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Georgia intenta acoger a los exiliados de Rusia sin provocar a Putin

Decenas de miles de rusos se instalan en un país de solo 3,7 millones de habitantes donde impera el temor hacia el poderoso vecino del norte

Varios kilómetros de cola en el puesto fronterizo de Verkhny Lars entre Rusia y Georgia, este jueves.Foto: Associated Press | Vídeo: Reuters
Francisco Peregil (ENVIADO ESPECIAL)

Muchas de las decenas de miles de rusos que esta semana han cruzado la frontera con Georgia para escapar del llamamiento a la guerra en Ucrania deambulan hoy por Tbilisi, la capital de un país algo más extenso que Extremadura. Sveta y su novio, ambos de 22 años, llegaron a la ciudad esta semana. Él se encarga de los trámites de documentación y ella se pasó todo el jueves llorando porque su padrastro en Moscú ha recibido una citación para ser reclutado en la guerra en Ucrania.

Las preocupaciones de los rusos que arriban a esta urbe de un millón de vecinos en un país de 3,7 millones de habitantes son muy distintas a las de ciertos georgianos. Aunque unos y otros se ven como víctimas de la política imperialista del presidente ruso, Vladímir Putin, la historia reciente ha dejado entre los dos pueblos muchas cicatrices abiertas.

“En Tbilisi”, comenta Sveta, que prefiere ocultar su apellido, “hemos alquilado un apartamento y esperamos a otros amigos de Moscú, que pretenden llegar el 4 de octubre. La gente es bastante comprensiva en esta ciudad y muchos hablan ruso. Veo aquí mucho apoyo a Ucrania, casi en todas las calles hay banderas y frases de solidaridad. Eso me gusta, pero al mismo tiempo me siento culpable e insegura. Me da vergüenza y miedo encontrarme en la calle con gente de Ucrania. Parece que no voy a tener ni una palabra para explicarles lo mucho que siento todo lo que les está haciendo mi país”.

Desde el lado georgiano, los temores son distintos. Entre algunos locales existe la convicción de que la llegada masiva de rusos está disparando los precios de los alquileres. María, una periodista local que solicita ocultar su identidad, se muestra muy preocupada. “Los únicos georgianos que se alegran de esta situación son los que están sacando beneficio económico. Hay propietarios que echan a los inquilinos georgianos para meter a rusos que les van a pagar mucho más”, afirma.

El recelo de María va más allá de las razones económicas. “En el fondo”, explica, “todos los rusos nos desprecian y creen que Georgia debería pertenecer a su territorio. Piensan que estamos obligados a hablarles en ruso. Los que llevan viviendo aquí muchos años no se creen en la necesidad de aprender georgiano. Y no aceptan que a veces les respondamos en inglés cuando ellos hablan en ruso. Y se quejan de que en algunos museos no tengamos los carteles en ruso y sí en inglés”.

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Los georgianos solo se refieren a su país como Georgia cuando hablan con extranjeros. En su lengua franca, el kartuli, Georgia se llama Sakartvelo. Pero una gran parte de la población habla ruso en este país que perteneció a la Unión Soviética entre 1921 y 1991. En Gori, una ciudad georgiana de 50.000 habitantes, nació Josef Stalin, quien gobernó con mano de hierro la Unión Soviética desde 1924 a 1953.

Críticas sin sanciones

El Gobierno, en manos del partido Sueño Georgiano desde 2012, condenó la invasión de Ucrania, pero no ha aprobado sanciones contra Rusia. La citada periodista comparte esa postura: “No tenemos apenas capacidad para dañar la economía rusa. Sin embargo, Rusia sí que puede hacernos mucho daño con el gas y con el flujo de turistas que vienen. Tenemos que evitar cualquier provocación. Además, nuestro ejército no es tan grande como el de Ucrania”.

Un hombre cruza la frontera entre Rusia y Georgia en bicicleta, en el paso fronterizo de Verkhny Lars, el jueves.
Un hombre cruza la frontera entre Rusia y Georgia en bicicleta, en el paso fronterizo de Verkhny Lars, el jueves. AP

El analista militar georgiano Ucha Abashidze, de 39 años, muy popular en las redes sociales del país, dice que el actual Gobierno llegó al poder cuatro años después de la guerra con Rusia y que su intención siempre fue la de no provocar al Kremlin. “Los rusos no querían que tuviésemos un ejército potente. Y el Gobierno dejó de invertir en él. No solo desinvirtió en armas y redujo el número de miembros, sino que apenas se organizan ya entrenamientos para reservistas. Ahora, cuando al Gobierno le preguntan por qué no se muestra más tajante frente a la invasión de Rusia suele responder: ‘Es que somos muy débiles’. Pero esa debilidad la ha alimentado el propio Gobierno, que no es popular en el país. Todos sabemos que trabaja indirectamente para Putin. Y ha apostado a que Rusia va a ganar la guerra”.

