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Hastiada de la guerra, Colombia se resiste a la metáfora bélica ante la pandemia

El país encaja la crisis del coronavirus mientras implementa entre dificultades los acuerdos de paz

Santiago Torrado
El presidente Iván Duque visita un centro de eventos adecuado como apoyo hospitalario para atender la emergencia sanitaria.
El presidente Iván Duque visita un centro de eventos adecuado como apoyo hospitalario para atender la emergencia sanitaria.EFRAIN HERRERA (AFP)

Los acuerdos de paz suelen tardar en asentarse y requieren el compromiso de varios gobiernos. Colombia atraviesa esa transición. Con la reconciliación en el horizonte, busca pasar la página de la violencia sin esquivar la verdad. La implementación del pacto firmado hace tres años con la extinta guerrilla de las FARC aún es frágil, pero en un país hastiado por más de medio siglo de conflicto armado, diversos sectores no están dispuestos a volver a echar mano de las desgastadas metáforas bélicas. Ni siquiera en medio de la debacle mundial generada por la pandemia del coronavirus.

El presidente Iván Duque, elegido con el apoyo de los sectores que se opusieron a los diálogos, no ha logrado superar la polarización. En su respuesta a la inédita emergencia sanitaria, ha buscado un propósito de unidad nacional. “Cómo ganar esta guerra”, titulaba la revista colombiana Semana su última portada, ilustrada con una imagen del mandatario con tapabocas. No es un recurso particularmente original. En Estados Unidos, sin ir muy lejos, Donald Trump se ha retratado sin matices como “un presidente en tiempo de guerra” ante el avance de los contagios. Pero en una Colombia que se asoma al posconflicto, ese relato es doloroso, hiere susceptibilidades y se antoja inoportuno.

“Somos un pueblo traumado. Y cómo no serlo. La guerra duró tanto en Colombia que hubo quienes acabaron lucrándose de ella o en medio de ella. El residuo de ese lucro, la decantación de ese lucro, se expresa en la permanencia de las metáforas bélicas. Allí seguimos encerrados”, plantea el escritor Juan Álvarez. Reclama que ahora, frente a la pandemia, “cuando ya no requerimos de soldados armados sino de enfermeras y enfermeros dotados de los implementos indispensables para atender pacientes contagiados, seguimos hablando de ‘la primera línea de batalla’; o titulando ‘ganaremos esta guerra’”.

Para el autor de Insulto. Breve historia de la ofensa en Colombia, a pesar de que la crisis de la Covid-19 impone una nueva realidad, “seguimos pensando encerrados en la metáfora de la guerra porque somos un pueblo traumado y porque nuestro Gobierno nacional proviene de una ideología construida en torno a la guerra: ganarla; acabarla; gestionarla. El Gobierno nacional piensa en ese marco mental. Las ciudadanías, la prensa, los artistas, procuran zafarse de la dictadura de ese marco mental”.

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Muchos médicos piden no ser equiparados a combatientes. Las sociedades eligen sus narrativas, apunta el epidemiólogo Julián Alfredo Fernández. “Esta es una oportunidad histórica para construir una narrativa de lucha común, sin fronteras y sin violencia, por un imperativo donde triunfa el conocimiento sobre la muerte”, argumenta. “A diferencia de las guerras donde siempre se causan muertes, acá el interés al contrario es salvar todas las vidas posibles”, agrega. “Los médicos, médicas, las enfermeras, merecen su propia narrativa. ¿Por qué poner como punto de referencia del heroísmo al soldado? Lo entiendo porque históricamente ha sido así, pero yo esperaría algo mejor de la sociedad en un escenario de posacuerdo”, señala.

