Macron concentra poderes con un nuevo primer ministro de poco peso político
El presidente sustituye a Édouard Philippe por Jean Castex, conservador moderado
Emmanuel Macron puso este viernes la primera piedra de una nueva etapa marcada en Francia por el impacto económico de la covid-19 y la perspectiva de las elecciones presidenciales de 2022. El presidente francés sustituyó al popular ministro Édouard Philippe por el casi desconocido Jean Castex, encargado de organizar la desescalada en Francia y alcalde de un pueblo de 6.000 habitantes al pie de los Pirineos. El relevo es continuista: Castex, como Philippe, se identifica con la derecha moderada. Y refuerza el poder del Elíseo en el delicado juego de equilibrios con Matignon, sede de la jefatura del Gobierno.
El cambio de Philippe, que había acompañado al presidente desde su elección en 2017, por Castex, un versado alto funcionario sin experiencia en la primera línea, llega menos de una semana después de las elecciones municipales. El partido de Macron, La República en Marcha (LREM), sufrió una derrota severa. Solo conquistó una ciudad de peso, Le Havre, donde el candidato era Philippe, que ni siquiera milita en LREM, y ganó con comodidad. La victoria de candidatos ecologistas en algunas de las principales ciudades fue la principal novedad de una convocatoria con abstención récord.
Macron no cambiará el rumbo. Castex, como Philippe, viene de Los Republicanos, el gran partido de la derecha, el del expresidente Nicolas Sarkozy, heredero del de Jacques Chirac. Ambos, como Macron también, son altos funcionarios. Es decir, miembros del particular mandarinato francés educado en la Escuela Nacional de Administración. El presidente de la República ha dado a entender en discursos y entrevistas que la reinvención que promete desde que la pandemia golpeó Francia no es sinónimo de un giro abrupto: los guiños al ecologismo y a la socialdemocracia —forzados en parte por la crisis— se equilibran con el rechazo a subir impuestos y la sugerencia de trabajar más horas, o la recuperación —seguramente bajo una forma edulcorada— de la explosiva reforma de las pensiones, que quedó aparcada con el confinamiento.
La ceremonia de traspaso de poderes en Matignon escenificó con solemnidad y emoción la continuidad institucional. “Las prioridades deberán evolucionar, los métodos deberán adaptarse. Más que nunca, deberemos reunir a la nación para luchar contra esta crisis que se instala”, dijo Castex en un discurso que sirvió a muchos franceses para conocerlo. “Y, sobre todo, se hará en la continuidad de las reformas de fondo que usted ha puesto en marcha para salir más fuertes y más solidarios”, añadió el primer ministro entrante dirigiéndose a su antecesor.
Eran las 18.15 y acababa una frenética jornada en la política francesa que empezó a las nueve de la mañana con un breve comunicado del Elíseo: “Édouard Philippe ha presentado en este día la dimisión del Gobierno al presidente de la República, que la ha aceptado. Garantiza, junto a los miembros del Gobierno, el trato de los asuntos corrientes hasta la nominación de un nuevo Gobierno”. Al mediodía, saltaba el nombre de Castex, un hombre que trabajó con Sarkozy y que conjuga el conocimiento de la alta Administración francesa con la base local de Prada, municipio del que es alcalde desde 2008 y centro cultural y político del catalanismo que acogió en su exilio al violoncelista Pau Casals y donde se celebra cada verano, desde los años de la dictadura franquista, la Universitat Catalana d’Estiu. El nuevo primer ministro entiende el catalán, y puede hablarlo.
El nombramiento de Castex es un paso en la nueva etapa, pero quedan otros. En los próximos días, diseñará junto a Macron el nuevo equipo gubernamental, posiblemente seguido de un discurso del presidente para explicar el programa de reconstrucción. La remodelación, por ahora, le obliga a hacer equilibrios. Por un lado, Macron ha dado señales de querer dar un giro ecologista y progresista, pero en el nombramiento de Castex no hay rastro de esta voluntad. Entonces, ¿por qué el relevo? El motivo oficial es la necesidad de comenzar la segunda parte del quinquenio con otro primer ministro y otros ministros.
Salida sin portazo
No es una anomalía el cambio a medio mandato. El único primer ministro —todos, menos la socialista Édith Cresson, han sido hombres— que desde 1958, año de la fundación de la V República, ejerció el cargo durante todo el mandato presidencial fue François Fillon entre 2007 y 2012. Si hay una diferencia entre el nuevo y el viejo primer ministro, es la popularidad de Philippe, convertido en un actor político de primer orden que amenazaba con hacer sombra a Macron. Este riesgo es inexistente ahora: la llegada de Castex puede significar una mayor concentración de poder y la atención en el Elíseo, sede de la presidencia.
Philippe, sin embargo, ha sido, hasta el último día leal al presidente, aunque en los últimos meses habían aflorado diferencias en asuntos como la edad de jubilación en la reforma de las pensiones o el ritmo de la desescalada tras los meses de confinamiento. Su marcha no es un portazo. El domingo debe asumir el cargo de alcalde en Le Havre y, por ahora, no ha dado ninguna señal de querer torpedear la acción de Macron y ser un rival, como hicieron antecesores suyos como Fillon. Su talante tranquilo y moderado, a la vez empático y tecnocrático, lejos de la grandilocuencia del presidente, ha disparado su popularidad durante la pandemia y el confinamiento, que han dejado en Francia casi 30.000 muertos y una de las mayores recesiones de las últimas décadas. Hay algo de estilo de Angela Merkel en Édouard Philippe. En estos años, y sobre todo en los últimos meses, ha creado una marca. Ha nacido el philippismo.
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