Las dos caras del dilema energético alemán

El último pueblo nuclear y el primero autoabastecido con renovables ilustran los desafíos de un país que ha tenido que buscar alternativas al gas ruso barato tras la invasión de Ucrania

Vista de la central nuclear en proceso de desmantelamiento en Neckarwestheim (Alemania).ÓSCAR CORRAL

Jochen Winkler saluda al pasar junto a los operarios que se afanan en arreglar un pequeño desperfecto y abre las puertas del auditorio de Neckarwestheim, un pueblo a orillas del río Neckar rodeado de viñedos y tierras de labranza. “Tiene capacidad para 1.000 personas”, afirma con un punto de orgullo. El edificio, de factura moderna y casi tan largo como el campo de fútbol adyacente, desentona en una localidad de 4.200 habitantes. Tiene hasta aparcamiento subterráneo, añade Winkler, el alcalde...

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Jochen Winkler saluda al pasar junto a los operarios que se afanan en arreglar un pequeño desperfecto y abre las puertas del auditorio de Neckarwestheim, un pueblo a orillas del río Neckar rodeado de viñedos y tierras de labranza. “Tiene capacidad para 1.000 personas”, afirma con un punto de orgullo. El edificio, de factura moderna y casi tan largo como el campo de fútbol adyacente, desentona en una localidad de 4.200 habitantes. Tiene hasta aparcamiento subterráneo, añade Winkler, el alcalde: “Es producto de la época dorada. Esos tiempos terminaron. Ahora somos un pueblo normal”.

Durante varias décadas, Neckarwestheim, a 50 kilómetros al norte de Stuttgart, fue conocido en Alemania como “el pueblo atómico”. A escasos centenares de metros de las casas se alza la central nuclear del mismo nombre, construida en 1976 y ampliada con una segunda unidad en 1989. Llegó a dar trabajo a 1.200 personas, 200 de ellas oriundas de la localidad, y llenó —gracias a los impuestos— las arcas municipales. Así consiguió este municipio un auditorio que sería la envidia de una ciudad mediana, un edificio multiusos para las asociaciones locales, instalaciones deportivas de primer nivel y hasta una red de guarderías públicas en la que nunca han faltado plazas.

La decisión de Alemania de poner fin a la era de la energía nuclear apagó el característico humo blanco de Neckarwestheim en abril de 2023. Junto con Isar II, en Baviera, y Emsland, en Baja Sajonia, produjo el último kilovatio hora nuclear de un país que llegó a tener 17 reactores simultáneamente en funcionamiento. Cubrían hasta la tercera parte de la demanda de electricidad. Ni la crisis energética desatada por la invasión rusa de Ucrania desvió a Berlín del rumbo marcado más de una década antes, en tiempos de Angela Merkel. En 2011, la canciller democristiana decretó el apagón nuclear apenas tres meses después del accidente de Fukushima.

Jochen Winkler, alcalde de Neckarwestheim, frente al auditorio construido con los impuestos generados por la central nuclear.ÓSCAR CORRAL

La central vertebró la vida en el pueblo durante casi medio siglo, explica Winkler, de 49 años, un independiente que fue reelegido alcalde el año pasado con el 99% de los votos. Más allá de lo material —daba trabajo y nutría de clientes a los comercios y hoteles de la zona—, formaba parte del paisaje diario. Aún lo hace, porque tardará entre 10 y 15 años en ser desmantelada. Desde la mayoría de calles se atisban las cúpulas de los reactores. “Muchos aquí han vivido el cierre con tristeza y con inquietud por el elevado precio de la energía”, asegura el alcalde. A él le corresponde ahora la tarea de gestionar las instalaciones de los “años dorados” con una décima parte de los ingresos: “Hemos vivido bien; ahora toca ajustarse el cinturón”.

Los desafíos a los que se enfrenta el último pueblo atómico son el reflejo de la crisis energética que afecta a la primera economía de Europa. La guerra en Ucrania y la pérdida del gas ruso que llegaba a través del gasoducto NordStream han complicado la transición a una economía baja en carbono y han colocado a Alemania en una encrucijada.

