François Hollande: “Debemos demostrar que la democracia es más fuerte que el terrorismo”
El expresidente francés, que será uno de los testigos en el juicio que comienza esta semana por los atentados yihadistas cometidos bajo su Gobierno en 2015 en París, fue el mandatario que lanzó la misión antiterrorista en el Sahel y retiró las tropas francesas de Afganistán
François Hollande (Rouen, 67 años) afronta su futuro inmediato, su convocatoria como testigo en el macrojuicio que comienza este miércoles por los atentados yihadistas del 13 de noviembre de 2015 en París, con la mirada dividida entre la inquietud del presente que provoca el regreso de los talibanes y un pasado que lo sitúa como una pieza clave de todo lo que se cuece ahora: él era el presidente de Francia cuando se produjeron, hace casi seis años, los peores ataques islamistas de la historia del país, que dejaron 131 muertos, centenares de heridos y un país traumatizado. Durante su mandato (2012-2017), el socialista ordenó operaciones militares internacionales contra objetivos extremistas, entre otros Mali en 2013, que dio origen a la actual Operación Barkhane en el Sahel, y la Operación Chammal en Irak y Siria contra objetivos del Estado Islámico. A la par, Hollande fue el presidente que decidió en 2014 la retirada de las tropas francesas en ese Afganistán que ahora, tras la marcha de Estados Unidos, se ha derrumbado por completo.
Desde su oficina en París, en vísperas del juicio del 13-N que marcó a Francia y a solo unos días del vigésimo aniversario del 11-S que cambió el mundo, el expresidente analiza la actualidad con un grupo de periodistas europeos a los que asegura no lamentar ninguna de sus decisiones, que desvincula firmemente del “gran error” que considera que ha cometido Washington en Afganistán.
Pregunta. ¿Habría que haber permanecido en Afganistán?
Respuesta. No. Lo que ha faltado en Afganistán es una estrategia de conjunto. Estados Unidos creó un Estado ficticio con un ejército fantasma. Los norteamericanos deberían haber mantenido una cierta presencia, facilitando las transiciones y sin fijar una fecha de retirada. El gran error fue el acuerdo de (Donald) Trump con los talibanes en Doha, que fijó un plazo. Joe Biden pensó que podría imputar esa decisión a Trump. Y dio casi carta blanca a los talibanes para actuar. No es la retirada lo cuestionable, sino el proceso sin condiciones ni garantías.
P. ¿Puede convertirse Afganistán de nuevo en un santuario del terrorismo?
R. No, creo que los talibanes han aprendido la lección. No van a reanudar el terrorismo a escala mundial. Lo que quieren es aplicar la sharía en su territorio. A día de hoy, no les interesa provocar una reacción de Occidente que otra vez les obligue a replegarse.
P. ¿Y la operación en el Sahel, sigue estando justificada?
R. Sí, y lo que ha pasado en Afganistán nos lo debería confirmar, aunque no sea comparable. Pensar que una operación exterior puede ser un simple relámpago (llegamos, destruimos, nos vamos) es no entender nada del fenómeno terrorista islamista, que busca arraigarse en la población, controlando los tráficos [ilícitos] y el terror y atacando a la población civil. Partir nada más llegar no puede dar el resultado deseado. Durar tampoco garantiza que el terrorismo vaya a ser vencido, pero al menos está contenido.
P. Aun así, igual que EE UU en Afganistán, en el Sahel Francia está ante ejércitos que no responden lo suficiente, gobiernos corruptos…
R. Esas dificultades existen. Europa tiene que darse cuenta de que debe ayudar mucho a esos países. Francia no puede estar sola en el Sahel. Su retirada dejaría lugar a los grupos terroristas que mañana podrían controlar territorios enteros. Pero la situación en Afganistán y el Sahel no es igual. En el Sahel, se puede decir que los Estados son débiles, pero existen. En Afganistán, el Estado era casi artificial. La prueba es que se derrumbó rápidamente, que no es lo que pasa en los países africanos del Sahel.
P. Las esperanzas de la Primavera Árabe se han desvanecido. Vemos las dificultades de países como Líbano para establecer gobiernos democráticos. ¿Qué se puede hacer?