La metáfora bélica, apunta la poeta y novelista Piedad Bonnett, se ha usado siempre, a propósito de muchas cosas, incluso el amor: amantes guerreros, batalla de los sexos, y un largo etcétera. “El periodismo tiende a las expresiones fáciles, a los lugares comunes. De pronto otras maneras de decir, más sofisticadas, pueden parecer retorcidas, más propias del lenguaje poético o algo así. Y quizá la molestia puede nacer aquí en Colombia de la sensación agobiante de que en nuestro país pareciéramos vivir en una guerra eterna, que va tomando formas distintas, casi como si se tratara de un determinismo”, señala la autora de Lo que no tiene nombre. Recuerda que así incluso lo presentó Gabriel García Márquez en Cien Años de Soledad. “En todo caso, esta situación es tan nueva, llama a tantas reflexiones, que la semántica puede resultar la más baladí de todas”, opina.

La jerga bélica ha encontrado críticos desde hace décadas, y en muchos lugares. Esas metáforas contribuyen a estigmatizar ciertas enfermedades y, por ende, a quienes están enfermos, razonaba la escritora estadounidense Susan Sontag, que se resistía a la analogía del cáncer como una lucha. “El aprovechamiento de la guerra para movilizar ideológicamente a las masas ha conferido eficacia a la idea de la guerra como metáfora para todo tipo de campañas curativas cuyos fines se plasman en una derrota de un «enemigo». Hemos visto guerras contra la pobreza, sustituidas hoy día por la «guerra contra la droga» y guerras contra determinadas enfermedades, como el cáncer”, escribía en su clásico La enfermedad y sus metáforas. “Puede que el abuso de la metáfora militar sea inevitable en la sociedad capitalista”, se lamentaba.

“Yo creo que esa metáfora tiene un aspecto positivo, en las guerras las sociedades se unen, logran resolver de mejor manera sus problemas de acción colectiva; tiene también otro negativo, puede llevarnos a creer que esto se soluciona con la fuerza, no con pedagogía democrática, sino con represión”, matiza el exministro de Salud Alejandro Gaviria, quien retoma a Sontag en su celebrado libro Hoy es siempre todavía. “Esto es un momento además en el cual la humanidad debe estar unida, lo que contradice esencialmente esa idea de la guerra”, concluye el actual rector de la Universidad de los Andes.

“Durante la experiencia del virus en Colombia estamos siendo testigos de un momento excepcional; por fin sentimos que cada bando o cada ser no debe fustigar, menospreciar y hasta eliminar al otro. Esa es la paradoja: el implacable y justiciero virus ha traído consigo una sensación de unidad que muchos han deseado para su país desde hace mucho tiempo y quizá, por ser una nación que ha vivido la guerra de modo permanente, se resiste a que el virus sea otra más”, reflexiona el filósofo y semiólogo Armando Silva. “Ha de ser por esto que no se quiere usar metáforas de guerra para nombrarlo. Vivimos un cierto encanto de paz nacional, justo cuando el huésped invisible nos señala, este sí sin metáfora alguna, el precipicio adonde todos podríamos caer”.

Álvarez, el escritor, valora que la guerra se abandona cuando se avanza en dos sentidos: o porque bajan los números de muertos y secuestrados, víctimas y victimarios; o porque brotan relatos distintos al del orden público. “La dictadura del relato del orden público es otra forma de muerte. La muerte de la imaginación y la muerte de la interlocución política. La muerte mental en la que determinadas ideologías y determinados intereses económicos y culturales quieren que sigamos viviendo. Perpetuar las metáforas de guerra, pese a estar en otras realidades, pese al brote de otros relatos, es un intento consciente o inconsciente por mantener viva la economía de guerra. El virus es una crisis sustancial. Y causará dolor. Y es al tiempo el brote de un relato distinto al de la guerra”, reflexiona. El que no transforme su lenguaje, concluye, no está entendiendo nada o hace parte de la cadena de lucro de la guerra. Sontag lo ponía en estos términos: devolvámosle la metáfora a los que hacen la guerra.

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Sobre la firma

Santiago Torrado
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia, donde cubre temas de política, posconflicto y la migración venezolana en la región. Periodista de la Universidad Javeriana y becario del Programa Balboa, ha trabajado con AP y AFP. Ha cubierto eventos y elecciones sobre el terreno en México, Brasil, Venezuela, Ecuador y Haití, así como el Mundial de Fútbol 2014.

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