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ICIJ/Molly Crabapple
ICIJ/MOLLY CRABAPPLE

Los archivos secretos de Damasco: miles de fotografías revelan la maquinaria de muerte del régimen de Bachar el Asad en Siria

Los archivos secretos de Damasco: miles de fotografías revelan la maquinaria de muerte del régimen de Bachar el Asad en Siria

En las cárceles sirias hubo detenciones y asesinatos masivos hasta la caída del dictador, como desvela una investigación internacional en la que participa EL PAÍS

Un hombre yace sobre una superficie metálica, demacrado, muerto. Aparece fotografiado desde múltiples ángulos: de cerca, con los dientes amarillos en primer plano; de lado, con los ojos nublados; desde lejos, con los genitales a la vista. Está etiquetado como el número 3.659.

Otro hombre, el número 4.038, está tumbado en la parte trasera de una furgoneta, desnudo, con la piel arrugada y el cuerpo salpicado de sangre y cubierto de moscas. El conocido activista opositor Mazen al Hamada es el número 1.174 y yace con su uniforme de prisión sobre un suelo de mármol, con marcas de ataduras en las muñecas. Sus pies, descalzos, están magullados, signo de las palizas recibidas. El número 2.389 es un bebé recién nacido.

Otras imágenes muestran cadáveres apilados como leña. Con brazos y piernas delgadísimos; la boca abierta, los ojos entrecerrados y claras marcas de tortura. Listos para hacerlos desaparecer.

Estos restos esqueléticos son el grotesco resultado de la máquina de matar que mantuvo durante años el expresidente sirio Bachar el Asad, que fue derrocado el 8 de diciembre de hace un año. Esa noche, mientras el dictador huía a Rusia y su régimen de terror se derrumbaba como un castillo de naipes, el coronel Muhammad, un alto cargo de la policía militar, abrió una caja fuerte de su oficina, extrajo un disco duro y huyó de Damasco. A través de varios contactos, logró sacarlo del país con su delicado contenido: decenas de miles de archivos internos del régimen y fotografías de altísima calidad de personas, casi todas hombres, que murieron en las cárceles del régimen mayormente entre 2015 y 2024. “Hay cosas que la gente tiene que saber. Hay gente cuyas familias necesitan saber dónde están o qué les pasó”, explica el coronel Muhammad, cuyo nombre ha sido modificado por razones de seguridad.

Las imágenes las tomaron fotógrafos militares sirios y llegaron a la televisión pública alemana NDR, que compartió el material con el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ), y 25 medios en 20 países, entre ellos EL PAÍS en España. Hoy se dan a conocer en todo el mundo como parte de una investigación llamada Damascus Dossier, que incluye más de 64.000 documentos internos del Gobierno sirio y sus servicios secretos y más de 33.000 fotografías de detenidos. Las fotografías también llegaron a la Fiscalía General de Alemania, que lleva años liderando las investigaciones de los crímenes de El Asad, y a una ONG siria con sede en ese país.

Hay al menos 10.212 personas distintas retratadas en las fotografías y todas ellas pasaron por las prisiones sirias después de 2011. Hay días en los que se tomaron hasta 177 fotografías. Se trata de la mayor base de datos de imágenes de prisioneros sirios asesinados jamás hecha pública.

A continuación reproducimos 14 de las fotografías que los medios del Consorcio han decidido publicar, como muestra del horror de los archivos y de la política estatal de destrucción del más mínimo conato de oposición.

Bachar el Asad heredó el poder de su padre, Hafez, en el año 2000, acompañado de una tímida esperanza aperturista. Sin embargo, en cuanto comenzaron las protestas a favor de reformas democráticas en 2011, desató todo el poder del aparato represivo. Miles de opositores políticos fueron secuestrados y muchos fueron asesinados en prisión; las localidades donde hubo conatos de rebelión fueron arrasadas hasta los cimientos.

Diversas ONG han documentado la muerte de al menos 157.000 civiles a manos de las fuerzas progubernamentales durante la guerra y la Red Siria para los Derechos Humanos ha registrado la desaparición de 177.000 personas durante el Gobierno de Bachar el Asad, lo que convierte al sirio en uno de los regímenes más mortíferos del siglo XXI.

Las fotografías del Damascus Dossier son una secuela de las imágenes clandestinas extraídas de Siria en 2013 por el desertor conocido como César (Farid al Madhan, como se revelaría años después), quien trabajaba en la misma unidad que el coronel Muhammad. Esas imágenes, que probaban la tortura sistemática en las cárceles sirias, desencadenaron procesos judiciales, sanciones internacionales y el primer juicio por tortura contra el régimen de El Asad, que llevó en 2020 a la cadena perpetua para el ex coronel Anwar Raslan y a cuatro años y medio de prisión para el exoficial Eyad al Gharib por complicidad en crímenes contra la humanidad. El régimen negó la autenticidad de esas fotos, que según declaró César a fiscales internacionales, debían tomar los funcionarios sirios a los cadáveres para demostrar la muerte de los opositores y para expedir certificados de defunción, a menudo con causas de muerte falsas o genéricas.

