La visita de Nancy Pelosi es un problema también para Taiwán
China intentará sacar partido del viaje de la política estadounidense, que cuestiona los esfuerzos de Biden y Xi para primar la racionalidad en las relaciones entre las dos potencias
China proclama que Taiwán es “un asunto interno”, pero si algo nos ha demostrado la visita a Taipéi de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, esta semana, es que resulta imposible gestionarlo al margen del proceder de otros actores importantes, especialmente, Estados Unidos.
Después del turbulento mandato de Donald Trump, que significó un punto de inflexión en la relación sino-estadounidense conforme a los cánones definidos hace cuatro décadas, con Joe Biden en la Casa Blanca se ensayó un diálogo ni menos franco ni menos duro, con acusaciones cruzadas sobre los más diversos temas, pero con visos de encauzar la relación por una senda bajo el control de ambas partes. Los encuentros en Anchorage, Zúrich o Roma entre los equipos de Yang Jiechi, máximo responsable de la política exterior china, y el consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, así como el diálogo virtual en la cumbre entre los líderes de ambos países, tenían como misión hacer primar la racionalidad y establecer comodines destinados a su preservación. Y ha habido tanto resistencias como avances, algunos de los cuales —como la amortiguación de las disputas comerciales— están a la espera de una confirmación que puede ahora resistirse.
Y es que la visita de Pelosi a Taiwán cuestiona todo ese esfuerzo y amenaza con revertir dicha lógica, hasta el punto de representar un problema no solo para Xi Jinping o para Biden, sino también para las autoridades del gobernante Minjindang o Partido Progresista Democrático de Taiwán.
Podemos deducir que China intentará maximizar esta mala idea, calificada como tal por el propio Biden, y sacar partido de ella. Cabe esperar una batería de medidas de respuesta en diversos órdenes que trascenderán las maniobras militares de los últimos días. Se evoca la crisis de Hong Kong y el desenlace resultante, marcado por un incremento sustancial del control político sobre la región. Taiwán no es Hong Kong, cierto, pero igualmente tiene aquí mecanismos a su alcance para avanzar en la realización de su interés principal, que no es otro que la reunificación. El riesgo de una escalada fatal podría verse confirmado en las próximas semanas si, como es previsible, China recorre esa senda y EE UU, como cabe imaginar, responde en la misma línea. En tal situación, aquel virtuoso diálogo, aunque se mantengan abiertos los canales de contacto, puede quedar eclipsado seriamente, quizá por más tiempo del deseable.
La previsible inflexibilidad de Xi le brinda una oportunidad para solidificar sus aspiraciones a un tercer mandato en la dirección del país y del Partido Comunista que todos daban ya por seguro. La crisis surgida alienta un arrebato nacionalista entre su población que puede gestionar en función de la coyuntura, ya sea activándolo o moderándolo. En paralelo, otro tanto puede hacer con el discurso a propósito de Taiwán. Si apeló al contexto histórico en su último diálogo con Biden, el enunciado o no de plazos para la reunificación, la alusión al recurso a la fuerza para lograrla o el compromiso con el statu quo serán indicadores de cuánto ha podido influir esta visita para iniciar una “nueva era”, utilizando la expresión preferida para simbolizar el mandato de Xi, también en esto. La extrema tensión generada es un ingrediente que perjudica a sus posibles adversarios, silenciando las posibles críticas.
Una visión de largo alcance
Ahora bien, China es deudora también de una mirada estratégica, tanto en relación con Estados Unidos como Taiwán. Primero, lo que sigue necesitando es estabilidad (y si deja de ser una obsesión es que realmente hay problemas internos más serios en China de los que deja traslucir). Segundo, necesita recuperar un consenso con EE UU para interponer cierto freno a Taiwán. Solo EE UU dispone de la influencia precisa para ello. Y esto es lo más complejo cuando la rivalidad estratégica se acentúa entre ambas capitales y crece la percepción de que dicha tesitura se impone a otras cuestiones de importancia para ambos, pero también para terceros (desde la lucha contra el cambio climático al mantenimiento de un mínimo de estabilidad en la economía global).
El legislativo estadounidense ha sido el aguijón, en esta última etapa, de numerosas medidas que China interpreta como desafiantes y que señala como indicios de que Washington se está alejando del principio de una sola China, desarrollando una política que en los hechos la vacía de contenido. La elevación de los vínculos con Taiwán es su denominador común, como también la advertencia a aquellos pequeños países con los que Taiwán mantiene relaciones diplomáticas. Si EE UU opta por alentar el secesionismo —y hay señales de que esto puede ser así—, podemos encaminarnos directamente a un conflicto abierto. En este sentido, la reacción china parece apuntar a que esta posibilidad ha dejado de ser un tabú, aumentando significativamente los riesgos de que se produzca en un momento relativamente cercano.
En Taiwán, a la celebración de las autoridades por la visita de Pelosi que, sin duda, supone un espaldarazo muy notable a su posición de rechazo abierto a las pretensiones continentales, le sigue ahora la necesidad de gestionar una crisis en cierta medida impuesta. El propio primer ministro taiwanés, Su Tseng-chang, se vio obligado a aclarar públicamente que no se oponía a la visita. Está por ver qué reflejo político-electoral puede tener el agravamiento previsible de la situación en los comicios locales de noviembre y cómo el Gobierno en Taipéi transforma en beneficiosa la airada reacción de China, combinando la polarización interna con una expresión creciente de la solidaridad internacional. Paradójicamente, esta situación compromete el margen de holgura con que los independentistas pueden tomar decisiones realmente independientes.
China no ha podido frenar la visita de Pelosi. La cuestión ahora es saber si EE UU podrá contener e incluso impedir que su reacción altere sustancialmente el statu quo, evitando que nos acerquemos peligrosamente a ese escenario que podría obligar al presidente Biden a hacer efectivo el compromiso anunciado, en dos ocasiones, de acudir en defensa de Taiwán.
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