El colapso de la economía libanesa arrastra a Siria en plena pandemia
La crisis bancaria en el país mediterráneo bloquea la única puerta al mercado de divisas extranjeras para su vecino, cercado por sanciones internacionales
La grave crisis financiera y económica que sacude a Líbano ha puesto de manifiesto la extrema dependencia que Siria tiene del sistema bancario libanés, su única vía de escape a las sanciones internacionales y acceso a divisas. La amenaza de la covid-19 —Damasco anunció su primer caso el 22 de marzo— y la recesión mundial que se anticipa prometen desatar una triple crisis social, económica y sanitaria en un país sumido en una guerra que ya se alarga casi un decenio. La frontera terrestre con Líbano ha sido la única que ha permanecido abierta a lo largo del conflicto sirio, hasta su cierre a mediados de marzo para evitar la propagación del virus.
“La drástica devaluación de la libra libanesa ha provocado el hundimiento de la siria [en su paridad respecto al dólar], puesto que los bancos de Líbano, en gran parte debido al secreto bancario, son el jardín trasero que emplea Siria para cortocircuitar las sanciones de EE UU y de la UE”, subraya a través de WhatsApp el economista sirio Jihad Yazigi, editor jefe de The Syria Report.
Después de tres décadas anclado en un cambio fijo, el valor de la libra libanesa (LBP, por sus siglas en inglés) frente al dólar ha caído en más de un 60% desde que el pasado 17 de octubre estallaran las protestas antigubernamentales en Líbano. En su desplome ha arrastrado a la libra siria (SYP, por sus siglas en inglés) cuya paridad ha caído de 632 por dólar ese mismo mes a 1.285 este abril, en un país cuyo mercado de abastecimiento en divisas se reduce a Beirut.
La respuesta institucional de sendos bancos centrales ha sido la de mantener el valor paritario previo a la crisis, de 1.507 LBP y 513 SYP respectivamente (en 2010 era de 47 SYP por dólar), lo que supone menos de la mitad del empleado en las casas de cambio oficiales. Una decisión que ha impuesto un doble sistema monetario en ambos países, provocado el pánico entre los depositarios y llevado a los bancos libaneses a cerrar sus puertas durante tres semanas consecutivas para después imponer estrictas medidas informales de control de capital.
“El 20% de los depósitos bancarios en Líbano pertenece a ciudadanos sirios que al inicio de la guerra [marzo de 2011] transfirieron sus ahorros. Ahora su dinero ha sido bloqueado por las medidas informales de control de capital impuestas por los bancos libaneses”, estima un banquero en Beirut que solicita el anonimato. “Abrieron cuentas en Beirut adonde importan todo tipo de productos que luego transportan vía terrestre para su venta en Siria”, acota. En un reciente informe, el Centro de Investigación y Análisis COAR eleva a 30.000 millones de dólares (27.800 millones de euros) el volumen de depósitos bancarios de nacionales sirios que además detentan el 13% de la inversión inmobiliaria en Líbano.
El consumo interno de ambos países depende en un 80% de las importaciones mientras que la inflación ha disparado los precios de productos básicos entre un 25% y 40%. La seguridad alimentaria se ha convertido, así, en prioridad tanto para Beirut como para Damasco. En Siria, la falta de divisas dificulta las importaciones de trigo, ingrediente básico para la producción del pan. Durante el día se producen largas colas a las puertas de las panaderías, aseguran los vecinos de Damasco. El consumo de carne se ha reducido en un 60% en la capital siria, reza un informe del diario sirio Al Watan.
Un temor que es compartido por Yemen, país también en conflicto y cuyos señores de la guerra encontraron igualmente el anonimato que buscaban en el sistema bancario libanés. “Numerosos comerciantes yemeníes optaron por ingresar sus depósitos en bancos libaneses. Hoy están bloqueados por la crisis y se han convertido en un factor crítico para las importaciones de Yemen”, se lee en el informe anual del Centro Sana’a para Estudios Estratégicos.
Conforme un mayor número de sirios y libaneses cae bajo el umbral de la pobreza y pasa a engrosar las filas del descontento social, ambos Gobiernos niegan la mala gestión. Beirut culpa a las protestas y al peso de los refugiados. Damasco ha lanzado una polémica campaña anticorrupción y lo achaca a las sanciones internacionales. Ambos Gobiernos han optado por incrementar los sueldos y pensiones de los funcionarios que representan un importante porcentaje de la población activa y así compensar la drástica pérdida de poder adquisitivo en la ciudadanía.
