Muere a los 96 años Jean-Marie Le Pen, fundador del Frente Nacional e inspirador de la ultraderecha europea
El líder del partido durante casi 40 años fue excluido por su hija Marine hace una década por su radicalismo y comentarios filonazis y homófobos. Anticipó la deriva autoritaria, populista y xenófoba que recorre hoy la democracia global
El político ultraderechista francés Jean-Marie Le Pen ha muerto este martes a los 96 años. Le Pen fue el fundador del partido de extrema derecha Frente Nacional, desde 2011 en manos de su hija Marine y renombrado como Reagrupamiento Nacional (RN) en un intento de borrar parte del pasado que lo unía inexorablemente a colaboracionistas, neonazis y torturadores en la guerra de Argelia, conflicto que se encuentra en la base de su creación. Le Pen estaba enfermo desde hacía tiempo. El pasado diciembre, su hija Marine explicaba a este periódico que, tras varias entradas y salidas del hospital, parecía más estable. “Pero qué quiere que le diga, es un hombre de 96 años. Es lo que le toca”, revelaba sin mucho entusiasmo su hija menor y sucesora, con quien estuvo años sin hablarse por las discrepancias sobre cómo debía evolucionar la formación. Marine quería un partido más abierto, mainstream, que renegase de los orígenes más oscuros del Frente Nacional. Era imposible con él. En 2015 lo expulsó provocando un cisma familiar, pero también el despegue definitivo del que se ha convertido en el primer partido de Francia con más de 10 millones de votos en las últimas elecciones.
Jean-Marie Le Pen, hijo ideológico de la guerra colonial, fue un pionero, un adelantado a su tiempo que anticipó la deriva autoritaria, populista y xenófoba que recorre hoy la democracia global. Levantó antes que nadie la bandera del populismo, de la ultraderecha, la intransigencia, del odio al inmigrante. También de la agresividad en el discurso político, en una comunicación ágil y violenta, que él mismo escribía y repasaba concienzudamente (François Mitterrand pensaba que solo había dos grandes oradores en la política francesa: él mismo y Jean-Marie Le Pen). Nada de lo que intoxica hoy la política podría explicarse sin él, el hombre que fue capaz de fundar un partido junto a colaboracionistas, neonazis ―como Pierre Bousquet, exmiembro de las SS― y antiguos terroristas de la OAS, la organización contraria a la salida francesa de Argelia que intentó asesinar al presidente de Francia Charles de Gaulle.
El mismo partido, sin embargo, logró convertirse en un fenómeno nacional en 2002, cuando provocó un terremoto político al pasar Jean-Marie Le Pen de forma inesperada a la segunda vuelta de las presidenciales, dejando fuera al socialista Lionel Jospin. Pese a que fue derrotado por un amplísimo margen por el entonces presidente francés, Jacques Chirac, que cosechó el 82% de los votos, la irrupción de un candidato considerado de ultraderecha, que nunca había ocultado su antisemitismo y reivindicaba a la Francia colaboracionista, causó una profunda conmoción en grandes capas de la sociedad francesa. La ultraderecha, después de los años convulsos de la II Guerra Mundial y la posguerra, tenía ya un pie de nuevo dentro de las instituciones. Y la puerta, además, quedaba en adelante abierta para el resto.
Le Pen, condenado 25 veces por sus salidas de tono, nunca quiso gobernar. “Soy un hombre de oposición”, solía decir. De combate. Esa es la paradoja que quiso superar su hija modificando el discurso que había elaborado su padre y renegando de cierto pasado. Pero el principal pilar, el que transformaría definitivamente el esquema político, estaba construido. Le Pen anticipó la ruina de la clase obrera, el desencanto de la clase media y el miedo a la inmigración. Entendió antes que nadie que había un electorado latente en una clase trabajadora empobrecida y asustada por la llegada de la inmigración que, supuestamente, iba a quedarse con sus empleos. La ultraderecha debía reconfortarles, ir a sus barrios, esperarles a la salida de la fábrica para hablarles directamente al estómago. Así, viajando a zonas degradas de ciudades obreras como Marsella, forjó parte de su discurso y alimentó el crecimiento del partido entre los sectores más populares.
Las ideas venenosas de Jean-Marie Le Pen sobre inmigración y seguridad, todavía difíciles de pronunciar en un Parlamento democrático a comienzos del siglo XXI, se forjaron durante sus años como voluntario en la guerra de Indochina, donde realizó más de 200 saltos en paracaídas, o en la guerra de Argelia. Hoy, sin embargo, su ideología extremista figura de una forma u otra en el programa de partidos que recogen millones de votos y han logrado modificar la visión de gran parte del continente sobre este fenómeno. Su manera de comunicar, la aversión por determinadas élites y su idea de la Europa de las naciones continúa vigente en muchos partidos de matriz ultraderechista que ahora gobiernan en países como Italia o aspiran a hacerlo en otros Estados, como la propia Francia. “La lucha contra el hombre ha acabado, pero continúa la lucha contra el racismo, la islamofobia y el antisemitismo que él propagó”, publicó en la red social X Jean-Luc Mélenchon, líder del partido de izquierdas La Francia Insumisa.