En Tbilisi abundan los turistas. Las calles están limpias, la gente recoge los excrementos de los perros en bolsas, la inseguridad ciudadana no es ningún problema. Cuesta creer que hace solo 14 años, en 2008, los tanques rusos llegaron a estar a solo 34 kilómetros de la ciudad. Aquella fue una guerra relámpago de enorme éxito para el Kremlin. Tal vez esa era la “operación especial” que tenía en mente Putin cuando invadió Ucrania el pasado febrero. La guerra duró solo cinco días y se saldó con poco más de 600 muertos. Georgia perdió aquel año frente a Moscú todo el control sobre las regiones separatistas de Osetia del Sur, en el centro del país, y de Abjasia, en el extremo occidental. Y, desde entonces, la implantación del ejército ruso en esas dos regiones es permanente.

El analista Abashidze explica que hasta 2008 Georgia contaba frente a Rusia con la defensa histórica de las altas montañas del Cáucaso. “Sabíamos que si los rusos intentaban entrar, podíamos volar algunos puentes y eso nos daría mucha ventaja sobre ellos. Pero desde 2008, los tenemos dentro del país, en las provincias ocupadas”.

Una presencia muy patente

Cualquiera de los 3,7 millones de georgianos que transite por la principal carretera de Georgia puede ver a solo medio kilómetro a los soldados rusos custodiando las fronteras de Osetia del Sur. Es una presencia demasiado patente como para olvidarla. El historiador Jabar Samushia, de 50 años y miembro de la Academia Nacional de Ciencias, explica desde su oficina en un barrio de negocios de Tbilisi: “¿Ve aquella montaña al fondo? En línea recta desde aquí, por el aire, apenas hay 20 kilómetros de distancia. Pues ahí tiene usted una base militar rusa, en Osetia del Sur. Y desde 2008, cada cinco kilómetros, a lo largo de la frontera con las provincias ocupadas [Absajia y Osetia del Sur], hay presencia militar rusa”.

La llegada de rusos a Georgia se ha incrementado en un “40% o 45%” desde que Putin anunció el pasado 21 de septiembre un “reclutamiento parcial” de la población civil, según informó el lunes el viceministro del Interior, Aleksandre Darkhavelidze. El flujo de rusos pasó de 5.000 o 6.000 diarios a más de 10.000, según las cifras oficiales. Estos ciudadanos pueden permanecer un año en el país sin necesidad de presentar visado.

El diputado opositor Levan Bezhashvili, del Movimiento Georgiano, ha propuesto en el Parlamento que a los rusos que llegan se les obligue a pagar 1.000 laris, unos 363 euros, como “tasa de ocupación”. Según el legislador, el pago garantizaría el reconocimiento por parte de los ciudadanos rusos de que el territorio de Georgia está ocupado por Rusia y que Rusia es el agresor. “Al mismo tiempo, esta tarifa debe convertirse en un factor disuasorio, de modo que si no quieren reconocer la ocupación y se niegan a pagar dinero, no se les permitirá ingresar al territorio de Georgia”, añadió.

Abashidze cree que el Gobierno debería exigir un visado a quienes entran. Y que la estancia no debería ser definitiva, sino temporal. “En el fondo”, esgrime este analista, “los rusos nos desprecian”. “Les gusta Georgia, pero no nos respetan. Nos llaman ‘culo negro’, porque somos más bien morenos. Mi calle está llena de rusos. Y hay pequeños incidentes todo el tiempo. Y habrá más si continúan viniendo”, añade.

Sin embargo, el historiador Jabar Samushia cree que Georgia debe hacer un esfuerzo por acogerlos. Y recuerda que, hasta el momento, la oposición no ha criticado la llegada de rusos. Dice que Georgia tiene que seguir el ejemplo de Alemania y acogerlos: “Si estos rusos no hubiesen venido aquí, estarían luchando ahora contra Ucrania”.

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Sobre la firma

Francisco Peregil (ENVIADO ESPECIAL)
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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