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Cruzar el río Dniéper: Ucrania afronta una hazaña sin precedentes desde la II Guerra Mundial

La retirada rusa sitúa a las tropas de Kiev ante la difícil misión de desembarcar en la orilla oriental bajo el fuego del invasor

Una imagen aérea del pasado mayo muestra la ciudad de Jersón a orillas del río Dniéper.Foto: ANDREY BORODULIN (AFP) | Vídeo: D. C. / P. C.
Cristian Segura (Enviado Especial)

Federico II, considerado uno de los genios militares de la historia, escribió en el siglo XVIII que “una de las operaciones más complejas para un Ejército es cruzar un gran río ante la presencia del enemigo”. La infantería ucrania en el frente de Jersón no necesita conocer las palabras del rey de Prusia para intuir que los espera la misión más difícil de sus vidas. Cuando EL PAÍS preguntó en octubre a Yuri Chorkes, oficial de la 98ª Brigada de Infantería Táctica, cómo serían capaces de cruzar el río Dniéper bajo fuego ruso, él y sus hombres se quedaron en silencio. Solo tras unos segundos, Chorkes alcanzó a responder: “Va a ser muy difícil, pero se tendrá que hacer, otros Ejércitos lo consiguieron antes que nosotros”. Los últimos en alcanzar esta proeza fueron las tropas soviéticas en 1943, contra la Alemania nazi.

Chorkes atendió a este diario en un receso de la ofensiva ucrania sobre Nova Kajovka, ciudad en la orilla oriental del río Dniéper, en la región de Jersón. Sus unidades son la punta de lanza del avance desde el noroeste sobre la provincia, y su camino va directo a Nova Kajovka. Desde este municipio se controla el suministro de agua a Crimea y una de las mayores presas de Ucrania. Cuando se produjo la entrevista, sus tropas estaban a 30 kilómetros del río. Si el anuncio de Moscú de este miércoles se cumple y las fuerzas rusas abandonan los territorios que ocupan en el lado occidental del Dniéper, los hombres de la 98ª Brigada tendrán vía libre hasta el río. Lo que los espera allí es algo a lo que ningún Ejército contemporáneo se ha enfrentado: el Dniéper a su paso por Jersón tiene una anchura que oscila entre uno y tres kilómetros. Hanna Shelest, directora de estudios de Defensa del centro de análisis ucranio Prism, subraya que no se trata solo del caudal de agua: “Teóricamente, superar el río puede conseguirse con el apoyo aéreo apropiado. Pero en la otra orilla los esperan las plavni, las llanuras inundadas del Dniéper, excelentes para la pesca pero pésimas para mover cualquier equipo pesado”.

Hay múltiples estudios publicados en la última década sobre estrategia militar en el ámbito fluvial. Los análisis del británico Kevin Rowlands y del estadounidense Edward J. Marolda, militares retirados e historiadores de prestigio, concluyen que desde la II Guerra Mundial no se han repetido batallas fluviales a gran escala. Los combates de agua dulce fueron la tónica en la guerra del Vietnam, también los hubo en la invasión de Irak de 2003, pero eran acciones que, por la orografía y los tipos de Ejércitos enfrentados, no pueden compararse a lo que afronta Ucrania ante una superpotencia como Rusia y en el cuarto río más largo de Europa.

Triple línea de defensa rusa

La última vez que un Ejército cruzó el río Dniéper fue el ruso, en la primera semana de la invasión, el pasado invierno. Las Fuerzas Armadas de Ucrania no plantaron cara y las brigadas invasoras se instalaron en la ciudad de Jersón y en parte de las provincias de Dnipró y Mikolaiv. A medida que Ucrania empezaba a controlar los frentes norte —Kiev— y este de la guerra, el avance hacia el sur daba resultados con un constante retroceso del enemigo hacia el Dniéper. Si Ucrania quiere ahora vadear el río, por la ciudad de Jersón y por Nova Kajovka, tal y como asegura su Alto Mando para la región Sur, se encontrará con un escenario muy diferente. “Cruzar el Dniéper, especialmente con las fuerzas rusas fortificadas en la orilla este y sur, será probablemente un reto mayúsculo para las tropas ucranias”, escribió el miércoles Howard Altman, veterano periodista militar en The War Zone. Las últimas imágenes por satélite hechas públicas por analistas como Benjamin Pittet muestran que Rusia ha levantado tres líneas defensivas paralelas de 100 kilómetros de longitud, empezando desde la misma orilla oriental del Dniéper, separadas cada una en unos seis kilómetros de distancia. Las líneas están compuestas por trincheras, nidos de ametralladoras, búnkeres de hormigón y posiciones seguras para blindados.

