No basta ser honesto
Nadie exige un Gobierno infalible o incorruptible sino uno que sea capaz de reconocer sus fallas
Yo no tengo dudas de que Andrés Manuel López Obrador es un hombre honrado. Tampoco tengo dudas de que algunos que lo acompañan no lo son. Y no lo son simple y sencillamente porque la codicia y la tentación es parte sustancial de la condición humana. Cuando el presidente electo de México afirma que no existió ninguna estrategia de desviación de los fondos que su partido recabó para ayudar a los damnificados del terremoto, asumo que dice la verdad. El tema es saber si está en lo correcto. ¿Cómo meter la mano al fuego por los segundos, terceros y cuartos círculos por los que pasó el dinero que fue retirado de las cuentas bancarias del fideicomiso para ser entregado a las víctimas?
En última instancia, el retiro de dinero en efectivo violenta los reglamentos que las autoridades electorales imponen a los partidos políticos. De allí la multa equivalente a 197 millones de pesos impuesta en contra de Morena por el INE (alrededor de 10 millones de dólares). López Obrador reaccionó en cuestión de horas y acusó a las autoridades electorales de incurrir en un acto de venganza política en contra de su organización.
En efecto, la multa parecía excesiva para una falta administrativa, toda vez que las autoridades no tienen ningún elemento para sostener que los recursos fueron desviados a la campaña electoral. A López Obrador le irritó profundamente porque la acusación, desproporcionada a su juicio, parecía implicar, sin decirlo, que el dinero no se había entregado a las víctimas debido a que habría sido usado en gastos de campaña de Morena.
La indignación de López Obrador es genuina. Nace de la convicción de que no hubo una estrategia fraudulenta de parte de la dirección de Morena y recurrirán a tribunales para demostrar que todo el dinero llegó a las manos correctas. Pero es imposible que pudiera tener una certeza en el momento en que reaccionó. Solo espero que la condición humana no lo sorprenda en algún punto del camino.
Al final, el tema será anecdótico más allá de una probable multa. No tendrá mayores efectos prácticos. Pero el incidente es un laboratorio de lo que puede suceder después. Ya ocurrió cuando fue alcalde de Ciudad de México: miembros de su grupo político (René Bejarano y Gustavo Ponce) fueron denunciados por aceptar cohechos y él respondió como ahora, atribuyéndolo a una agresión inventada por sus enemigos. Respondió como responde un combatiente en el campo de batalla: devolviendo el golpe, contratacando. Sin plantearse si el enemigo tenía la razón o si las evidencias en contra de su equipo eran ciertas. A López Obrador le bastó creer que tenía la razón moral, que estaba en el bando correcto de la historia, es decir, del lado de los pobres. Lo demás salía sobrando. A la postre, la contundencia de los hechos le obligó a cuestionar a los personajes, aunque tibiamente.
Tarde o temprano habrá actos de corrupción en su Gobierno. El presidente electo tendrá que decidir si sigue actuando como un líder de la oposición acosado por sus enemigos o como mandatario de México, por encima de todas las facciones y con la responsabilidad de atacar la corrupción allá donde la haya.
Desde luego, habrá ataques infundados de rivales que tratarán de inflar e inventar máculas incluso donde no existan. Y ciertamente el nuevo Gobierno tendrá que enfrentarlos. Pero podemos dar por descontado que habrá incidentes de corrupción que justificarán tales ataques. La única manera en la que López Obrador puede salir bien librado de lo inevitable es encarándolo como un hombre de Estado. La verdadera honestidad es asumir que también los suyos pueden equivocarse; él tendría que ser el más interesado en investigar y desterrar las malas prácticas. Nadie exige un Gobierno infalible o incorruptible sino uno que sea capaz de reconocer sus fallas y erradicar la impunidad entre propios y extraños.
@jorgezepedap
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