_
_
_
_

Kandahar, el pulmón talibán

Un grupo de 12 empresarios y religiosos trató de que la caída de la segunda ciudad de Afganistán fuera pactada y no a sangre y fuego

Un agente de policía talibán reza en una mezquita del barrio de Aino Maina, en Kandahar (Afganistán).
Un agente de policía talibán reza en una mezquita del barrio de Aino Maina, en Kandahar (Afganistán).Luis De Vega Hernández
Luis de Vega

Hay un orfanato a las afueras de la ciudad de Kandahar que refleja la cruda realidad de la provincia más violenta de Afganistán. En el complejo, auspiciado por Emiratos Árabes, conviven hijos de los funcionarios, la población civil y los talibanes muertos. La mayoría de los 1.100 niños, de los que 200 son internos, son víctimas de la guerra. Lo cuenta durante una visita el director, Mohammad Barat Hussein, de 54 años, que asegura que tiene una lista de espera de 800 personas. Los chavales ―todos chicos― juegan al fútbol o ven la televisión tras las clases en unas instalaciones apacibles, limpias y gratuitas. Nada que ver con lo que se vive de puertas afuera.

Más información
Un dirigente talibán anuncia que Afganistán volverá a practicar ejecuciones y amputaciones
Los talibanes piden intervenir ante la Asamblea General de la ONU

Kandahar, feudo talibán por excelencia y capital espiritual del Emirato Islámico de Afganistán, cayó en manos de la insurgencia, como el resto del país, el mes pasado. Esta provincia, escenario constante de ataques, atentados y cientos de asesinatos casi siempre ejecutados por los talibanes, ha sido en los últimos 20 años uno de los huesos más duros de roer para la coalición internacional liderada por Estados Unidos que puso pies en polvorosa en agosto. El martes 17 de agosto el cofundador de los talibanes y líder del brazo político, Abdulghani Baradar, aterrizaba en Afganistán. Lo hacía entre vítores no en Kabul, la capital oficial, sino en Kandahar, su capital. Hoy es el viceprimer ministro.

Un grupo de niños ve la televisión en un orfanato en Kandahar donde la mayoría de los 1.100 huérfanos son hijos de funcionarios, ciudadanos o talibanes muertos en la guerra.
Un grupo de niños ve la televisión en un orfanato en Kandahar donde la mayoría de los 1.100 huérfanos son hijos de funcionarios, ciudadanos o talibanes muertos en la guerra. Luis De Vega Hernández

“Los talibanes no son gente profesional, pero cuando los llamamos vienen y con el anterior Gobierno todo eran problemas”, señala satisfecho el empresario Qari Gul Mohammed, que ingresa en torno a un millón de dólares al año. No duda en afirmar que, con ellos en el poder, se siente más seguro. Además de tener cuatro empresas que exportan frutos secos fuera de Afganistán, este influyente hombre de negocios de 50 años ha sido uno de los negociadores entre los talibanes y las autoridades depuestas. Formó parte de un grupo de 12 notables, seis del sector económico y seis del religioso, que se movió entre bambalinas de uno a otro lado. Un intento de llevar por la vía del pacto lo que, a la postre, se resolvió a tiros. En medio de los combates, llegó a viajar dos veces a Kabul a la residencia del expresidente Hamid Karzai, originario de Kandahar, para tratar de que le ayudara en su misión mediadora. También habló con el titular de Defensa del Gobierno que presidía Ashraf Ghani. Todo mientras se veían con los líderes talibanes.

Hace rato que la noche se ha echado sobre Kandahar y una cuadrilla de peones se afana en mover a mano en una nave cientos de kilos de uva pasa para ser envasados. Son algunos de los 300 trabajadores que, por unos 60 euros al mes, emplea Gul. La maquinaria no ha parado ni en los peores momentos del conflicto, aunque reconoce que con el aeropuerto local sin vuelos internacionales y el paso fronterizo con Pakistán a medio gas, la tarea no está siendo sencilla. En todo caso, tanto él como el resto de empresarios locales se presentan como una herramienta útil para el despegue de la economía interna después de que las cuentas del país en el extranjero sigan bloqueadas y la ayuda internacional congelada, salvo algunos aliados, a la espera de reconocimiento del régimen.

En esta ciudad de 600.000 habitantes ―la segunda del país tras Kabul― no ha de sorprender que este hombre menudo, amable y diligente detenga dos veces la entrevista para rezar. Tampoco que, por muy piadoso que se muestre, lo que busca es lo mejor para sus empresas. Aclara, en todo caso, que el 2,5% de su beneficio lo dedica a la zakat (limosna en árabe), pero que nunca ha ayudado económicamente a los talibanes ni estos se lo han reclamado.

