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Leyendo de pie
Columna
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Centeno, la serie

El chófer del número dos del ministerio de Planificación del kirchnerismo , agachadito, anota en cuadernos todas las andanzas, dignas de una serie sobre corrupción

Ibsen Martínez

 Dos chicos y una chica veinteañeros que frecuento en Bogotá planean escribir juntos una serie en torno a la corrupción.

La chica es muy pilas, muy llena de información y opiniones. Se llama Gema, es bogotana y a todas luces es el motor del trío. De los chicos, Ezequiel, el dientudo sabelotodo, es bogotano estrato 4 y va para novelista o dramaturgo; el otro, Luis Eduardo, es venezolano y nieto de un histórico amigo mío. Fue en casa de éste donde conocí a Gema y sus panas, futuros cineastas suramericanos.

Descubrieron un café muy chévere en la calle 119 y, la verdad, resultó fácil deslizarse en la costumbre de juntarme con ellos allí cada semana y escucharlos elucubrar juntos su teleserie sobre la corrupción. Quieren presentarse a varias convocatorias de subsidio a la escritura para la pantalla, en varios países, y pensaron que podía ayudarles.

Sin embargo, no han dado aún con su historia. Gema dice, entre burlas y veras, que la culpa del atasco la tiene un ensayo del pensador mexicano Gabriel Zaid cuya lectura sugerí, sin imaginar cuán lejos iba a llevarles mi recomendación.

El ensayo se llama “Por una ciencia de la mordida” y figura en un libro deslumbrante, “El progreso improductivo”, que apareció en México, hace unos 40 años.

Lo que ocurrió fue que su lectura deslumbró a Ezequiel, el dientudo— sospecho que ni Gema ni Luis lo leyeron—, y le permitió, además, aclararle a sus compañeros porqué todas las historias de corrupción que habían estado considerando les parecían, al cabo, tan desabridas.

Zaid hace notar en su ensayo que la corrupción es un mercado moderno, eminentemente monetario, en el que la “mercancía”-el favor del funcionario — y el pago se intercambian casi siempre de inmediato, y por ello, las relaciones tienden a hacerse impersonales.

Por eso sobornar a un policía de tránsito y comprar a Nicolás Maduro por cuenta de Odebrecht son, a la postre, operaciones idénticas la una a la otra. Por eso el dientudo las encuentra tan carentes de interés dramatúrgico como los casos que brindan los anales de Panama Papers: un tipo vende favores por tres mil seiscientos millones de dólares, otro se los compra. End of the story.

Ezequiel les recuerda que Mike Nichols dejó dicho que solo hay tres tipos de escena cinematográfica: un conflicto, una negociación o una seducción. Entre Maduro y Odebrecht nunca hubo conflicto, tampoco hubo que seducirlo: el muy miserable estaba dispuesto a otorgar contratos por lo que Odebrecht tuviera a bien pagarle y chao, pescao.

Gema ha propuesto abordar las historias de las víctimas del robo del dinero destinado a alimentos y medicinas en Venezuela. “Eso es un documental de la Deutsche Welle” , opone Luisito, feroz, y el dientudo vuelve a hablarles de la corrupción como mercado instantáneo.

La semana pasada Gema acudió a la cita más radiante que nunca. “Traigo el conflicto, traigo seducción y traigo negociaciones”, nos dijo, muy ufana. Y comenzó a contarnos de un tipo que trabaja como chofer para un alto cargo del gobierno Kirchner. El alto cargo se ocupa en llevar y traer talegas y talegas del dinero de sobornos. El chofer, agachadito, anota en cuadernos todas las andanzas. Los jefes confían en haber comprado su silencio con un apartamento donde el chofer vive con su mujer.

“No es una cosa instantánea, Ezequiel: la vaina dura diez años. En diez años caben muchas escenas de un matrimonio, todas las seducciones, negociaciones y conflictos que quieras. Hasta que un día a la vieja se le rompe el amor y decide entregar los cuadernos a la prensa y llegan a mano de la justicia del gobierno Macri...”

Eso por el lado de la demanda, añade. Por el lado de la oferta está el virrey de Odebrecht. Hombre rico, hombre pobre, Buenos Aires, mujer supremamente enverracada.

“Los cuadernos de Centeno”, titula Gema.

“¡Es perfecta para Ricardo Darín!”

@ibsenmartinez

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