Límite de la región

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Controlado

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Rowlands, director del Centro de Estudios Estratégicos de la Marina del Reino Unido, afirmaba en un estudio de 2018 que las grandes batallas fluviales de la II Guerra Mundial solo se llevaban a cabo cuando uno de los contendientes tenía una clara superioridad aérea. Así fue en 1943 en el Dniéper, cuando el Ejército rojo dominó el aire en la reconquista de Kiev, y sobre todo así fue cuando los aliados cruzaron el Rin en 1945. Marolda añadía en Riverine Warfare, The U.S. Navy’s Operations on Inland Waters —libro de referencia publicado por la Marina de los Estados Unidos—, que es igual de relevante quién controla el acceso al río por su desembocadura. Rusia tiene sobre el papel el control del aire y del mar Negro, pero las defensas antiaéreas y los misiles antibuque ucranios han forzado que los aviones de combate rusos se queden en tierra y sus barcos, refugiados en las aguas de Crimea. Con la mutua anulación en la guerra aérea y marítima, la artillería será lo que decante la balanza, según explicó la semana pasada a la BBC el general Dmitro Marchenko, uno de los principales responsables de la ofensiva sobre la ciudad de Jersón.

Marchenko confirmó que el plan es cruzar el Dniéper y que el desembarco solo se producirá cuando sus batallones cuenten “con el suficiente personal, armas y equipos”. “Tan pronto lo tengamos, la contraofensiva continuará”. Marchenko añadía dos condicionantes más para atreverse en este operativo: que la OTAN suministrara artillería capaz de golpear a 300 kilómetros de distancia y más sistemas de defensa antiaérea. Estados Unidos se ha resistido hasta ahora a proveer de armamento de largo alcance a Ucrania por miedo a que sea utilizado sobre territorio ruso. La artillería de precisión estadounidense Himars, fundamental en la contraofensiva ucrania para anular los centros de suministro de las tropas invasoras, alcanzan poco más de 70 kilómetros de distancia.

Ucrania tiene otra alternativa, apostar por una ofensiva desde la ciudad de Zaporiyia, bajo su control y en la orilla oriental del Dniéper. Pero esta operación es más penosa y larga, además de arriesgada, porque para llegar a Jersón las fuerzas ucranias deberían liberar el territorio de la provincia de Zaporiyia en manos rusas (y donde se encuentra la central nuclear de Energodar, la mayor de Europa). A ello hay que sumar que lo harían frente a dos líneas de defensa rusa, una por el sur desde Jersón y otra por el noreste, desde Donetsk. El Estado Mayor ucranio apuesta por cruzar el Dniéper a su paso por Jersón porque es la vía más rápida para cerrar el paso de equipos y tropas rusas desde Crimea. Altman opina que conseguirlo será harto difícil, y estima que el futuro deparará un frente estancado en el Dniéper, “con un potencial intercambio bélico brutal y prolongado en el que la artillería, de nuevo, sea el foco de la batalla”.

El general francés Jérôme Pellistrandi planteaba numerosas dudas este jueves en una entrevista en France Inter sobre la viabilidad de sortear el Dniéper, e iba más allá al vaticinar un destino negro para Jersón: “Si los ucranios reconquistan esta zona, la ciudad quedará bajo la artillería rusa. Aunque liberada, Jersón no podrá ser habitada, será una ciudad fantasma”. Fuentes del Alto Mando ucranio en el sur confirman a este diario que su pronóstico es que la artillería rusa empiece a golpear la ciudad de Jersón y su orilla occidental de forma masiva en el mismo momento en el que entren los primeros soldados ucranios.

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Sobre la firma

Cristian Segura (Enviado Especial)
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania como enviado especial. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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