Las elecciones europeas aceleran la ‘normalización’ de la extrema derecha
Partidos ultras gobiernan en países como Italia y Hungría avanzan de cara a los comicios a la Eurocámara mientras los tabúes que garantizaban el tradicional cordón sanitario caen también en la UE
Eran, hace solo unos años, los apestados de la política europea, partidos de extrema derecha, populistas y ultranacionalistas que encontraban graves dificultades para participar en coaliciones y gobernar. Pactar con ellos era tabú, en la Eurocámara y en los parlamentos nacionales. Ya no.
Elección tras elección, se van rompiendo los candados que les cerraban las puertas a los foros de decisión. Gobiernan en Italia, en Hungría, en Finlandia y Eslovaquia y sostienen el Ejecutivo en Suecia. Es posible que el partido del ultra Geert Wilders forme parte de una coalición gobernante en Países Bajos. En Francia son el primer partido de oposición y hay sondeos que les dan posibilidades de conquistar el poder. En las elecciones europeas del 6 al 9 de junio, cruciales para el futuro la UE, que llegan en un momento de enorme polarización en muchos Estados miembros, pueden franquear un paso más para ser aceptados en el mercado de los pactos para la próxima legislatura comunitaria y en los salones del poder bruselense.
El último candado se agrietó un poco más el lunes pasado, durante un debate para las elecciones europeas organizado por el laboratorio de ideas Studio Maastrich y el medio referente en Bruselas Politico. La alemana Ursula von der Leyen, que aspira a renovar el cargo de presidenta de la Comisión Europa, es una democristiana moderada que durante su mandato se ha entendido con socialistas como Pedro Sánchez o centristas como Emmanuel Macron. Pero, cuando se le preguntó si estaba abierta a pactar en el Parlamento Europeo con ECR —siglas en inglés de Reformistas y Conservadores Europeos, la familia en la que se incluye Vox o Hermanos de Italia, el partido de la primera ministra Giorgia Meloni—, la respuesta fue ambigua, aunque elocuente: “Depende mucho de cuál sea la composición del Parlamento y quién esté en cada grupo”.
La posición de Von der Leyen al entreabrir la puerta a los acuerdos con un sector de la extrema derecha —ella misma se ha puesto el cordón sanitario de que debe ser pro-Ucrania, pro-OTAN y Estado de derecho— se explica en parte por pragmatismo, pues es probable que para legislar en la nueva Eurocámara necesite a veces los votos de formaciones situadas a su derecha. Aunque en su equipo ven más esa apertura como una cooperación táctica y como una forma de diferenciar a los muy diversos grupos de ultraderecha, esa posición refleja también la porosidad creciente entre la derecha tradicional y la derecha de la derecha, y dos movimientos paralelos.
Esa colaboración táctica de la ultraderecha y la derecha convencional ya sucede en el ámbito nacional y subnacional, resume Cristóbal Rovira Kaltwasser, coordinador del extenso estudio sobre la transformación de la derecha tradicional y el impacto de ello en la socialdemocracia. Se ve en España, con los pactos entre Partido Popular y Vox, miembro de ECR y un partido euroescéptico, muy duro en materia migratoria, antiaborto y que ha clamado contra elementos incluidos en la Constitución como el Estado de las autonomías. Distintos análisis muestran cómo los partidos convencionales están cayendo y en la derecha se está produciendo una lucha “feroz”, porque la competencia con la ultraderecha es enorme, sigue Rovira Kaltwasser.
En ese escenario y en una Europa cambiante, partidos conservadores han ido absorbiendo el relato de la ultraderecha en algunos puntos ―como en las políticas más duras sobre inmigración―, otros, como pasó con el hoy nacionalpopulista Viktor Orbán, en Hungría, que era más bien un conservador mainstream, o los polacos de Ley y Justicia (PiS), se han ido radicalizando, apunta Rovira Kalwasser. Aunque su estudio dice que esa radicalización no es la pauta general para Europa occidental. Eso sí, remarca el experto: “No hay que dar por sentado que los partidos de la derecha conservadora no se van a mover. Y eso puede suceder también en el ámbito europeo, la diferencia es que es un proceso gradual. Y ya está aconteciendo en algunas facciones de algunos partidos”, añade.