Qari Gul Mohammed, empresario de Kandahar que medió entre las autoridades depuestas y los talibanes.
Qari Gul Mohammed, empresario de Kandahar que medió entre las autoridades depuestas y los talibanes. Luis De Vega Hernández

Afirma que los 20 años transcurridos bajo Estados Unidos y la coalición internacional “teníamos dinero, pero no seguridad”. Ahora espera contar con ambos. En los peores días de las negociaciones llegó a permanecer 48 horas detenido por los servicios secretos debido a su cercanía con la insurgencia. Pero fue el propio gobernador provincial el que logró su libertad, poco antes de que los talibanes se llevaran al representante gubernamental de su casa y lo dejaran en el aeropuerto para que volara a Kabul. La toma de la ciudad se había consumado y el acuerdo, según Qari Gul Mohammed, era no matarlo. Lo mismo ocurrió con decenas de funcionarios y hombres del gobierno de Ghani, entre ellos Mahmud Karzai, hermano del expresidente, a los que este hombre de negocios asegura que protegió incluso con su propio kalashnikov hasta que los talibanes facilitaron su salida de Kandahar.

“Lo único que van a traer los talibanes es paz y pan”
Sanaullah Momand, licenciado en Administración Pública de 24 años

El carácter conservador de la ciudad se refleja incluso entre aquellos jóvenes más formados, que hablan idiomas y que no abrazan al nuevo régimen con los ojos cerrados. “Lo único que van a traer los talibanes es paz y pan”, afirma Sanaullah Momand, un licenciado en Administración Pública de 24 años que trabaja de administrativo en la universidad y que no cree que ese binomio sea suficiente para mantener la estabilidad a largo plazo.

Momand ha traducido una veintena de libros del inglés al pastún, incluido alguno de Stephen Hawking. Pese al tono pesimista en su respuesta al ser preguntado por el nuevo régimen, se muestra apegado a las más profundas tradiciones ancladas a la sharía (ley islámica). Es consciente de que las diferencias culturales y religiosas suponen una brecha con Occidente, pero aun así reconoce que le gustaría irse de su país. “¿Los musulmanes que viven en España van también desnudos a la playa?”, es solo una de las preguntas que lanza al periodista junto a otras sobre el nivel de vida, la familia, la búsqueda de empleo o la libertad individual. Pero queda claro que para Sanaullah Momand ir en bañador es ir desnudo. Para la inmensa mayoría de los habitantes de Kandahar, con o sin los hombres del turbante al frente, también.

Zona comercial en el centro de Kandahar.
Zona comercial en el centro de Kandahar. Luis De Vega Hernández

"La gente de Kandahar no quiere ser tan liberal como en Kabul"

Kandahar es un feudo de puritanismo y de hondas convicciones religiosas. Lo deja claro el nuevo delegado del Ministerio de Información y Cultura en la provincia, Noor Ahmed Sayed: “Somos una sociedad tradicional y musulmana”. Eso significa que algunos de los avances sociales y de derechos adquiridos en las pasadas dos décadas van a quedar congelados bajo el nuevo Gobierno.

 

Sayed defiende las ejecuciones en público porque las considera ejemplarizantes y se llevan a cabo bajo la 'sharía' (ley islámica). Preguntado por las mujeres policía, sobre cuyo trabajo hay más incertidumbre que sobre sectores como la sanidad o la educación, afirma que las que había en la ciudad no eran de Kandahar, sino traídas de fuera porque las familias locales reniegan de ese tipo de ocupaciones. “La gente de Kandahar no quiere ser tan liberal como en Kabul”, zanja al tiempo que advierte algunos cambios pues hay algunas de ellas trabajando en el aeropuerto de la capital.

 

En efecto, es poco usual ver mujeres por la calle y mucho más poder siquiera acercarse a ellas. Que lo logre un reportero, varón, extranjero y recién aterrizado es como sentarse en el pajar y clavarse la aguja.

Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Luis de Vega
Ha trabajado como periodista y fotógrafo en más de 30 países durante 25 años. Llegó a la sección de Internacional de EL PAÍS tras reportear en la sección de Madrid. Antes trabajó en el diario Abc, donde entre otras cosas fue corresponsal en el norte de África. En 2024 ganó el Premio Cirilo Rodríguez para corresponsales y enviados especiales.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_