Aquellas fotos solo cubrían los dos primeros años de guerra civil, pero las torturas y asesinatos en las prisiones sirias siguieron hasta el final de los días de la dictadura, como demuestra ahora el Damascus Dossier.

Detrás de cada imagen hay método y burocracia. A medida que cada prisionero fallecía, era trasladado, fotografiado y catalogado. Los cuerpos llegaban en furgonetas y eran descargados en las áreas refrigeradas o simplemente en el suelo del Hospital Militar de Harasta, o en menor medida del de Tishreen, ambos en Damasco. Un fotógrafo militar, que solía llevar botas de goma o cubiertas quirúrgicas en los pies (visibles en algunas imágenes), tomaba las fotos del cuerpo desde múltiples ángulos en apenas unos segundos —según muestran los metadatos de las fotografías— antes de pasar al siguiente cadáver.

En casi todos los casos, el número del detenido estaba escrito en una tarjeta blanca colocada sobre su cuerpo, escrito con rotulador en su brazo, pierna, torso o frente, o superpuesto en la foto. Las fotografías eran archivadas en carpetas digitales meticulosamente organizadas. Para cada foto hay un número del preso, el nombre del fotógrafo, la fecha de toma de la imagen, el sector del ejército sirio bajo cuya custodia se encontraba y, en la mayoría, el certificado de defunción. Una copia impresa de cada fotografía se adjuntaba al archivo del preso destinado a la justicia militar, algo que, según el coronel Muhammad, tenía como objetivo “dar legitimidad” a las muertes.

Un equipo de los reporteros involucrados en la investigación del material filtrado, que empezó a trabajar hace más de ocho meses, ha analizado en profundidad 540 fotografías donde se ven al menos 565 cuerpos. En el 75% de los casos las víctimas tienen evidentes signos de inanición y en el 65%, lesiones físicas. Más de la mitad presenta heridas en la cabeza, la cara o el cuello. Muchas están desnudas. Y, sin embargo, “paro cardiorrespiratorio” es la causa de muerte oficial en casi todos los certificados de defunción firmados por los médicos del Hospital Harasta, lo que en palabras del fiscal general alemán Jens Rommel sirve “para ocultar las circunstancias exactas” de la muerte de los presos. Esta cooperación de muchos doctores en el aparato represivo sirio ya fue denunciada por la ONU en un informe de junio del año pasado.

“Se trata de crímenes sistemáticos que requieren un nivel considerable de organización”, comenta el fiscal Rommel, preguntado por las torturas y asesinatos cometidos durante el régimen de El Asad. “Pero, en última instancia, siempre son personas quienes cometen estos crímenes, aunque estén integradas en una jerarquía, aunque su contribución individual parezca pequeña. Sin la contribución de todos estos individuos, los crímenes no podrían cometerse a esta escala”.

Eichmann en Damasco

A pesar del claro esfuerzo de los funcionarios sirios de reducir las víctimas a números y ocultar la causa de su muerte, hay algunos nombres asociados a las fotografías. El ICIJ y NDR han conseguido encontrar al menos 1.200 nombres y apellidos de fallecidos y detenidos entre las imágenes y los archivos filtrados de los servicios secretos. Ese listado ha sido compartido con la Red Siria de Derechos Humanos; Ta’afi, una iniciativa que ayuda a las víctimas de las torturas del régimen sirio, y con el Centro Sirio de Investigación y Estudios Legales. También ha servido para contactar con algunos familiares de personas que se daban por desaparecidas.

Thaer al Najjar, de 57 años y residente en Damasco, es uno de ellos. Llevaba 13 años buscando a su hermano mayor, Imad. Juntos se unieron a la rebelión armada contra El Asad a finales de 2011, cuando las fuerzas del régimen empezaron a disparar contra los manifestantes. Un día, los agentes de seguridad irrumpieron en su casa y se llevaron a dos hermanos de Thaer a la cárcel. Uno de ellos fue liberado a la semana, con el cuerpo lleno de moratones, y, según relata al Najjar, murió pocos días después.

En los archivos del Damascus Dossier se encuentra el certificado de defunción del otro hermano, Imad, del que hasta ahora no había tenido noticias: murió en cautiverio diez días después de la redada en su casa, según consta en el certificado de defunción. Este documento es la primera evidencia que la familia ha recibido de la muerte de Imad. “Las desapariciones forzosas no son solo una violación de derechos individuales, sino que provoca un daño colectivo a las familias y las comunidades, con consecuencias psicológicas, sociales, económicas y legales”, denuncia la Red Siria de Derechos Humanos.

