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Husam, un palestino que lo ha perdido todo en la guerra y que se ha visto obligado a mudarse en los últimos meses siete veces, cuenta por medio de 'whatsapps' el día a día en una tienda de campaña de él y su familia

Mensajes desde Gaza

Husam, un palestino que lo ha perdido todo en la guerra y que se ha visto obligado a mudarse en los últimos meses siete veces, cuenta por medio de ‘wasaps’ el día a día en una tienda de campaña de su familia

Antonio Jiménez Barca

Hace unas semanas, por medio de un conocido, obtuve el contacto de Husam, un palestino que vive en Gaza. Yo llevaba muchos días tratando de encontrar a alguien que pudiera contar de primera mano lo que pasa allí. En cuanto recibí el wasap con el número, le escribí otro a Husam, al que yo no conocía de nada y del que solo sabía su nombre y que hablaba español. Era como lanzar al mar un mensaje en una botella. Lo envié el viernes 14 de junio a las 11.45, desde un Madrid en primavera. La respuesta me llegó, desde una Gaza en guerra, a las cuatro y media de la tarde de ese mismo día. Fue como recibir de vuelta otro mensaje metido en una botella.

Pronto descartamos hablar por teléfono: la fragilidad de internet en Gaza volvía imposible una conversación normal. Pactamos otra forma de comunicarnos, una variante moderna de las viejas cartas remitidas entre personas que viven muy lejos: yo le enviaría preguntas por escrito por WhatsApp y él me respondería, cuando pudiera, por medio de textos o de audios. Yo deseaba que él me contara su vida. Él —yo lo iba a descubrir en seguida— necesitaba contármela.

MI VIDA ANTES DE ESTO

Los primeros días supe que Husam tiene 54 años, que está casado, que es padre de cinco hijos, que estudió Empresariales en Madrid y que por eso habla ese español tan dulce, que trabajó en bancos, que regentaba su propia empresa de importación de ropa y que su mujer, Suhaila, de 42 años, también trabajaba en su propio negocio elaborando comidas y postres; que su hijo mayor, Ghazy, de 24 años, se había graduado el año pasado, que su segundo hijo, Hazem, de 22, estudiaba tercer año de Administración de empresas; que la tercera, Hala, de 18, su única hija, acababa de entrar en la universidad, en octubre, para estudiar Tecnologías de la Información; que sus dos hijos menores, Mohamed, de 14, y Youssef, de 12, iban al colegio; que vivían todos, más la madre de Husam, en el campamento de refugiados de Al Shati, en Ciudad de Gaza. Y que su día a día no era muy distinto que el de cualquier padre de familia. Del mío, por ejemplo.

Todo esto se hizo añicos el 7 de octubre pasado, cuando Hamas, en un ataque terrorista sorpresa mató a cerca de 1.200 personas y secuestró a otras 250. Husam, que prefiere que no aparezca su apellido por razones de seguridad, recuerda perfectamente esa mañana en la que todo cambió. Me lo dejó apuntado en uno de los mensajes que llegaban periódicamente y en los que, mensaje a mensaje, me iba contando su vida entera.

Más de nueve meses después del 7 de octubre, esta familia llena de universitarios y con dos empresas propias duerme en una tienda de campaña en el campo de refugiados de Deir al Balah, junto a la playa y el mar donde, todas las mañanas, Husam y sus hijos se bañan para espantar la melancolía, huir del calor y prevenir las enfermedades de la piel. Se han visto obligados a cambiar de ubicación siete veces desde que abandonaron su casa en Ciudad de Gaza. No tienen nada excepto las ollas en las que guisan, la tetera en la que preparan el desayuno, los teléfonos móviles, la ropa que llevan puesta y cuatro cosas más, entre las que se cuenta la pequeña radio en la que Husam oye las noticias de la guerra que le rodea.

LA HUIDA

Al principio, Husam y los suyos desobedecieron el ultimátum dado por el ejército israelí para que toda la población del norte de Gaza se desplazara en masa hacia el sur. No hicieron caso a las octavillas lanzadas por los aviones de Israel conminándoles a marcharse. Ni a los mensajes y audios que, también remitidos por Israel, llegaban a sus móviles con la misma indicación. Aguantaron un mes. La cada vez más asfixiante cercanía de los bombardeos y la inminente invasión terrestre del ejército israelí forzaron a la familia a mudarse a casa de un amigo, aún en Ciudad de Gaza, cerca del hospital Al Shifa. Pero una bomba que cayó muy cerca de la casa del amigo dos días después convenció a Husam de que debía abandonar su ciudad. Lo hizo a pie, junto a su madre, de 79 años, su esposa y sus cinco hijos.

