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Iván Duque apuesta su política exterior a la reelección de Trump en Estados Unidos

Colombia, en sintonía con Washington frente a la crisis de Venezuela, se juega su condición de estrecho socio del presidente republicano

Santiago Torrado
Los presidentes de Colombia, Iván Duque, y Estados Unidos, Donald Trump, en una imagen de archivo.
Los presidentes de Colombia, Iván Duque, y Estados Unidos, Donald Trump, en una imagen de archivo.NICHOLAS KAMM

El Gobierno colombiano de Iván Duque se juega en las elecciones de Estados Unidos su condición de íntimo aliado de Donald Trump en América Latina. En la recta final de la campaña, abundan las señales de que Bogotá ha decidido tomar partido por la reelección del presidente republicano, a pesar del riesgo manifiesto de quedar a contrapié ante una eventual victoria de su rival demócrata, Joe Biden, como proyectan todas las encuestas. Una arriesgada apuesta de política exterior, coinciden los analistas, que rompe una tradición de neutralidad y podría representar un alto costo.

Duque y Trump han encontrado sintonía en torno al “cerco diplomático” sobre el régimen de Nicolás Maduro en Venezuela. El propio Trump se ha asegurado de que Colombia irrumpa en la campaña en medio de la intensa puja por asegurarse un sector del voto latino en Florida, el más importante de los llamados Estados pendulares. El republicano ha enviado mensajes de apoyo al expresidente Álvaro Uribe, el mentor político de Duque y líder indiscutible del partido de Gobierno; ha criticado el acuerdo de paz con la extinta guerrilla de las FARC y ha apelado al “castrochavismo” –el término que usó el uribismo para atacar el pacto– con el propósito de descalificar a los demócratas.

A su turno, el uribismo, la corriente política creada en torno al expresidente que enfrenta un proceso por manipulación de testigos que lo tuvo más de dos meses en detención domiciliaria, ha apoyado indisimuladamente la reelección de Trump. Dirigentes políticos colombianos como los congresistas María Fernanda Cabal y Juan David Vélez, miembros del Centro Democrático, el partido de Gobierno fundado por Uribe, se muestran cada vez más involucrados en la campaña de miedo al “socialismo” que han desplegado los republicanos en Florida, salpicada de desinformación.

En lugar de actuar con cautela y estrategia, Colombia parece una polilla acercándose al fuego de la elección estadounidense con una evaluación superficial de los riesgos, advierte la internacionalista Sandra Borda. “Lo que está haciendo Duque es utilizar esa alineación con Trump en Estados Unidos en medio del proceso electoral como una forma de comprar simultáneamente apoyo para Uribe en un momento en que está muy mal parado en Colombia”, apunta la autora de ¿Por qué somos tan parroquiales?, una breve historia de la diplomacia colombiana. “Parte del problema de la estrategia colombiana es que le están poniendo mucha fe también a la lealtad de esa administración si llegan a ganar las elecciones”, explica al subrayar que Trump no es un socio leal, como muestran las fricciones por los niveles récord de cultivos ilícitos en el país andino.

“Duque ha comprometido seriamente esa relación privilegiada que tiene con Estados Unidos”, valora Sergio Guzmán, director de la consultora Colombia Risk Analysis, pues varios operarios políticos del partido demócrata como Dan Restrepo, Juan González o Rubén Gallego –parte de caucus hispano en el Congreso– han tomado nota de la postura de Bogotá. “Esa no es una posición que le convenga a ningún Gobierno, y menos a uno que se la ha jugado a anclar su política exterior a Venezuela, a los intereses y al poderío de Estados Unidos. Esencialmente, todos los huevos los puso en la canasta de los republicanos y si no se da el resultado puede esperar una relación muchísimo más antagónica con la administración entrante”.

