No hay paz para los pueblos de Járkov recuperados de manos rusas
Las localidades cercanas a la segunda ciudad de Ucrania, próximas a la frontera con el país invasor, siguen sufriendo a pesar de haber expulsado a las tropas de Putin
Alekséi y su hijo pasaron toda una noche tumbados sobre cadáveres en el oscuro y frío sótano de una escuela convertida en base de las tropas de Vladímir Putin. Horas interminables sin saber si ellos mismos recibirían también un disparo de los soldados que, a bordo de columnas de blindados y precedidos por un tornado de fuego de artillería y bombardeos, invadieron su pueblo, Ruska Lozova, a ocho kilómetros de la frontera rusa.
Ni él ni su hijo se quitan el miedo del cuerpo. Los rusos ya no están a la vista. Las fuerzas de Kiev recuperaron el control de Ruska Lozova —en el estratégico cinturón que envuelve la ciudad de Járkov— hace casi tres semanas. Pero el baile de posiciones continúa y las localidades que envuelven a la segunda ciudad de Ucrania siguen, como mínimo, en segunda línea del frente. La casa de Alekséi continúa bajo ataque.
El Ejército ruso ocupó Ruska Lozova los primeros días de la invasión, lanzada hace tres meses por el jefe del Kremlin. Sometieron al pueblo, de unos 5.000 habitantes, encajado en la carretera principal que une la localidad rusa de Bélgorod con Járkov, a un régimen militar, según cuentan los vecinos. Las tropas de Putin destrozaron las antenas de telefonía, por lo que no había cobertura de teléfono; tampoco electricidad, ni agua. Y empezaron a escasear los alimentos. Tras varios días de hambre agazapados en el sótano de su casa, Alekséi y su hijo salieron a buscar comida. Fueron capturados por los soldados rusos, que les apalearon y les arrojaron sobre aquella pila de cadáveres.
El tema es tabú en Ruska Lozova, donde algunas voces aseguran que los soldados de Moscú encontraron colaboradores en este pueblo de casas bajas y huertos con tulipanes. Entre ellos, algunos jefes locales. La abuela Lidia y la abuela Nadia, que toman el fresco sentadas en el porche de casa, agachan la cabeza al oír hablar de la invasión. “Esto es la III Guerra Mundial”, asevera la segunda. Igual que Alekséi, temen que las fuerzas rusas de ocupación regresen a Ruska Lozova, donde por ahora nadie se atreve a arreglar los socavones causados por los proyectiles o a reparar a fondo los cristales rotos por las explosiones. “La próxima vez nos matan”, dice el hijo de Alekséi, apurando un cigarrillo en su patio, repleto de enseres en torno a un gran cráter causado por un bombardeo. El pueblo sigue siendo solo una fantasmagórica y ajada sombra de lo que fue.
El zumbido de los drones
La guerra en la región de Járkov suena ahora con más frecuencia como un zumbido; el de los drones con los que ambos ejércitos tratan de descubrir las posiciones del otro, las armas y la logística, para luego fulminarlas con artillería. El viernes, un ataque ruso alcanzó uno de sus propios vehículos en el centro de Ruska Lozova, un coche ahora calcinado del que ya no se distingue el color; solo una tétrica Z pintada en el morro.
La comandante Roxolana —miembro de la unidad especial Kraken, parte del batallón Azov, que participó en la operación para recuperar Ruska Lozova y ahora está encargado de su protección— cree que el proyectil tenía en realidad otro objetivo. El sábado de madrugada, otro cohete impactó contra una tubería de gas que, horas después, seguía ardiendo con una llama brillante y naranja en plena calle.
Járkov, con una mayoría también de habitantes de habla rusa —como aquellos que Putin asegura proteger—, una ciudad que acumula enorme destrucción por los ataques de las fuerzas del Kremlin, va recuperando poco a poco el pulso. Pero tampoco conoce la calma. Vuelven a abrir algunos cafés, tiendas de ropa y supermercados. Las tropas de Putin habían usado los pueblos que envuelven Járkov como lanzadera despiadada contra la segunda mayor ciudad de Ucrania.
Éxito de las fuerzas de Zelenski
La gran contraofensiva impulsada por la Guardia Nacional, el Ejército y las brigadas ucranias de defensa territorial no solo logró dar aire a Járkov y recuperar el control de enclaves estratégicos como Ruska Lozova o Kutuzivka (al este), sino que ha obligado a las fuerzas rusas a replegarse en algunos puntos casi hasta la frontera. Ha sido el mayor éxito de las fuerzas del presidente Volodímir Zelenski desde la retirada de los soldados de Putin del norte del país y de los alrededores de Kiev.
Los feroces combates del cinturón de Járkov duraron cuatro días. Un comandante apodado Sacha afirma que, confiados y con información de espionaje fallida, los soldados de Putin trataban de avanzar desde varios puntos en dirección a la ciudad y se encontraron bajo el ataque coordinado ucranio, alimentado por las armas suministradas por los aliados occidentales. La huella de esa poderosa contraofensiva permanece en torno a Kutuzivka en forma de columna de blindados calcinados, tanques, camiones y coches fulminados que yacen como un amasijo de hierros a un costado de la carretera. En las verdes cunetas aún esperan al equipo de desminado para retirar algún cadáver ruso. En los almacenes refrigerados de la ciudad de Járkov hay muchos más. El Kremlin se niega a reclamarlos. El ruso es un Ejército que deja atrás a sus muertos.
Tras el repliegue de Járkov, Moscú está recolocando esas tropas —y las posicionadas en la ya conquistada Mariupol, en el mar de Azov— en la zona de Donbás. Allí se centra ahora la guerra; sobre todo en el frente de Lugansk, donde el Ejército ruso asedia brutalmente la ciudad de Severodonetsk. Esa área del este de Ucrania permanece en una situación “extremadamente difícil”, según Zelenski, que reconoció este domingo que la batalla de Donbás puede estar costando la vida a entre 50 y 100 soldados ucranios al día.
La abuela Lida y su vecina, la abuela Nadia, solo pueden imaginar el nivel de destrucción del pueblo. No se alejan casi de su calle. Y durante los más de dos meses de ocupación apenas salieron de casa. Dependían de lo que tenían en la despensa y de la ayuda de los vecinos. De vez en cuando, asomaban la cabeza. Si veían militares corrían a esconderse de nuevo.
En Ruska Lozova, antes de los ataques, pocos creían en una guerra caliente. Cuando las tropas de Moscú llegaron fue un shock. Apenas nadie opuso resistencia, afirma Yelena Valerievna, una de las vecinas de las dos abuelas. La mujer, administradora de una escuela infantil de Járkov, salió a toda prisa el día que las fuerzas ucranias recuperaron el pueblo. Solo ha vuelto un par de veces para ver si su casa sigue en pie y echa un ojo a las abuelas Lida y Nadia.
Para cuando los soldados de Kiev entraron en este pueblo, casi la mitad de sus habitantes se había marchado a Rusia a través de un corredor creado por los soldados de Putin. “Los rusos provocaron gran pánico”, relata Valerievna. Entre los que se fueron por miedo, algunos lograron después llegar desde Rusia a Lituania. Y esperan para regresar a Ucrania. “Aterrorizaron a la gente diciendo que el pueblo iba a ser atacado para que se montaran en autobuses y se fueran. Y muchos lo creyeron”, añade la mujer. En Ruska Lozova, irónicamente, las tropas rusas se dedicaron a saquear las casas de quienes se marcharon, cuenta Alekséi. El primer grupo de soldados se llevó de todo. Desde televisores hasta bragas.
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