R. Estamos ante un dilema. O permanecemos indiferentes y dejamos hacer, bajo el riesgo de acabar siendo víctimas de nuestro propio egoísmo, o ayudamos a esos países, incluso si no logramos cambiar profundamente la naturaleza de los dramas que se producen, o sus causas. Creo que la primera opción es la peor. La inacción, la inercia, la indiferencia suponen que vivimos bunkerizados en nuestro propio país esperando que no nos pase nada. Si los países democráticos no ayudan a los países que sufren, a los que están afectados por conflictos y sometidos a presiones islamistas, otros vendrán en nuestro lugar: Rusia, Turquía, Irán, China. ¿Son estos países democráticos? Solo plantear esta pregunta es ya responderla.
P. Los atentados del 13-N son en cierto modo considerados el 11-S francés. ¿Qué le dice a quienes sienten que no logramos salir de esta violencia extremista?
R. ¡Pero sí que salimos! El Estado Islámico, en tanto que organización, ha sido en gran parte erradicado. Incluso si eso no le impide realizar acciones más allá del marco sirio-iraquí [porque] sigue presente en el Sahel, en Somalia, Mozambique o Afganistán. Es la prueba de que puede que no podamos ganar la guerra, pero sí al menos una batalla importante. ¿Hemos acabado con el terrorismo islamista? Claro que no, adopta otras formas, con atentados a veces más focalizados, localizados, individualizados, pero que pueden tener consecuencias terribles, como vimos con el asesinato de un profesor [Samuel Paty, decapitado el año pasado por mostrar caricaturas de Mahoma en clase] o un cura. Pero ya no es la misma organización, con todas sus ramificaciones y redes.
P. Usted está convocado como testigo en el juicio del 13-N. ¿Qué cabe esperar de un proceso como este?
R. La respuesta al terrorismo es la democracia, es decir, las leyes que permiten estar protegido en el marco del derecho, y de los procesos que permiten condenar a los autores de actos horribles. La democracia es más fuerte que el terrorismo y eso es lo que debemos demostrar.
P. Por sus leyes, por su política exterior, Francia es considerada un objetivo por los islamistas. Seis años después de los atentados de 2015, ¿lamenta usted algo de su política?
R. Tendré que explicar por qué decidí, en nombre de Francia, y seguido por el Parlamento, enviar fuerzas a Malí y al Sahel, y luego a Irak y Siria, para luchar contra el terrorismo internacional que ya nos había atacado o que sometía a poblaciones a horrores imposibles de aceptar. No sé si [los extremistas] dirán que querían castigar a Francia, pero hubo atentados en países que no organizaron ninguna intervención exterior, como Alemania. El terrorismo ataca en todas partes, y añadiría que ataca primero a los musulmanes en muchos países del mundo.
P. ¿Le preocupa que este juicio reavive las tensiones en una Francia aún muy frágil por los atentados?
R. No, no creo que los franceses tengan miedo de este juicio o se pregunten si es oportuno celebrarlo. Será seguido, porque muchos quieren comprender tanto la cadena de hechos como de responsabilidades, así como lo que hace que individuos acaben asesinando a sus propios compatriotas.
P.. ¿Y no teme que haya nuevos atentados?
R. La amenaza siempre está ahí. Pero insisto: la democracia es mantener los procedimientos y, a pesar de las amenazas, hacer prevalecer la ley. Este proceso demuestra que la justicia puede ser severa sin ser una venganza.
P. El juicio se va a celebrar en plena campaña presidencial francesa. ¿Le preocupa que haya interferencias?
R. Es verdad que el juicio se va a alargar hasta las elecciones presidenciales. Con mi testimonio, yo quiero demostrar que, ante el terrorismo, no tenemos necesidad de cuestionar el Estado de derecho al mismo tiempo que adoptamos medidas firmes. Para luchar contra el terrorismo no nos hace falta reducir el derecho de asilo, aunque haya que estar atentos a quién se le concede. No necesitamos, ante el terrorismo islamista, propagar un discurso del odio. La extrema derecha y una parte de la derecha dirán que lo que provocó el terrorismo fue la laxitud. Como si países dictatoriales no sufrieran terrorismo. Incluso en Rusia, en China, hay terrorismo islamista. La batalla se produce siempre entre quienes defienden los principios y quienes están dispuestos a abandonarlos. Y esto, finalmente, no es un mal debate para unas presidenciales.
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