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La UE y China ultiman un gran acuerdo de inversiones pese a los recelos de Biden

Bruselas arranca a Pekín un mejor acceso a su mercado para las empresas europeas y concesiones en derechos laborales

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en conferencia de prensa en Bruselas tras celebrar una cumbre virtual con el presidente chino, Xi Jinping, el pasado septiembre.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en conferencia de prensa en Bruselas tras celebrar una cumbre virtual con el presidente chino, Xi Jinping, el pasado septiembre.YVES HERMAN (Reuters)

La UE y China se disponen a dar un último movimiento al tablero geopolítico mundial a dos días del fin de 2020. Los dos bloques prevén cerrar este miércoles el gran acuerdo de inversiones que llevan siete años negociando, después de que Bruselas haya arrancado a Pekín concesiones en derechos laborales y política climática. El pacto da un vuelco a las maltrechas relaciones entre la UE y China, pero puede provocar el primer desencuentro con el futuro presidente de EE UU, Joe Biden, cuyo equipo pretendía hacer frente común con Europa para combatir las malas artes comerciales de la potencia asiática.

En un ahora o nunca en toda regla, el equipo negociador europeo recomendó a los líderes de la UE que cierren el acuerdo de inversiones con China, según aseguraron fuentes comunitarias. No es un tratado comercial, pero Bruselas sí lo considera el pacto económico más ambicioso jamás firmado por Pekín con cualquier país o bloque, tanto porque permitirá allanar el terreno a las empresas europeas que operan en China como por las concesiones logradas en derechos laborales.

El acuerdo, sin embargo, tiene sus límites, y este martes la UE se veía obligada a exigir la liberación “inmediata” de la periodista Zhang Zhan, condenada a cuatro años por su cobertura sobre la crisis de la covid-19 en la ciudad de Wuhan. Además de posibles fricciones con la nueva Administración estadounidense, la alianza es vista con fuertes reticencias en el Parlamento Europeo. También por expertos y activistas de derechos humanos, quienes denuncian que Pekín explota laboralmente a los miembros de la minoría uigur en Xinjiang, empleándolos en sectores como el del algodón, según aseguraba un informe reciente del laboratorio de ideas estadounidense Center for Global Policy. El Gobierno chino niega estas afirmaciones.

Tras siete años de negociaciones, los contactos parecían haber entrado en vía muerta la pasada primavera. Entonces, la UE y China constataron sus enormes diferencias. No solo en la concepción del libre mercado, sino también de los derechos humanos. En los últimos días del año, sin embargo, se ha abierto una enorme ventana de oportunidad. Y lo suficientemente grande para que, según fuentes diplomáticas, ningún socio se haya opuesto al acuerdo.

Pekín empezó a constatar ya en verano que necesitaba a la UE a su lado ante la presión de EE UU. Si ganaba Donald Trump, la escalada de las hostilidades estaba asegurada. Y si lo hacía Biden, nada garantizaba una rebaja de las tensiones. Al contrario: había el peligro de una mayor coordinación con Bruselas. A su vez, la canciller alemana Angela Merkel, que tiene la presidencia de turno de la UE, se había fijado como prioridad la firma de un acuerdo que acabara con unas prácticas que están perjudicando a la industria de su país.

El acuerdo, pues, significa el primer choque con Biden cuando este aún no ha tomado posesión del cargo. Hace apenas una semana, el asesor de seguridad nacional del presidente electo, Jake Sullivan, afirmó a través de Twitter que la próxima Administración de EE UU agradecerá que ambos bloques se consulten con premura acerca de sus “preocupaciones comunes sobre las prácticas económicas de China”. Un alto funcionario comunitario quitó hierro al asunto y se mostró convencido de que el acuerdo favorecerá las relaciones transatlánticas, que habían quedado maltrechas durante la época de Donald Trump, que concluye el próximo día 20.

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Según las fuentes consultadas, el acuerdo que, si nada se tuerce, se anunciará este miércoles, es un salto adelante en la definición de un tablero de juego más igualado entre los gigantes empresariales chinos y las compañías europeas. Antes de la cumbre entre la UE y China de septiembre, la Administración de Xi Jinping había adquirido compromisos sobre transferencia tecnológica o transparencia en las subvenciones a empresas que incluso sorprendieron a Bruselas. En ese encuentro, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, consiguió dar un empujón a que China acepte que las empresas europeas puedan operar en el país asiático en las mismas condiciones que el resto. Solo quedaban dos asuntos. Y no menores: el desarrollo sostenible, clave para el objetivo europeo de prescindir de los combustibles fósiles en 2050, y los derechos laborales.

China ha accedido finalmente a que los avances en sostenibilidad sean evaluados por un panel de expertos. En el ámbito laboral, fuentes comunitarias explican que Pekín se compromete a cumplir con las convenciones que ya ha firmado de la Organización Internacional del Trabajo y a ratificar los tratados que prohíben los trabajos forzados. Eso sí, con una redacción ambigua que no evitará un tormentoso proceso en el Parlamento Europeo y una fuerte presión de amplios sectores de la sociedad civil.

A cambio, China logra tener como socio a un mercado de más de 450 millones de consumidores ante el incierto rumbo que pueda emprender la Administración de Biden. Pekín mantiene, además, la posición inversora que había logrado en Europa e incluso la amplía al conseguir acceder a sectores como las energías renovables. Y todo ello justo cuando las capitales empezaban a estar más unidas en el convencimiento de que había que plantar cara a las prácticas poco leales de Pekín, si era necesario vetando a sus empresas de los concursos públicos. El acuerdo de inversión hace ya poco probable esa opción, aunque fuentes comunitarias sostuvieron que la UE mantendrá su instrumento para controlar las inversiones sobre activos que puedan ser considerados estratégicos.

Ofensiva diplomática

Ante la urgencia de alcanzar el acuerdo, el gigante asiático ha aumentado la presión diplomática en el tiempo de descuento. La víspera de Nochebuena, el primer ministro Li Keqiang llamó por teléfono al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, así como a su homólogo holandés, Mark Rutte, con la intención de recabar su apoyo. “Esperamos que la UE siga proporcionando un entorno comercial justo, abierto y no discriminatorio para las empresas chinas”, comentó Li a Sánchez, según recogía la agencia de noticias Xinhua.

“Xi parece haber instruido a su equipo a hacer generosas cesiones para completar un acuerdo tras la victoria de Biden en las elecciones presidenciales”, apuntaba Emre Peker, director para Europa de la consultora Eurasia, en un informe reciente. “El foco principal reside en el acceso a los mercados y la protección de la propiedad intelectual”, añade.

El Gobierno chino ya estaría acomodando su marco legal para acoger estos nuevos cambios. La semana pasada, la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma y el Ministerio de Comercio promulgaron de manera conjunta las bases de una nueva regulación para la inversión de capital extranjero.

Una carta abierta publicada recientemente por un colectivo de académicos europeos advertía de que “a pesar de siete años de duras negociaciones, este texto solo es un modesto paso adelante en la promoción de la reciprocidad”. “Concluirlo ahora sería una victoria simbólica para China y dificultaría a Europa participar en cuestiones críticas en el futuro. Las concesiones de China son pequeñas mejoras en términos de acceso de mercado. Pero el borrador del acuerdo fracasa a la hora de avanzar en manera comprehensiva en la apertura económica y [el establecimiento de] reglas claras y vinculantes”.

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