Desde entonces todo ha sido un continuo desplazarse, zarandeados por la guerra. De Gaza a Nuseirat, de Nuseirat a Rafah, de Rafah a Jan Yunis, de Jan Yunis al patio de la Universidad Al Aqsa, de la Universidad Al Aqsa de nuevo a Rafah y de Rafah a la playa de Deir al Balah. Siempre de acá para allá, poniéndose en marcha antes de que llegaran los soldados o cuando las bombas estallaban tan cerca que se asombraban de no haber muerto.

Han vivido en casas de amigos, de conocidos, de primos, en pisos de precios disparados por la inflación y la guerra y, por fin, en la tienda de campaña que compraron hace semanas por 700 dólares [643 euros]. Durante estos nueve meses la muerte en forma de bomba o de disparos les ha perseguido siempre, en una variante macabra del juego del ratón y el gato. El 8 de junio, el hijo mayor, Ghazy, se encontraba en el campo de refugiados de Nuseirat en el momento en que el ejército israelí desencadenaba una operación militar encaminada a rescatar a cuatro rehenes secuestrados por Hamás. Participaron cientos de soldados. El ataque se concentró en dos edificios. Hubo bombardeos desde el mar y desde tierra. El ejército israelí liberó a los rehenes, pero en la escaramuza murieron 274 de palestinos. Ghazy estuvo a punto de ser uno de ellos. Se escondió detrás de un coche junto a unos amigos mientras se convencía de que eran los últimos instantes de su vida. Grabó desde allí un audio que aún conserva.

Un día me llegó un vídeo de una explosión grabada en Jan Yunis por un amigo de un hijo de Husam el 20 de abril acompañado de una frase: “Una pequeña escena de lo que hemos vivido”. El día en que estalló esta bomba la familia de Husam se encontraba en Rafah, lejos de allí. Pero a la pregunta de si han presenciado bombardeos parecidos, Husam me respondió, simplemente: “Sí, muchas veces”.

Y otro día me advirtió en un mensaje de que la historia se repite: también sus padres, siendo niños, huyeron sin nada en 1948 junto a sus familias y otros cientos de miles de palestinos, abandonando sus pueblos obligados por el ejército israelí, en lo que se conoce como la Nakba, el desastre, en árabe. Las familias del padre y la madre de Husam dejaron las localidades de Jaffa y Hatta, respectivamente, y se refugiaron en Gaza. Su madre tenía entonces tres años y su padre cerca de 10, solo dos años más que los que tiene ahora Youssef, el más pequeño de los hijos de Husam. Este me cuenta las historias de su huida y me aclara que su padre le contaba a su vez historias parecidas. Los abuelos de Husam tenían tierras y negocios que perdieron al irse. Los padres emigraron a Kuwait, donde consiguieron darle la vuelta a la miseria, prosperar y procurarle una educación a Husam que, de nuevo, lo ha perdido todo, en una especie de bucle maldito que se repite de generación en generación.

LA VIDA ES ESTO

Para conectarse a internet y de paso responder a mis preguntas, Husam ha ido cada día a un café en Deir al Balah donde hay señal. No siempre, no a todas horas. Cuando hay señal, eso sí, y los teléfonos muertos recuperan la conexión y reciben mensajes, Husam siempre experimenta la misma sensación de miedo y de ahogo: teme que los nuevos mensajes traigan noticias de nuevas muertes de amigos, vecinos o familiares.

La vida en Deir al Balah se ha reducido a lo mínimo, a lo indispensable, a la mera supervivencia. Consiste, la mayor parte de los días, en buscar agua, en hacer fuego con astillas y leña, en preparar la comida y trasladarse al mercado de Deir al Balah en busca de algo para el día siguiente. La comida es muy cara. Un kilo de tomates y uno de patatas cuestan 10 euros en total. En enero, lo era aún más: un saco de harina de 25 kilos llegó a costar 250 euros; y uno de arroz, 25 euros, lo mismo que uno de azúcar. Husam cuenta también que un paquete de cigarrillos cuesta 500 dólares y que solo los ladrones que roban en los pisos o en las escuelas o se apropian de las ayudas internacionales pueden adquirirlos. Estas ayudas de comida que entran por los puertos o por tierra no alcanzan para todos. Y a veces hay que pagarlas debido a la corrupción, según denuncia Husam. Las que se envían en paracaídas caen donde caen y hay que tener suerte para que te llegue alguna. Husam nunca ha visto nada de esa ayuda. La familia casi ha agotado los ahorros que guardaba en su cuenta corriente en comprar comida mala y cara, la mayoría de las veces latas de conserva. Llevan dos meses sin probar la carne o el pescado. Hay días que han comido pan y queso solamente. Para comprar, Husam se desplaza muchos días con sus hijos al mercado en un carromato tirado por un burro agobiado. El trayecto le cuesta lo que le costaría un taxi. Le pedí que me enviara vídeos. En uno se le ve a él y a su hijo mayor subidos al carromato. En el otro, sale el mercado de Deir al Balah.