Aunque el Ejecutivo niega las injerencias, las alertas se acumulan. El expresidente Juan Manuel Santos, uno de los primeros en señalar en público que voceros del Gobierno apoyaban la campaña de Trump, lo equiparó a “jugar con fuego”. En el Congreso colombiano, el senador de oposición Iván Cepeda ha citado a la canciller, Claudia Blum, a un debate de control político por la posible intervención de funcionarios en la campaña de reelección. “Este Gobierno está tirando la piedra y escondiendo la mano”, apunta la internacionalista Laura Gil. “Los demócratas en el Congreso de Estados Unidos no van a olvidar el silencio del presidente”.

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En caso de que los demócratas ganen la presidencia y ambas cámaras del Congreso, “la estrategia del Gobierno de romper la tradicional neutralidad política de Colombia, alineándose con los republicanos durante la campaña, significará inmensos costos para el país (…) Washington no perdona”, escribió en El Tiempo Gabriel Silva, quien fue embajador en la capital norteamericana en distintos periodos. “Con una Casa Blanca y un Capitol Hill demócratas, al Gobierno Duque le va a tocar responder –sin tener muchos argumentos– el porqué de su indiferencia ante la tragedia que están viviendo los líderes sociales, ante las masacres y la represión violenta de la protesta social. La situación de deterioro en ese frente no pasará inadvertida para quienes –después de las elecciones gringas– controlarán la política exterior y el presupuesto”, vaticinó.

No es el primer acuerdo tácito que rompe en tiempos recientes la diplomacia colombiana. Duque ya había exhibido una política exterior plenamente alineada con la Casa Blanca en el tormentoso proceso para elegir el mes pasado como presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) a Mauricio Claver-Carone, el candidato de Trump. El Gobierno de Colombia fue el primero en apoyar una postulación que dividió a América Latina al romper una regla no escrita para que el puesto recayera en alguien de la región, y no dio su brazo a torcer a pesar de la resistencia de otros países. El arquitecto de ese apoyo fue el embajador en Washington, Francisco Santos, vicepresidente durante los periodos de Uribe.

El antecedente del uribismo

Bogotá y Washington son estrechos aliados en la lucha antinarcóticos –y contrainsurgente– desde el año 2000, cuando el Plan Colombia fue aprobado por un presidente demócrata (Bill Clinton) con apoyo de ambos partidos. La marcada tradición diplomática colombiana ha mantenido como un propósito prioritario construir y mantener ese consenso bipartidista en Estados Unidos, sobre todo en el Congreso, que es donde se aprueban la mayoría de asuntos presupuestales. Los observadores, sin embargo, recuerdan un notorio antecedente de esta carrera por la Casa Blanca.

Uribe, presidente entre 2002 y 2010, selló una íntima alianza con la administración de George W. Bush en tiempos de la “guerra contra el terrorismo”, al punto que Colombia fue uno de los pocos países que apoyó la invasión a Irak. En el ocaso del periodo de Bush, Uribe recibió en plena campaña electoral de 2008 a John McCain, el candidato republicano que perdió frente a Barack Obama –e incluso le informó la víspera sobre la Operación Jaque para liberar a un grupo de secuestrados de las FARC, entre ellos tres contratistas estadounidenses–. Luego de esos comicios, los congresistas demócratas ventilaron sus reparos en derechos humanos para congelar el trámite del tratado de libre comercio entre los dos países, que solo se aprobó cuando Uribe había dejado el poder. Sin embargo, aquel coqueteo con los republicanos palidece frente al actual. “Este nivel de intromisión ni siquiera lo vimos con Uribe, que alcanzó a ser un poco más cuidadoso”, valora Sandra Borda. “La gran diferencia de las dos coyunturas es que en ese momento la política estadounidense no estaba tan polarizada como hoy”.

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Santiago Torrado
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia, donde cubre temas de política, posconflicto y la migración venezolana en la región. Periodista de la Universidad Javeriana y becario del Programa Balboa, ha trabajado con AP y AFP. Ha cubierto eventos y elecciones sobre el terreno en México, Brasil, Venezuela, Ecuador y Haití, así como el Mundial de Fútbol 2014.

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