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Portugal, fuera ya del coma económico, decide si mantiene al socialista Costa en el poder

El Partido Socialista aspira a refrendar con una mayoría absoluta, en las elecciones del domingo, una legislatura que ha cambiado la economía y la imagen del país

El líder socialista António Costa, en un acto electoral el viernes en Lisboa.
El líder socialista António Costa, en un acto electoral el viernes en Lisboa.Armando Franca (AP)

Yo voto geringonça (jerigonza, en español). Quién iba a decir hace cuatro años que el despectivo calificativo adjudicado a un Gobierno socialista con el apoyo de comunistas y bloquistas acabaría siendo un eslogan intelectual para pedir más de lo mismo. Portugal va este domingo a las urnas con el convencimiento —según todos los sondeos— de una clara victoria socialista que le permita gobernar con o sin pactos, sin geringonça. Cuatro años, desde que Costa perdió las elecciones por seis puntos, a poder ganarlas por unos 10; cuatro años en los que ha cambiado la cara de Portugal.

Porque hay que recordar que al hoy elogiadísimo Gobierno portugués, que tomó posesión a finales de 2015, no le dejaron ni seis meses de respiro. En junio de 2016, mientras Alemania amenazaba con otro rescate para Portugal, la OCDE rebajaba el crecimiento del país al 1,2%, el FMI al 1,4% y Bruselas al 1,5. No dieron ni una, fue del 2%. La OCDE subía el déficit al 2,9%, Bruselas al 2,7%; tampoco acertaron, fue del 2%.

Antes de ser el Ronaldo de las finanzas, como le llamó el exministro de Economía alemán Wolfgang Schäuble, Mário Centeno fue el apestado de Bruselas. El actual ministro de Finanzas portugués vio cómo las instituciones europeas recelaban de la vía abierta por Costa al abrazarse a partidos euroescépticos para gobernar uno de los países con más problemas económicos de la zona euro. “Nos enfrentamos a una desconfianza política sobre nuestra capacidad para aplicar el programa del Gobierno”, recordaba a este periódico hace dos años Centeno, el más fiel reflejo de la cruz y la cara del cuatrienio vivido por Portugal. Aquel discreto profesor de economía a quien Bruselas rechazó su primer presupuesto es ahora el presidente del Eurogrupo y no perdona la afrenta. “Nos intentaron convencer de que la única solución era la austeridad, que en su conjunto fue excesiva. Se aplicó un discurso de reformas estructurales que no solo cansó a las personas, sino que impidió el efecto de esas reformas. Europa aplicó una receta errada, parcial e incompleta”.

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Aquellos mismos organismos anunciaron cataclismos si el Gobierno bajaba el IVA de la restauración del 23% al 13%, reducía el horario laboral de los funcionarios de 40 a 35 horas semanales y subía el salario mínimo un 20%. El Gobierno de Costa y Centeno hizo todo lo contrario y Portugal fue resucitando.

En cuatro años, el desempleo ha caído del 12,4% al 6,3%; la prima de riesgo estaba 200 puntos por encima de la española, hoy a un punto. Los bonos del Estado eran bonos basura para las tres principales agencias de rating; hoy han subido dos escalones y el país se financia en mejores condiciones que España.

El Gobierno en minoría no se ha tambaleado siquiera por las oleada de huelgas que han sacudido el país, sobre todo en el último año. A los camioneros se les aplicó el estado de “alarma nacional”, la huelga de enfermeros de quirófano se anuló por decreto ley y las del resto fueron ignoradas. La única crisis de Gobierno la provocó en mayo el primer ministro al anunciar su dimisión si el Parlamento no cambiaba una votación a favor de los profesores. Y la cambió.

La consecuencia electoral —tras las abultadas victorias en elecciones municipales y europeas— es que Costa puede obtener la mayoría absoluta y eso asusta a sus socios de izquierdas, sobre todo por la mala experiencia vivida con José Sócrates. “Las mayorías absolutas son un pantano de corrupción”, ha advertido durante la campaña Catarina Martins, líder del Bloco. “La mayoría absoluta sería un retroceso en derechos y salarios”, ha dicho Jerónimo de Sousa, líder del PC. En la misma onda, un grupo de intelectuales, algunos socialistas, han lanzado un manifiesto para que se repita la geringonça: temen que el PS pueda gobernar solo, sin los equilibrios del PC y el Bloco.

Son unas elecciones entre las izquierdas, con las derechas de meros observadores. La fórmula Costa ha confirmado la famosa frase de Giulio Andreotti: “El poder desgasta, sobre todo al que no lo tiene”. En este cuatrienio de estabilidad gubernamental la derecha se ha hecho añicos. En el Centro Democrático y Social —pese al nombre, la derecha más liberal— Assunção Cristas relevó a Pablo Portas, y en el Partido Socialdemócrata (PSD) —pese al nombre, de centroderecha— Riu Rio sucedió a Pedro Passos Coelho. Ni con los cambios han impedido la fuga de dirigentes y la creación de nuevos partidos de talante similar, como Iniciativa Liberal, Alianza y Chega, que van a quitar votos a los grandes partidos de la derecha sin que ellos consigan representación parlamentaria.

Problemas en la derecha

El tradicional votante del PSD ha perdido el miedo a votar a un partido socialista aliado con comunistas y bloquistas, pese a que estos pidan la nacionalización de la energía, de la banca, de la salud y de la educación. Muchos portugueses aún recuerdan la experiencia de hace 45 años, cuando se nacionalizaron hasta las fábricas de cerveza; pero en pleno siglo XXI, y con Bruselas vigilante, confían más en los poderes resucitadores de Costa y Centeno.

Mientras, el nivel de abstención puede ser determinante para que el PS obtenga o no la mayoría absoluta, aunque no es el único factor. En 2005, José Sócrates fue el primero y único candidato socialista en obtener una mayoría absoluta, lo hizo con el 45% de los votos y un 35,7% de abstención. Según los estudios demoscópicos, ahora bastaría con un 39% de votantes, pues se calcula que la abstención superará el 40%.

Aunque no congénito, la abstención es un mal creciente en Portugal. En 1976, las primeras elecciones legislativas, no constituyentes, votó el 83,5% de la población, en las últimas el 58,1%. En el caso de las municipales, en 40 años ha bajado 11 puntos, del 64% al 55%, y con las europeas, del 72% (1987) al 30,7% de este año.

El objetivo, para uno (PS), de conseguir la mayoría absoluta, y el objetivo, para el resto, de impedirla, puede animar a la participación y, por primera vez, quebrar la línea descendente de votantes. Para ello, y como en anteriores comicios, se adelanta al sábado la jornada futbolística y el presidente del país, el popularísimo Marcelo Rebelo de Sousa, anima a los portugueses a ir a las urnas.

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