El mundo aplaudió a Berlín cuando fue capaz de buscar alternativas al gas ruso con rapidez, pero ahora se pone en cuestión su política energética, que está afectando a la competitividad de sus empresas. La subida de los precios de la energía y la inflación han sido el caldo de cultivo de un descontento que se traslada a las urnas. Los alemanes votan un nuevo Parlamento el 23 de febrero y la formación de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD) conseguiría el segundo puesto, según las encuestas.

Dos viviendas con paneles solares en Neckarwestheim (Alemania).ÓSCAR CORRAL

Berlín se marcó un objetivo ambicioso: la neutralidad climática en 2045. Muchas voces se cuestionan si puede conseguirlo sin energía nuclear y con las renovables aún en expansión. Algunos expertos en energía, como Philipp Jäger, de la oficina en Berlín del Centro Jacques Delors, son optimistas: “En comparación con otros países, Alemania está en una trayectoria bastante buena, especialmente en la descarbonización de su sector energético. La electricidad es cada vez más barata, más ecológica y más abundante, y los indicadores para los próximos años parecen prometedores”. En su opinión, es el discurso político el que peca de pesimismo, por estar el país inmerso en campaña electoral.

Jäger muestra uno de esos indicadores positivos: el número de permisos concedidos para instalar aerogeneradores. En el gráfico, que compara varios países, entre ellos España, se aprecia cómo a partir de 2022 —cuando el Gobierno tripartito de Olaf Scholz introdujo reformas— la línea de Alemania se dispara hacia arriba.

Pero a ciudadanos como Isolde, que prefiere no dar su apellido, les preocupa el aquí y ahora. Se mudó a Neckarwestheim en 1981, cuando la central ya estaba operativa. Nunca tuvo miedo de vivir a tiro de piedra de un reactor, ni siquiera tras el desastre de Chernóbil, en 1986, que marcó profundamente a toda una generación de alemanes y fue la semilla del movimiento antinuclear más potente de Europa. “Mire, si esto explotara, es lo mismo estar aquí o a 50 kilómetros”, dice con tono burlón a la salida de la única cafetería del pueblo. Cuando se le menta la política energética de Berlín, sacude la cabeza: “Me parece una estupidez lo que hemos hecho. Hemos abandonado una energía y no tenemos preparada la otra, y ahora la compramos más cara en el extranjero”.

Alemania produjo con combustibles fósiles las dos terceras partes de la energía total que consumió en 2024. La generación de electricidad es cada vez más verde —el año pasado se alcanzó un hito, una cuota del 62,7% de energías renovables, el mix más limpio de la historia, según el Instituto Fraunhofer—, pero el sector industrial sigue siendo muy dependiente de los hidrocarburos.

Cuando el gas ruso dejó de fluir por los gasoductos, Alemania construyó en tiempo récord regasificadoras en su costa para recibir barcos metaneros cargados de gas natural licuado (GNL). No fue barato. A pesar de las ayudas que han ayudado a amortiguar el golpe, las empresas pagan la energía más cara que cuando llegaba por tubo. En una encuesta reciente, más de la mitad de las compañías se quejaban de que la transición energética perjudica su competitividad.

En Schönau, un pintoresco pueblo en plena Selva Negra, la cuestión no es si Berlín se ha equivocado con el apagón nuclear, sino por qué ha tardado tanto en hacerlo. La otra cara del dilema energético alemán se halla a solo 220 kilómetros al sur de Neckarwestheim, en el mismo Estado federado de Baden-Wurtemberg. Al enfilar la carretera que serpentea junto al río Wiese sorprende ver la cantidad de tejados a dos aguas típicos de la zona cubiertos de placas solares. Lo está hasta la cubierta de la iglesia, monumento protegido, el primero en funcionar como una instalación fotovoltaica en Alemania.