El partido, fundado en 1971, no ha dejado de ampliar su base. Le Pen, hijo de pescador y costurera que tuvo que buscarse la vida muy joven para pagarse los estudios de derecho, fue candidato a la presidencia de la República en cinco ocasiones y desde entonces ha ido ganando más peso en cada elección, convirtiéndose en una fuerza clave que incluso condicionó la caída del breve Gobierno de Michel Barnier en diciembre pasado y que amenaza con tumbar también al actual del primer ministro François Bayrou. Después de décadas de ostracismo, el RN es una formación dominante en la política francesa y está más cerca que nunca de alcanzar el poder, algo que nunca consiguió Jean-Marie en los años en que todavía se aplicaba el cordón sanitario (Chirac rechazó debatir con él en 2002) y el Frente Nacional no gozaba de alianzas ni entrevistas en la prensa.
La implantación y proceso de desdiabolización de un partido de origen antidemocrático fue en aumento y quizá sea solo comparable al que tuvo el Movimiento Social Italiano (MSI), fundado por fascistas en Italia y cuyo camino de reintegración en la sociedad que les había expulsado en los años de la dictadura de Benito Mussolini alcanzó su cenit con el triunfo de los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni. No es casualidad que ambos partidos luzcan la llama del logotipo original del MSI y que remite a los tiempos del fascismo.
Jean-Marie Le Pen est mort.
— Jordan Bardella (@J_Bardella) January 7, 2025
Engagé sous l’uniforme de l’armée française en Indochine et en Algérie, tribun du peuple à l’Assemblée nationale et au Parlement européen, il a toujours servi la France, défendu son identité et sa souveraineté.
Je pense aujourd’hui avec tristesse à…
Su hija Marine, al frente de la formación, ha alcanzado la segunda vuelta electoral en dos ocasiones, en los años 2017 y 2022. En ambos ha sido derrotada por el actual presidente del país, Emmanuel Macron, que el martes también se pronunció de forma aséptica sobre el finado. “Es una figura histórica de la extrema derecha y desempeñó un papel en la vida pública de nuestro país durante casi 70 años, algo que ahora la historia deberá juzgar”.
El juicio, sin duda, será amplio. Y tendrá múltiples facetas. Francia siguió apasionada durante años los enredos, peleas y reconciliaciones de los Le Pen, su clan político más famoso. Una tribu amplia, histriónica y volcánica que hizo del odio una forma de relación familiar en la mansión del Parque de Montretout en Saint-Cloud, donde pasó sus últimos años. El patriarca aprovechó su 90 cumpleaños, en 2018, para reconciliarse con dos de sus tres hijas, con las que había dejado de hablarse. También con su exesposa PIerrette que, cuando decidió dejarle, no solo posó desnuda en Playboy para humillarle, sino que se llevó el ojo de cristal de su marido, que usaba después de perder el suyo durante la guerra de Argelia. Jean-Marie respondió robando la urna con las cenizas de la madre de Pierrette. La disputa se saldó con un armisticio en el despacho de sus abogados, donde intercambiaron ojo por urna.
El problema con las hijas, algo menos circense, siempre fue político. O más bien territorial. Cuando Marie-Caroline, la primogénita y sucesora designada, respaldó a Bruno Mégret contra Jean-Marie Le Pen en una guerra interna del partido, su padre dejó de hablarle. Cuando Marine iniciaba su carrera hacia la presidencia, el 1 de mayo de 2015, Jean-Marie saltó al escenario donde hablaba su hija y, envuelto en un abrigo rojo, empezó a brincar y gesticular hasta reventar el acto. La hija expulsó del Frente Nacional al padre años más tarde. Pero el problema, se demostró, era más bien de estrategia y oportunidad política.
En 1987, el patriarca Le Pen declaró que las cámaras de gas utilizadas por los nazis eran “un detalle de la historia de la II Guerra Mundial”, motivo por el que fue condenado por la justicia, una de las múltiples sentencias por sus polémicas declaraciones a lo largo de su extendida carrera. El problema, o el problema para su hija, es que nunca se retractó. En una entrevista publicada en EL PAÍS ese mismo año, tampoco renegó de las torturas que perpetraron las fuerzas armadas francesas durante la guerra de Argelia, que se prolongó entre 1954 y 1962. Él no las llamó torturas, sino “interrogatorios musculosos”. Aseguró entonces que, como paracaidista en la guerra, no participó en estos interrogatorios, pero no por principios, sino porque no hubo ocasión. El partido que fundó, cuyo apellido mantiene intacto el hilo narrativo con aquel pasado, es hoy el más votado de Francia.
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