Jacinda Ardern, el fenómeno global arrasa en casa
Los neozelandeses avalan la gestión de la primera ministra, que logró este sábado la primera mayoría absoluta en el país desde 1996
Hace tres años, casi nadie habría sabido decir el nombre de un primer ministro de Nueva Zelanda. Pero el de Jacinda Ardern (Hamilton, 40 años) es trending topic. Y no solo ayer, cuando arrasó revalidando su mandato con un 49% de los votos. Estas se han llamado “las elecciones covid”, porque su gestión de la pandemia ha empujado los resultados, pero el mundo lleva tres años mirando hacia estas remotas islas del Pacífico para descifrar a una política que, en un momento de salvaje polarización, maneja el poderoso discurso de la empatía.
Mencionada como posible Nobel de la Paz, ha aparecido en todas las listas de mujeres poderosas y en portadas, de la revista Vogue a portada del Time para ser celebrada tanto por su talante amable como por su eficaz manejo de las crisis: además de la covid, el atentado de Christchurch, —en el que fueron asesinadas 51 personas en dos mezquitas—, o la erupción del volcán Whakarii. En su discurso de victoria, que arrancó en perfecto maorí, Ardern lamentó este sábado que el mundo haya “perdido la habilidad de ver el punto de vista del otro”. “Nueva Zelanda ha demostrado que nosotros no somos así, después de todo somos [una nación] demasiado pequeña para perder de vista la perspectiva de los demás”. Y el mundo la miró de vuelta.
Jacinda Ardern ganó sus primeras elecciones con solo 17 años. Como portavoz de los estudiantes en su instituto, hizo campaña para que las niñas pudieran llevar pantalones en vez de la falda del uniforme. Un triunfo para una adolescente que se ponía tan nerviosa hablando ante una audiencia que se quedaba sin voz: “Me llenaba de terror y era una de las muchas razones por las que nunca me imaginé haciendo algo que implicara una vida dedicada a hablar en público”, confesó ante el congreso del Partido Laborista.
Ardern se convirtió en diputada de la formación en 2008. Cinco elecciones generales después, ha conseguido un nivel de popularidad inaudito para un político neozelandés, tanto dentro como fuera del país, y la mayor victoria de la formación en 50 años. En las últimas semanas sus actos de campaña se han convertido en baños de masas, con miles de ciudadanos siguiéndola por la calle para conseguir un selfie.
Detrás de su éxito contra la pandemia está el equipo de científicos que en marzo recomendó a la primera ministra que adoptara la “estrategia de eliminación”, para evitar que el virus saturara el sistema sanitario de Nueva Zelanda (con casi cinco millones de habitantes) y sobre todo su limitada capacidad de medicina intensiva (5,5 UCI por 100.000 habitantes). Esta estrategia, que la política definió como “ir duro y temprano” busca directamente acabar con la pandemia, no aplanar la curva de contagios, lo que exige medidas estrictas de cierre de fronteras o cuarentenas absolutas antes de que se disparen los casos. “Esta estrategia ha funcionado muy bien en Nueva Zelanda, que tiene la mortalidad por covid-19 más baja de la OCDE, con un total de 25 muertes, lo que supone cinco fallecimientos por cada millón de habitantes. También nos ha permitido que la actividad económica y social volviera casi a la normalidad”, asegura el epidemiólogo Michael Baker, asesor del Ministerio de Sanidad.
Atacada por incumplir su programa electoral
La pandemia ha envuelto a Jacinda Ardern con un manto de heroína, pero el partido de centroderecha National Party ha subrayado durante la campaña que la primera ministra no ha llevado a cabo sus promesas electorales, como su proyecto bandera, el Kiwibuild, que prometía construir 16.000 casas asequibles para abordar la crisis de la vivienda, pero solo ha completado 450. Y las cifras de pobreza infantil no se han reducido, a pesar de que Ardern siempre ha definido esta causa como uno de los fundamentos de su carrera.
En su primer discurso como líder laborista en 2017, Ardern explicó que crecer en Murupara, en la isla norte del país, la marcó para siempre, y que aún recuerda a “los niños que no tenían zapatos, ni siquiera en invierno cuando los charcos se congelaban”. Murupara, dijo Ardern, “no fue el sitio o el momento donde me convertí en política. Fue el momento en que desarrollé la empatía”. Ese sigue siendo su gran activo.
Su popularidad se debe precisamente a una imagen honesta y compasiva. Critica que la política se haya convertido en un “deporte sangriento” que causa apatía y desapego entre los jóvenes. Según la experta en gobernación de la Universidad de Massey, Suze Wilson, “Ardern quiere ofrecer otro tipo de liderazgo basado en un modelo colaborativo, que se centra en preocuparse y cuidar de las personas”. Un modelo opuesto al estilo duro y combativo de Trump o Bolsonaro, y la experta considera que la personalidad de Ardern “es crucial en combatir la manipulación y el cinismo de la política tradicional, que tiende a socavar el nivel de confianza en los procesos democráticos”.
La oposición critica que el laborismo se ha pasado la campaña exhibiendo a Ardern porque no cuenta con un plan efectivo para afrontar los próximos tres años. Nueva Zelanda entró oficialmente en recesión el pasado trimestre y el National Party considera que el Gobierno no puede seguir aumentando la deuda pública con más subsidios por la covid-19, gracias a los cuales el desempleo está contenido en tan solo el 4%. Críticas que, de momento, no desgastan el estatus de la primera ministra. El mundo no sabía quién era Jacinda Ardern hasta que tres meses después de asumir el cargo en 2017 anunció que estaba embarazada de su primera hija. Ahora afronta el mayor desafío de su carrera con la atención de toda la prensa internacional: mantener la pandemia fuera de Nueva Zelanda sin arruinar la economía y cumplir, esta vez sí, su programa para lograr una “transformación progresista” del país.
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