento dado. —¿Cómo que desapareció?, responde este alarmado. Fue una mala elección de vocabulario; a esas alturas de la historia de México había verbos que solo se debían utilizar en situaciones muy específicas, reflexiona finalmente el Villalobos narrador. “Es una de las cuestiones más problemáticas”, reconoce ahora el escritor: “Hay una cosa que queda mal resuelta y que empieza por el lenguaje. Nos pasa a todos los que migramos y queremos seguir escribiendo sobre esos lugares. La lengua continúa transformándose y nosotros nos quedamos no solo congelados en un estado de la lengua, sino que empezamos a mezclarla con otras maneras de hablar”.
Para aquellos que migran, el hogar es un limbo compuesto por fragmentos de muchos sitios. Como lector, sin embargo, Villalobos sigue apegado a su tierra natal más que a la de acogida. “Prácticamente no leo literatura española, el 99% de lo que leo es literatura latinoamericana, que creo que es muy porosa y abierta, menos autorreferencial”, explica. Aunque mucha de esa obra está escrita, también, lejos del continente, como la suya propia: “Hay una literatura del desplazamiento que siempre me ha interesado mucho”.
Como él, sus novelas también se han ido extendiendo hacia otros terrenos. Netflix estrenó en noviembre la adaptación de No voy a pedirle a nadie que me crea, una apuesta que también ha alcanzado a Fiesta en la madriguera, de 2010, que saldrá a la luz dentro de un par de meses en la misma plataforma. La posible adaptación de este libro es todavía una incógnita, pero Villalobos ya trabaja en sus próximas publicaciones: una recopilación de textos que han aparecido durante los últimos 20 años en revistas y periódicos, que “se está haciendo sola”, y una ficción en la que se desprende del prefijo auto- que ha definido sus anteriores novelas y que “tomará su tiempo”.
Mientras tanto, volverá a México en verano para hacer presentaciones y talleres literarios, que es su forma de estar y de conectarse con los escritores jóvenes del país. Llegará en pleno bullicio electoral, un proceso que sigue más con preocupación que con interés. “Estoy pensando seriamente si debería o no seguir la campaña por salud mental, pero desgraciadamente la estoy siguiendo”, admite. Uno se va, pero el país siempre anda detrás, pisándole los talones.
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