Las familias contactadas por el Consorcio coinciden en que certificar el fallecimiento de su ser querido suele ser el comienzo de un proceso, no el final, ya que en muchos casos no saben dónde está su cuerpo. Algunos creen que sus familiares pueden yacer en las fosas comunes alrededor de Damasco.

El régimen de Asad llevó a cabo un esfuerzo sistemático para ocultar al mundo la tortura y el asesinato de sus propios ciudadanos. Periodistas implicados en esta investigación han analizado imágenes de satélite y hablado con fuentes que prueban que en el Hospital de Harasta, una vez fotografiados, los cadáveres eran metidos en bolsas negras y cargados en camiones frigoríficos. Una fuente militar, que asegura haber presenciado el proceso, explica que los camiones partían de noche hacia la cercana autovía M5. Y los cuerpos se depositaban en fosas comunes del extrarradio de Damasco, como la hallada en Qutayfah. Con todo, una reciente investigación de Reuters descubrió que, periódicamente, esta fosa común era abierta y los restos extraídos y llevados a otra fosa mayor en pleno desierto.

Pero, ¿cómo casa esta voluntad de hacer desaparecer todo rastro físico de los presos muertos con la práctica sistemática de fotografiarlos? ¿Por qué el régimen sirio documentaba burocráticamente sus violaciones de derechos humanos?

“El régimen nazi actuaba de manera muy similar, documentando a todo el que asesinaba”, afirma a este periódico el escritor e investigador Elia Ayoub. “Por un lado, tiene que ver con que estos regímenes se ven como intocables y eternos, nunca van a caer ni a rendir cuentas.

Por otro lado, está el argumento de Hannah Arendt, que también han sostenido otros, como el intelectual sirio Yassin al Haj Saleh, de que no puede existir un régimen totalitario o fascista sin burocracia”. Esta burocracia es necesaria para coordinar todos los engranajes de la maquinaria de exterminio, y la multiplicación de engranajes es necesaria para separar lo máximo a los verdugos de sus víctimas. “Tú, como funcionario, solo te concentras en tu pequeño rol. Vas a trabajar, tomas un café, hablas con tus colegas de oficina. La mayoría de los funcionarios que engrasan esta maquinaria, que ha hecho desaparecer y ha asesinado a cientos de personas, no necesitan pensar más allá de su rol inmediato”, sostiene Ayoub. De esta manera, los fotógrafos, los médicos, los conductores de camión, los carceleros, pueden alegar, como hizo el nazi Adolf Eichmann en su juicio, que son “pequeños engranajes de la maquinaria” y que se limitan a “cumplir órdenes”.

El daño emocional

Lo primero que hicieron cientos de sirios tras la caída del régimen hace un año fue acudir a las cárceles recién abiertas. Las imágenes de los sirios buscando a sus familiares en Saidnaya, la prisión de los horrores, dieron la vuelta al mundo. Pero la mayoría de ellos volvieron con las manos vacías.

Entre ellos estaba también Thaer al Najjar, el residente en Damasco con el que contactó el ICIJ tras encontrar el certificado de fallecimiento de su hermano en la filtración. “Entramos en las celdas. Imad era pintor, así que mirábamos en los muros, a ver si descubríamos alguna de sus pinturas”, relata en una entrevista con los reporteros del ICIJ. Al no hallar noticias de él, perdió la esperanza. Ahora, con el certificado de defunción hallado en el Damascus Dossier, al menos sabe lo que ocurrió. Sin embargo, no tiene intención de contárselo a su madre, de 90 años. Ella aún sueña con que su hijo mayor regresará a casa algún día, y Thaer no puede soportar arrebatarle esa ilusión.

El colapso del régimen de El Asad provocó “un enorme terremoto psicológico y emocional” para las familias de los fallecidos o detenidos, explica ahora Habib Nassar, alto funcionario de derechos humanos de la Institución Independiente de las Naciones Unidas sobre las Personas Desaparecidas en Siria. La apertura de las prisiones, dijo, fue “también el momento en que decenas de miles de familias se dieron cuenta de que sus seres queridos podrían no volver nunca”.

Un año después, las familias en duelo siguen luchando contra la falta de información sobre las personas que desaparecieron en la vasta red de prisiones del régimen. Muchos dicen que se sienten abandonados por el nuevo Gobierno del país y exigen medidas inmediatas, pero los funcionarios y los investigadores afirman que podría llevar más de una década encontrar respuestas.

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