La tormenta perfecta de Pensilvania
El Estado, clave en los comicios con 20 votos electorales, solo ha podido iniciar el escrutinio de las papeletas llegadas por correo, en torno a tres millones, una vez que cerraron las urnas
Pensilvania se ha convertido en el centro del universo electoral de Estados Unidos tan solo un día después de la jornada electoral, celebrada este martes. Sobre el Estado se cierne la tormenta perfecta, con una ansiedad sin precedentes en torno al escrutinio de votos que podría llegar a acabar en el Tribunal Supremo, como sucedió con Florida en los comicios del año 2000 entre George W. Bush y Al Gore. Las razones por las que Pensilvania se ha convertido en un delirio plebiscitario —que puede acabar decidiendo las elecciones de 2020— van desde el procedimiento que se estableció para contar los votos por correo, a los cambios en las reglas electorales establecidas el otoño pasado y también a la pandemia.
Tanto el gobernador de Pensilvania, el demócrata Tom Wolfe, como el Capitolio del Estado, dominado por los republicanos, son en gran medida los responsables de haber llevado al país a la pesadilla en la que se ha convertido el escrutinio. Esto en gran medida por establecer un sistema que impide procesar el voto por correo, en torno a las tres millones de papeletas, hasta una vez cerradas las urnas. Ese cuello de botella en el escrutinio, ese caos, es el que ha aprovechado el presidente Donald Trump para reclamar que se pare el cómputo de votos. Todos los sondeos mostraban a ese Estado, con 20 votos electorales decisivos para inclinar la balanza de uno u otro lado, como uno de los más disputados de los comicios, con una ligera ventaja de Trump sobre Biden.
El estallido de la pandemia hizo suponer que muchos ciudadanos iban a optar por votar por correo, que habría un incremento muy importante en esa modalidad de sufragio. En 2016, unos 266.000 ciudadanos de Pensilvania usaron ese método. En estas elecciones de 2020 podrían ser en torno a tres millones de votos que, por ley, deben de ser verificados, procesados y contados a partir del día de la elección de este martes, y hasta tres días después como máximo. Eso pospondría el resultado final hasta el viernes.
Y ahí está la clave. Por luchas partidistas, según la ley estatal aprobada en Pensilvania, esos votos no han sido procesados con antelación y se ha prohibido expresamente que los responsables comenzaran el cómputo. No ha sucedido lo mismo, por ejemplo, con el Estado de Georgia, donde el desarrollo del escrutinio comenzó más de dos semanas antes de las elecciones presidenciales. Florida también permitió procesar el voto por correo tres semanas antes de los comicios. Y otros Estados dieron luz verde a que este se fuera contando según iba llegando, para añadirlo el día 3 de noviembre a los sufragios en persona y tener así resultados el día de la jornada electoral.
Pero en Pensilvania quedó claro que no se comenzaría a contar el voto por correo hasta que cerraran las urnas. Por eso, la secretaria de Estado de Pensilvania, la demócrata Kathy Boockvar, advertía de que sería prematuro declarar un ganador. “Todo el mundo debería tener paciencia”, dijo Boockvar. “Nuestra prioridad es contar con precisión y de forma segura todos y cada uno de los votos que se han emitido de forma legal”.
Por supuesto, la demócrata no podía imaginar la impaciencia del presidente, que de forma insistente había declarado, y lo confirmó esta madrugada del miércoles, que el resultado electoral debía de saberse el martes por la noche. Trump consideró que las papeletas que se cuenten a partir de ese momento son fraudulentas. Y aquí surge el fantasma de 2000, cuando de forma agónica no hubo ganador presidencial hasta diciembre. El resultado lo decidió la máxima autoridad judicial del país, el Tribunal Supremo. Trump ha asegurado esta madrugada desde la Casa Blanca que acudirá al Supremo para impugnar el cómputo del voto por correo.
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