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El largo camino de la justicia terrenal para un aspirante a beato

El hijo de un preso francés guillotinado en 1957 y en proceso de beatificación busca que la ley cambie para que pueda ser rehabilitado

Silvia Ayuso
Jacques Fesch, tras su arresto en 1954 por matar a un agente durante un atraco. Su hijo busca su rehabilitación décadas después.
Jacques Fesch, tras su arresto en 1954 por matar a un agente durante un atraco. Su hijo busca su rehabilitación décadas después.AFP

A pesar de haber incumplido uno de los diez mandamientos al asesinar a un hombre, Jacques Fesch nunca dudó de que iría al cielo. “En cinco horas veré a Jesús”, escribió en la madrugada del 1 de octubre de 1957, poco antes de ser conducido desde la celda de la cárcel parisina de la Santé donde había pasado los últimos tres de sus 27 años de vida, hasta el verdugo. Denegado el indulto presidencial, este lo colocó en la guillotina y accionó el mecanismo que, desde la Revolución Francesa y hasta la última aplicación de la condena de muerte, justo 20 años más tarde que la de Fesch, sirvió en Francia para ejecutar la pena capital en incontables ocasiones. Si sus profecías —o deseos— se cumplieron es algo que solo saben él y, en todo caso, la Iglesia católica que desde 1994 intenta beatificarlo, impresionada por el arrepentimiento y proceso místico que desarrolló durante sus años tras las rejas ese joven ateo reconvertido en un devoto católico que se pasaba las horas rezando en la celda desde que su madre le enviara a prisión un libro sobre las apariciones de Fátima. Aunque la justicia divina parezca haberlo perdonado, otra cosa es la terrestre. Y la francesa, en particular, es un hueso duro de roer. Más de medio siglo después de que el hombre al que la prensa de la época llamó el “asesino de policías” fuera ejecutado por matar a un agente durante un atraco frustrado, su hijo busca la rehabilitación legal de Fesch. Una especie de “perdón laico”, lo llama. Para ello, sin embargo, tiene que cambiar la ley. Y eso puede ser más difícil que lograr el perdón divino.

Bien lo sabe Gérard Fesch. Él es el hijo ilegítimo de Jacques, concebido solo un mes antes de que su padre diera un giro fatal a su hasta entonces frustrante pero acomodada existencia —era hijo de un banquero parisino— y cometiera el fatídico atraco con el que buscaba iniciar una nueva vida: quería comprar un barco para huir a las islas Galápagos, después de que su padre le denegara un préstamo a esa oveja negra de la familia que no acabó la secundaria y había abandonado también a su esposa e hija. Todo esto lo supo Gérard solo cuatro décadas más tarde, en 1994, cuando una amiga le mostró la foto de un artículo que hablaba de los intentos de la Iglesia por beatificar a un hombre, Jacques Fesch, cuyos diarios sobre su conversión religiosa, publicados bajo el título “Luz sobre el patíbulo” a mediados de los años 80, tuvieron un gran éxito entre el público católico, recuerda la revista L’Obs. Jacques y Gérard, que había crecido en varias familias de acogida y que a sus 40 años todavía llevaba el apellido Droniou, se parecían como dos gotas de agua. Una prueba de ADN demostró que era su padre, para disgusto de la familia Fesch que, según Gérard, intentó impedir el reconocimiento legal por cuestiones de herencia.

Pasar de ser un niño abandonado a ser hijo de un ajusticiado tampoco fue fácil de “asimilar”, reconoció Gérard a la Agencia France Presse. Pero una vez que supo que su padre, en prisión, se había interesado por él y hasta le escribió una carta que su familia ocultó durante décadas, decidió luchar por cambiar también su destino. “Lo que quiero es que la historia no se acuerde solo del guillotinado, sino de que todo hombre puede arrepentirse y convertirse en alguien mejor”, explicó en vísperas de la llegada esta semana del caso al Consejo Constitucional, la última instancia de un largo camino judicial para buscar cambiar la ley y que, así, Jacques Fesch pueda ser rehabilitado. Porque si bien la ley gala permite desde rehabilitar a los condenados para que, una vez cumplida su pena recuperen todos sus derechos cívicos, hay una excepción mantenida pese a la abolición de la pena capital en 1981: no se aplica a los condenados a muerte que han sido ejecutados, solo a los indultados.

Ante este organismo que podría pronunciarse a favor de cambiar dicha norma, los defensores de la petición subrayaron que va más allá del caso Fesch. “La rehabilitación es más que un derecho. Es una filosofía. Es la idea de que un hombre no puede ser reducido a su crimen y que, evidentemente, puede cambiar”, dijo ante el Consejo el abogado estrella Eric Dupond-Moretti. El veredicto que podría cambiar el destino terrenal de Jacques Fesch se conocerá el 28 de febrero. Los miembros del Consejo Constitucional, al que pertenecen expresidentes como Valéry Giscard d’Estaing y ex primeros ministros como Alain Juppé o Laurent Fabius, tienen la oportunidad, insiste su hijo, de poner “una nueva piedra en el combate contra la pena de muerte”.

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Sobre la firma

Silvia Ayuso
Corresponsal en Bruselas, después de contar Francia durante un lustro desde París. Se incorporó al equipo de EL PAÍS en Washington en 2014. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, comenzó su carrera en la agencia Efe y continuó en la alemana Dpa, para la que fue corresponsal en Santiago de Chile, La Habana y Washington.

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