Iglesia vecinal en el pueblo de Schönau (Alemania), que intenta autoabastecerse con energía limpia.ÓSCAR CORRAL

La prensa de la época bautizó como “los rebeldes eléctricos” al grupo de jóvenes activistas liderados por Michael y Ursula Sladek que, hartos de la empresa que gestionaba la red, montaron una cooperativa para comprarla y tratar de ser autosuficientes con electricidad renovable. Costó años de lucha, varios referéndums y disputas en los tribunales, pero esta localidad de 2.400 habitantes a una hora en coche de Basilea se convirtió hace 30 años en la primera que pudo recuperar la propiedad de su red. Hoy es un símbolo de la lucha por el suministro energético independiente y decenas de pueblos y ciudades, incluida la capital, Berlín, han seguido sus pasos.

Sebastian Sladek conduce su coche Tesla a velocidad de vértigo por una estrecha carretera de montaña para subir a “las mejores vistas” de Schönau. Incluso con lluvia y el cielo encapotado, el paisaje es magnífico. Desde allí señala las placas fotovoltaicas, la central hidroeléctrica, el aerogenerador, la planta de biogás... Todo lo que gestiona BWS, la cooperativa que ha continuado el sueño de sus padres y ahora tiene 160.000 clientes por toda Alemania. Él es uno de los miembros de la junta directiva. “Hemos demostrado que se puede producir energía limpia y tener beneficios”, asegura. Beneficios que están limitados (a un 3%), así como el número de acciones que puede acumular una sola persona.

Sebastian Sladek, miembro de la dirección de la compañía energética EWS en Schönau (Alemania).ÓSCAR CORRAL

Sladek tenía 9 años cuando ocurrió el accidente de Chernóbil, pero dice que recuerda perfectamente el pánico que se desató en su pueblo: “Había policías en el mercado confiscando fruta y verdura, y las madres buscaban leche de fórmula producida antes del desastre. Mis padres y otros vecinos se preguntaron: ¿Y ahora qué hacemos? Creíamos que la energía nuclear es segura, nos habían dicho que era segura”, recuerda. Sladek mantiene que el apagón es lo mejor que ha podido hacer Alemania: “La explosión ocurrió a 2.500 kilómetros de aquí y aún hoy si sales de caza hay que ir con un contador Geiger para comprobar si está contaminado”.

Mantener los reactores abiertos “habría tenido un pequeño efecto positivo en los precios, pero no hay que sobreestimarlo”, dice Jäger. Los últimos tres apenas producían el 6% de la electricidad. ¿Podrían volver a ponerse en marcha con un Gobierno liderado por el democristiano Friedrich Merz? “Los conservadores son más favorables a la nuclear, y hablan de ‘neutralidad tecnológica’ [...], pero creo que la retórica de la CDU/CSU se va a quedar solo en eso, en retórica durante una campaña electoral. Dar marcha atrás a la decisión sería caro y difícil, algo que en privado todos los políticos admiten”, añade.

Gottfried Kazenwadel, productor de vino en Neckarwestheim (Alemania).ÓSCAR CORRAL

En su granja a las afueras de Neckarwestheim, el viticultor Gottfried Kazenwadel lamenta el fin de la época de vacas gordas. Pero el apagón nuclear era necesario, dice, y no tiene marcha atrás. Acusa a los políticos de falta de preparación. “La energía se produce en el norte pero la industria está en sur. Ese es el gran problema de Alemania”, coincide el alcalde de Neckarwestheim. El tan necesario enlace eléctrico norte-sur se está construyendo ahora pese a ser una pieza clave de la infraestructura energética del país.

En la campaña se habla mucho de inmigración, pero Winkler cree que la energía también decide votos. Teme que los partidos populistas saquen rédito del enfado que ha generado la errática política energética de los últimos años: “Es cierto que el Gobierno se ha enfrentado a crisis fuera de su control, como la guerra de Ucrania, pero han querido imponer una transición energética apresurada. AfD seguirá creciendo a menos que los políticos en Berlín empiecen a resolver el problema”.

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