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Columna
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La importancia de nombrar

Hay que reivindicar a las mujeres porque lo que no se nombra, no existe

Imagen del nuevo Ejecutivo español, en el que la mayoría son mujeres.
Imagen del nuevo Ejecutivo español, en el que la mayoría son mujeres. EFE

Las palabras, como decía María Zambrano, son semillas que engendran reflexiones, deseos, acciones... Se convierten en un comienzo, en una serie de nacimientos esperanzados en una transformación incesante de vida. Las palabras, mecidas por el tiempo histórico, se inscriben en lo que somos, comunican verdades o falsedades, nos transforman e impactan en otros. Las palabras designan, articulan discursos a propósito de..., crean realidades en que nos ubicamos todos. Las personas tratamos de describir con las palabras nuestras experiencias y cuando no lo logramos, esas experiencias se tornan inciertas, indeterminadas, no verdaderas... Las mujeres sufren intentando decir aquello que quieren y terminan diciendo aquello que es posible con los vocablos disponibles. Las mujeres se tensan por no satisfacer su necesidad de decir.

La experiencia de ser una mujer concreta y real en una sociedad patriarcal adolece de una soterrada dificultad para expresarse, porque faltan las palabras para definirla de forma veraz. La falta de palabras que aporten significados y describan el mundo femenino sin distorsionarlo, ni avergonzarse de él, tornándolo narrable, comunicable y digno, se traduce en aislamiento o cierta marginalidad de las mujeres en un mundo centrado en los hombres y nombrado desde la mirada masculina. La manera de ser mujer, protagonista de su propia narración, no encaja bien en ese medio, puesto que el orden de las cosas la condena a desempeñar el papel de secundaria. La angustia de ser de sexo en desventaja social se instala en las mujeres reales.

Los conceptos que manejamos para explicarnos lo que somos las mujeres son como los ladrillos para una casa, pues construyen la realidad en la que nos encontramos con otros. Nos aportan significados, los cuales influyen en lo que pensamos de nosotras mismas, en lo que deseamos y hacemos. El modelo explicativo de los sexos y de la relación entre ellos, que cohesiona el orden patriarcal, es interiorizado por la mujer en su proceso de socialización y ejerce su acción en ella de forma apenas perceptible. Lo que no encaja en ese modelo queda excluido y no se nombra.

Así, al socializarse, la mujer va interiorizando a lo largo de su educación convicciones bloqueadoras de sí misma. Aprende a valorar y a admirar a los hombres, no a las mujeres, aunque eso va cambiando lentamente. De este modo sutil, de manera natural, la mujer se prepara poco a poco para interpretar un papel de secundaria, de conformada perdedora social, frenando su desarrollo personal, porque tiende a realizar sus creencias en acciones y percibe el mundo desde ese mirar masculino que ha aceptado como propio y verdadero. Sin embargo, el sexo masculino no es la medida para el femenino.

Esta situación se perpetuará mientras las mujeres se crean las definiciones que la sostienen. Si dejan de creer en sus verdades, transformarán su realidad. La posibilidad de elegir y de cambiar, transformando la realidad, siempre está a nuestro alcance. Habría que detenerse, dudar y reflexionar cuestionando lo dado y, luego, tener el coraje de ser consecuentes con nuestras definiciones en nuestras elecciones y acciones. Nuestra libertad puede ser redescubierta en medio de las imposiciones diarias. Es un modo de resurgir, de renacer en un habla nueva, que dice aquello que realmente quiere decir. Cada instante es un comienzo en el que se puede cambiar de paso y caminar de una manera nueva.

La acción de nombrar se vincula con el sujeto que habla, es su expresión y su posicionamiento en el mundo como una libertad existente, concreta y real. El decir de las mujeres nos vuelve visibles. Si acallamos nuestras palabras, nos enmudecemos, nos encogemos existencialmente, nos habituamos al silencio y a ser minoría. Los hombres no pueden hablar por nosotras porque no pueden vivir experiencias femeninas: no son mujeres. Pueden imaginarlas, empatizar con ellas, quitarles o no valor..., pero no pueden vivirlas en su sentida piel, no conocen lo que significan existencialmente.

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Las mujeres necesitamos construir una imagen renovada de nosotras mismas y autopercibirnos mejor. Eso nos ayudará a ser más autónomas, a ser sujetos en nuestra narración existente y, de paso, les enseñaremos a otros a respetarnos más. Las mujeres tenemos que abandonar las convicciones bloqueadoras de nosotras mismas, de nuestro desarrollo como personas. Ahora podemos desprendernos de ellas y cambiarlas por otras que nos ayuden a vivir mejor, con más libertad y autenticidad, valoradas y respetadas por nosotras mismas y por los otros. Para aprender a ser mujeres de una manera nueva, tenemos que desaprender gran parte de lo que se nos ha enseñado en nuestro proceso de socialización.

La revelación de nuestro ser mujer es una experiencia de sostenida rebelión. Tenemos una ardua tarea por delante y es la de librarnos de las falsedades que nos impiden a ser. Basta de atenernos a un modelo explicativo de nosotras que niega lo que en realidad somos. Ese modelo nos hace daño, dificulta nuestro vivir. Llegados a este punto es necesario que nos detengamos para nombrar, pues lo que no se nombra no existe, y para decir reivindicando a las mujeres desde la valoración, comprensión y hondo respeto, desde el orgullo de ser mujer. Nuestro compromiso en el desarrollo personal, en nuestra propia experiencia de vida nos da una fuerza increíble.

 Anna Arnaiz Kompanietz es médico, sexóloga y escritora

 

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