Sin turismo ni inversión extranjera desde el inicio de la guerra en 2011, la mayor entrada de divisas para Siria son las remesas. Líbano alberga a 1,5 millones de refugiados sirios, lo que supone el 25% de la población, y su mercado laboral ha absorbido a más de 200.000 trabajadores sirios, mayoritariamente en el sector de la construcción.
Con ayudas menguantes de la ONU, sin dólares en el bolsillo y la frontera libanesa cerrada, los refugiados ya no envían unas remesas que son vitales para la supervivencia de sus familias en Siria. En paralelo, los repetidos intentos de Damasco de relanzar la reconstrucción del país y crear empleos han caído en saco roto. Según expertos consultados, ni Irán, ni Rusia, ni China —sus principales aliados— están dispuestos a costear una reconstrucción cuya factura puede superar los 300.000 millones de euros.
Sanciones y oportunidades económicas
“En siria no se teme al coronavirus, sino al virus Caesar”, ironiza un economista cercano al Gobierno de Damasco en conversación telefónica desde la capital siria. Hace referencia al paquete de sanciones impuestas por EE UU (Caesar Syria Civilian Protection Act) contra el Gobierno de Bachar al Asad y personalidades de su entorno, que fue ampliado el pasado mes de diciembre. “El secreto bancario permitía a los grandes hombres de negocios sirios sancionados por EE UU o la UE operar desde Beirut y así eludir las restricciones internacionales. Ahora, sus fortunas, pero también las importaciones de equipos médicos, pesticidas o trigo, se ven drásticamente afectadas”, agrega. Damasco y su aliado ruso han pedido este miércoles el levantamiento de las sanciones internacionales para luchar contra la pandemia en un país donde el sistema sanitario ha sido diezmado por la contienda.
Por su parte, la Unión Europea condiciona toda ayuda económica a una apertura política. “Seguiremos trabajando en lo humanitario, pero nada más hasta que no haya una muestra de transición política, que no la hay”, dice un funcionario de la UE en Beirut. Sin embargo, existe una creciente división de opiniones entre los países miembros sobre una posible financiación de proyectos que eviten el colapso de las instituciones públicas en Siria y por ende un empeoramiento de las condiciones de vida de la población.
Sobre esta última postura pesa, reiteran los diplomáticos europeos consultados, el factor migratorio como decisivo a la hora de fomentar el retorno de los 5,7 millones de refugiados —uno de ellos en Europa—, así como evitar un nuevo cruce del Mediterráneo hacia el viejo continente. No obstante, la recesión que planea sobre la economía mundial amenaza con reducir los fondos destinados a la cooperación internacional.
Entre los pliegues de la crisis es donde el economista sirio Jihad Yazigi ve cabida para las oportunidades. “Ante la falta de divisas, las exportaciones [sirias a Líbano] pueden incrementarse al ofrecer al consumidor libanés productos más baratos que los importados de Europa o China”, explica. Lo mismo ocurre con el turismo médico en Siria, prosigue este experto que asegura que en los últimos meses se ha registrado un incremento reseñable en el número de ciudadanos libaneses que han viajado a Damasco "para comprar fármacos o ser operados en los hospitales sirios a un coste mucho más reducido que en su país [el 85% de los hospitales de Líbano son privados]”.
Los señores de la guerra
La fuga de cerebros, la falta de capital humano, agrava la recuperación económica en Siria. En su lugar, la guerra ha dado a luz a una nueva clase de hombres de negocios que los economistas tildan de “predadora”. “La crisis va a disparar el peso económico del contrabando en ambas economías con un auge del comercio informal en la frontera terrestre entre Líbano y Siria”, valora en una entrevista telefónica desde Turquía el economista sirio Abdulmonem al Halabi, quien fuera ministro de Finanzas del Gobierno de oposición en el exilio. “Las rutas terrestres y los canales de contactos ya están establecidos. Incrementará el volumen”, acota. Rami Majluf, primo de El Asad, encabeza la lista de fortunas amasadas durante la guerra, hasta el punto que las criticas populares le han convertido en objeto de una polémica campaña anticorrupción lanzada por Damasco. Otro de los integrantes de la lista de sanciones estadounidenses es Samer Foz, magnate con múltiples negocios, incluida la franquicia del Four Seasons de Damasco, convertido durante la guerra en vivienda de los empleados de la ONU y cuya factura mensual por las habitaciones supera el millón de dólares.
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