El hijo mayor está desesperado por emigrar, la mujer sueña con montar un negocio propio en España, la hija Hala se lamenta de no haber podido vivir la experiencia universitaria, la madre, agotada, vive con otro hermano mayor en un piso cercano y se pasa el día llorando y rezando, y el pequeño Youssef se acuerda a menudo de un profesor suyo, muerto recientemente en un bombardeo, y sufre pesadillas cuando duerme porque sueña con bombas. Toda la familia está desesperada, exhausta y desesperanzada, según describe Husam, que a veces les cuenta a sus hijos cómo era su vida de joven en España, cómo iba al cine o de juerga por las noches y lo mucho que le gustaba la horchata. No lo hace por comparar una vida y otra, especifica, porque eso sería muy cruel con sus hijos y con él mismo, sino para contar una historia lejana y un poco exótica. Todo el día oyen pasar aviones de reconocimiento israelíes y su zumbido agobiante les aterra porque temen que en cualquier momento puedan lanzar una bomba que les reviente. No esperan mucho del futuro. Se levantan muy pronto y se acuestan con el sol, después de haber cenado los tomates o el queso o la lata de cada día. Y parecería que no hay nada más. Pero es mentira, porque a veces, la vida despreocupada de antes, la de siempre, se cuela extrañamente entre toda esta desgracia, como cuando vieron junto a otros muchos ocupantes del campo la final de la Champions y todos celebraron con gritos de júbilo los goles de la victoria del Real Madrid.

Créditos

Formato: Brenda Valverde Rubio
Diseño: Fernando Hernández
Desarrollo: Carlos Muñoz y Alejandro Gallardo
Edición y grafismo de vídeo: Julia Jiménez Torres
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De arriba abajo y de izquierda a derecha: Ghazy, el día de la fiesta de su graduación, Hazen, el segundo hijo, Hala y el pequeño Youssef. Todas somn fotos de antes de la guerra.
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De arriba abajo y de izquierda a derecha: Ghazy, el día de la fiesta de su graduación, Hazen, el segundo hijo, Hala y el pequeño Youssef. Todas son fotos de antes de la guerra.

Foto de la familia de Husam, hecha en 2023, el día en que se graduó en la Universidad su hijo mayor Ghazy.
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Foto de la familia de Husam, hecha en 2023, el día en que se graduó en la universidad su hijo mayor, Ghazy.

Mohamed, Husam, Suhaila y Ghazy, en su casa, antes de la guerra.
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Mohamed, Husam, Suhaila y Ghazy, en su casa, antes de la guerra.

Tiendas de campaña del campo de refugiados de Deir al Balah, donde vive Husam.

Todas las localizaciones donde se han asentado Husam y su familia desde octubre.
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Todas las localizaciones donde se han asentado Husam y su familia desde octubre.

Explosión grabada por un amigo de un hijo de Husam, en Jan Yunis, en abril de 2024.

Hola. Buenos días, Antonio.

Te iba a decir una cosa...

Una persona normal no puede entender lo que ha pasado el 7 de octubre si no regresa a 1948.

Café de Deir Al Ballah desde donde Husam pouede tener acceso a internet.
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Café de Deir al Balah, desde donde Husam puede tener acceso a internet.

Youssef, Ghazy y Nohamed hacen fuego en Deir Al Ballah.
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Youssef, Ghazy y Mohamed hacen fuego en Deir al Balah.

Husam y Ghazy acuden al mercado de Deir al Balah en un carromato tirado por un burro.

Ambiente del mercado de Deir al Balah. Vídeo grabado en mayo por Husam.

Así hace la cena la familia de Husam por la noche, al lado de la tienda de campaña. Vídeo grabado en mayo.

Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.
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