Turbulencia financiera
Como ya aprendimos con la crisis financiera global de 2008, no podemos confiarnos y hay que mantenerse siempre alertas frente a los enormes riesgos de un sistema financiero cada vez más grande e interconectado
Un fantasma recorre el mundo: el fantasma de la inestabilidad financiera. En Estados Unidos acaban de quebrar tres bancos regionales de tamaño pequeño y mediano (Silvergate, Signature y Sillicon Valley). Otros bancos norteamericanos han atravesado por importantes episodios de volatilidad. En Suiza, las autoridades financieras forzaron la adquisición del legendario Credit Suisse por parte de su rival UBS. La venta forzada implicó, entre otras cosas, la evaporación total de 17 mil millones de dólares de tenedores de bonos de la compañía, lo que se reflejará en enormes pérdidas en otras instituciones financieras en diversas partes del mundo. En Alemania existe preocupación sobre la salud financiera de su banco más grande, el Deutsche Bank, un banco de importancia sistémica mundial, lo cual ha producido incertidumbre y volatilidad en los mercados financieros. Las reverberaciones de todos estos acontecimientos aún se perciben en los mercados y las autoridades financieras de distintos países han tratado de mandar mensajes de confianza en la salud y resiliencia de sus sistemas bancarios. Este viernes, la Secretaria del Tesoro convocó a una reunión intempestiva y a puerta cerrada del máximo órgano encargado de la supervisión de la estabilidad financiera en Estados Unidos (FSOC; por sus siglas en inglés), lo que prendió algunas alertas adicionales.
En este contexto, el Banco Central Europeo y la Reserva Federal decidieron continuar en marzo con el aumento de sus respectivas tasas de interés. El primero la aumentó en 50 puntos base, tal y como estaba previsto hasta antes de los primeros episodios de inestabilidad, mientras que la Fed aumentó su tasa en 25 puntos base (por debajo de lo que se anticipaba hasta antes del inicio de la inestabilidad financiera). Si bien no en todos los casos la inestabilidad bancaria está asociada a los ciclos alcistas de tasas de interés (el caso de Credit Suisse, por ejemplo, ha sido el de un deterioro constante y de problemas administrativos que ha durado ya varios años), tampoco podemos decir que sean eventos completamente aislados.
El aumento en las tasas de interés afecta el valor de los bonos, lo que se traduce en pérdidas (no necesariamente materializadas) para los bancos que invirtieron en este tipo de instrumentos. Mientras que los bancos no tengan que vender esos bonos, esas pérdidas no se materializan, lo cual no sería tan grave. Sin embargo, en un contexto en el que los depositantes de los bancos comienzan a exigir su dinero, ya sea por desconfianza en algunas instituciones financieras específicas o, en su búsqueda por rendimientos, para invertirlos en instrumentos de corto plazo (que otorgan ahora rendimientos más altos por el ciclo alcista y porque las curvas de rendimiento se han invertido, es decir, los instrumentos de corto plazo pagan tasas más altas que los de largo plazo), esto puede conducir a la necesidad de que los bancos, para poder hacer frente a las demandas de sus depositantes, se tengan que deshacer de esas tenencias de bonos de mayor duración y, con ello, se materialicen las pérdidas provocadas por los aumentos de tasas. Así, la inestabilidad financiera y las decisiones de política monetaria no son necesariamente eventos completamente aislados.
Evidentemente, estas situaciones de desequilibrio o descalce entre flujos de entrada y salida de dinero de las instituciones bancarias no son atribuibles a los bancos centrales, sino que mayormente se trata de problemas de manejo del riesgo de parte de las propias instituciones bancarias. Sin embargo, en la medida en que los bancos centrales son también los encargados de garantizar la estabilidad del sistema financiero, es evidente que en ciclos alcistas como el actual es responsabilidad de los bancos centrales el fortalecer los mecanismos de control y supervisión de las instituciones financieras para evitar, diluir o mitigar los costos asociados a potenciales situaciones de insolvencia financiera. Esto es crucial para garantizar la efectividad de sus propias acciones de política monetaria y para evitar que se terminen contraponiendo dos objetivos que parecen encontrarse ahora en conflicto: el combate a la inflación y el garantizar la estabilidad de los sistemas financieros. Si bien se ha dicho que esto no es necesariamente cierto en la medida en la que se cuente con un instrumento para cada objetivo (la tasa de interés para combatir la inflación y la provisión de liquidez para la estabilidad financiera), la realidad no es tan sencilla. Basta ver los anuncios de las decisiones de política monetaria de la Reserva Federal y del Banco Central Europeo para entender que el dilema está ahí presente y que de aquí en adelante estos bancos centrales serán muy cautelosos con respecto a la evolución del sistema financiero. La situación es a tal grado complicada, que al menos en Estados Unidos existe una contradicción entre lo que la Reserva Federal ha dicho que espera hacer en los próximos meses (es decir, continuar con el aumento de tasas) y lo que el mercado anticipa que tendrá que hacer (es decir, pausar muy pronto y comenzar a bajar las tasas en el segundo semestre del año). La razón es que la inestabilidad bancaria muy posiblemente se va a traducir en menores volúmenes de crédito, lo que podría adelantar la desaceleración económica y volvería entonces innecesarios aumentos adicionales de la tasa de interés.
Hasta el momento, la atención sobre el tema de la inestabilidad financiera se centra en las economías avanzadas. Esto se debe a las instituciones que se han visto afectadas hasta ahora y por su importancia sistémica mundial. Sin embargo, no podemos descartar episodios futuros de inestabilidad financiera en las economías emergentes. Es posible que, como ocurre en México, los sistemas financieros locales estén muy bien capitalizados y con estándares de cumplimiento de las condiciones de liquidez que excedan con amplitud los mínimos regulatorios. Sin embargo, en ningún lado puede descartarse que haya instituciones específicas que tengan problemas similares a los que ya se han vivido en otras latitudes. Como ya aprendimos con la crisis financiera global de 2008-2009, no podemos confiarnos y hay que mantenerse siempre alertas frente a los enormes riesgos que implica un sistema financiero cada vez más grande e interconectado.
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