Es lo que está sucediendo en la familia de los populares europeos. Hay quienes abogan por normalizar la cooperación con ECR y quienes, como el eurodiputado Daniel Caspary, jefe de la delegación en el Parlamento Europeo de la alemana CDU (el partido de Von der Leyen) prefiere encontrar una mayoría estable y una “alianza flexible” con socialistas y el grupo de los liberales de Renew (que todas las encuestas dan a la baja) si suman las cifras, comentó este viernes.
Gran coalición
Las líneas rojas de Von der Leyen parecen más flexibles de lo que fueron para los conservadores europeos en el pasado. Eso está amenazando con romper la gran coalición con los socialdemócratas (y más recientemente, liberales) que ha mantenido la estructura política de la Unión Europea durante 70 años. El mensaje de la conservadora alemana es “muy preocupante”, dice en un comentario escrito Teresa Ribera, vicepresidenta segunda del Gobierno de Pedro Sánchez y candidata de los socialistas a las europeas.
Laura Thorn, vicepresidenta del centro de pensamiento German Marshall Fund, se pregunta por el avance en algunos países de esas ideas que Orbán, por ejemplo, llama “iliberales”. “La democracia liberal ha sido cogida un poco por sorpresa. En muchos casos hemos entregado las ideas de patriotismo, tradición y religión a los antidemocráticos”, comentaba hace unos días en el encuentro Brussels Forum.
El tabú se ha roto también porque estos partidos radicales se acercan a consensos fundamentales. El Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen ya no quiere sacar a Francia del euro ni la UE; Meloni —que además encabeza la lista de su partido a las europeas— es favorable a la OTAN y apoya decididamente a Ucrania ante la agresión rusa.
El RN de Le Pen ha hecho un fichaje para estas elecciones que simboliza este doble movimiento. Se trata de Fabrice Leggeri, un alto funcionario que fue director ejecutivo de la agencia de fronteras europeas (Frontex). Abandonó la agencia entre acusaciones de mala gestión y reproches por los excesos en la mano dura con la inmigración, pero su currículo responde al intento de estos partidos de dotarse de credibilidad para gobernar y decirles a los votantes que ellos, históricamente sin expertos ni cuadros de nivel, también tienen a tecnócratas capaces de hacer funcionar un Estado.
“No nos dedicamos solo a la crítica, sino a la construcción de un proyecto”, dice Leggeri a EL PAÍS. “Mi llegada y la de otros, y el estado de ánimo general que he sentido al entrar en el RN, refleja un gran sentido de la responsabilidad, la voluntad de ser verdaderamente una fuerza de propuestas alternativa, una fuerza de gobierno”.
“Hay un cambio en el estado de ánimo general de la opinión pública”, apunta Jérôme Sainte-Marie, experto demoscópico y responsable de Camps Héméra, la escuela de formación teórica del partido de Le Pen. “Esto acabará por traducirse por la llegada de personalidades con competencias que darán credibilidad [al RN] ante nuevas categorías sociales”.
Durante años, este fue un partido de aficionados y envuelto en un aura de incompetencia. Fue también el partido de la clase trabajadora tras el derrumbe de los comunistas; ahora, poco a poco, conquista nuevos segmentos de población. En los sondeos para las europeas, saca más de 10 puntos de ventaja a la lista del presidente Emmanuel Macron. El RN plantea estas elecciones como una antesala para las presidenciales de 2027.
La idea de que es inevitable la victoria de Le Pen en 2027 se instala poco a poco entre las élites francesas. Alain Minc, ensayista, consultor y próximo a Macron, lamentaba hace unas semanas en su despacho parisiense: “La gente está resignada, y pienso que la élite francesa no entrará en rebelión”. ¿Fatalismo? ¿O realismo? La observación en realidad vale también para Europa: estos partidos ya forman parte del paisaje.
Quedan lejos los tiempos, hace poco más de 20 años, cuando la entrada del ultraderechista Jörg Haider en un Gobierno dominado por los democristianos en Austria puso al resto de socios en guardia y desencadenó sanciones diplomáticas. Y la idea de que estos partidos gobiernen ya no parece descabellada. Sus ideas no suenan tan estrambóticas. Los Haider de hoy han dejado de asustar.
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