El arte de Brasil pierde color y movimiento con la muerte de Abraham Palatnik
La obra del creador brasileño, fallecido el sábado a los 92 años de coronavirus, causó admiración a relevantes autores como Miró
El artista brasileño Abraham Palatnik, uno de los pioneros del arte cinético, falleció el sábado en Río de Janeiro de coronavirus a los 92 años. Llevaba 10 días hospitalizado. La obra de este pintor, escultor, dibujante e inventor resultó esencial para ampliar los horizontes de las artes visuales al combinar arte, ciencia y tecnología en una carrera de más de siete décadas que le llevó a experimentar con máquinas que creaba en su taller. Su obra causó admiración, entre otros, a Joan Miró.
Algunas de sus creaciones recuerdan al trabajo de Alexander Calder, con piezas de colores que bailan, pero en su caso son movidas por un motor. “Al crear composiciones que parten del color, pero traspasan el límite de la pintura, se consagra como pionero en explorar las conquistas tecnológicas en la creación de la vanguardia brasileña, habilitando máquinas para crear obras de arte”, destaca la Enciclopedia Itaú Cultural.
Palatnik nació en 1928 en la ciudad de Natal, en la costa noreste de Brasil, hijo de una pareja de judíos rusos. Solo tenía cuatro años cuando, como tantos judíos, su familia se trasladó a Tel Aviv, entonces en la Palestina británica. Allí creció, aprendió a dibujar, estudió física y estética y se especializó en motores de explosión. En esa época todavía dibujaba paisajes, retratos y naturalezas muertas. Sus padres repararon en su talento y empezaron a vender sus obras cuando era un crío de 12 años.
En 1948, coincidiendo con la fundación del Estado de Israel tras la guerra de independencia, los Palatnik regresan a Brasil. Ya es un joven de 20 años cuando se instalan en Río de Janeiro, donde el artista vivió el resto de su vida. Conoce allí a otros creadores y se integra en el círculo de los primeros autores abstractos.
Descubrir la terapia artística que desarrolla una psiquiatra con sus pacientes en un hospital carioca le impresiona profundamente. Aquellas pinturas de vivaces colores suponen un gran impacto en su obra, hasta entonces figurativa. Palatnik recordaba en 2013 en una entrevista con el diario Folha de S.Paulo que descubrió en el psiquiátrico de Engenho de Dentro, en Río, de la mano de los pacientes de la doctora Nise da Silveira: “Los internos tenían una autenticidad increíble. Empecé a pensar que jamás conseguiría hacer pinturas tan fuertes, tan bonitas, tan desenvueltas como las que hacían los enfermos”.
Se olvida entonces de los pinceles, retoma lo aprendido en sus cursos técnicos en Tel Aviv y empieza a experimentar. Comienza a construir pequeñas máquinas que permiten que figuras de colores se muevan en el aire para hipnotizar al observador. El artista se torna también inventor en su taller repleto de herramientas. “De vez en cuando, necesitaba inventar dispositivos pequeños. Tengo un torno y hago la pieza”, contaba hace unos años al canal Globo.
Estrena ante el público esas obras, que bautiza como aparatos cinecromáticos, en la primera Bienal Internacional de São Paulo, en 1951. Aquella combinación de luz y movimiento resulta tan rompedora que los organizadores de la cita no saben dónde encuadrarla. “Recibe una mención de honor del jurado internacional, aunque al principio no fue aceptado porque no encajaba en ninguna de las categorías que componían el programa”, recuerda la Fundación Getulio Vargas.
El crítico Mario Pedrosa, gracias al que conoció la terapia artística del psiquiátrico que transformó su obra y su vida, las describe como cajas en las que proyecta sobre una pantalla o cualquier otro material semitransparente composiciones de formas coloridas en movimiento. En 1954, participa en la creación del Grupo Frente.
A finales de los cincuenta, Palatnik se zambulle en una obra tridimensional con campos electromagnéticos que activan pequeños objetos en cajas cerradas. En 1964, sus aparatos cinecromáticos son expuestos en la Bienal de Venecia y en galerías privadas de París y de la ciudad alemana de Ulm. Es en la bienal italiana donde encandila a Miró. El brasileño contó en la citada entrevista de 2013 que el español pidió una silla para contemplar mejor su obra. “Quería estar sentado, cómodo, admirando mi trabajo. Se quedó allí un buen rato”, relató.
Convertido en uno de los precursores del arte cinético, adquiere repercusión internacional. El MoMA de Nueva York, el Museum of Fine Arts de Houston (Texas), el MASP de São Paulo o el Museu Nacional de Belas Artes de Río de Janeiro albergan piezas suyas.
A comienzos de siglo retoma el lienzo, pero el protagonismo es todavía para la intensidad cromática y el movimiento, la sensación de movimiento.
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