Peter Preston, el innovador director que hizo grande a ‘The Guardian’
El periodista transformó y modernizó el diario durante los 20 años que lo dirigió
“Integridad, tenacidad de acero frente a las grandes batallas del periodismo y una gran humanidad son los rasgos que Peter Preston combinó con una pionera visión estratégica hasta erigirse en un editor legendario. Glosar el personaje a raíz de su muerte, el pasado sábado a los 79 años, es relatar un pedazo de historia del diario británico The Guardian, al que transformó, innovó y convirtió en un referente internacional a lo largo de las dos décadas que vivió bajo su dirección (de 1975 a 1995). En la era de los fake news, el recuerdo de la figura de Preston reivindica el poder y responsabilidad social de la mejor prensa.
Preston tenía 37 años cuando tomó las riendas del periódico y, en palabras de todos aquellos que se han sumado a su homenaje, lo convirtió en el “moderno The Guardian, una de las voces más respetadas de la prensa no solo británica sino también europea. En su primera gran decisión, trasladó la Redacción a unas modernas instalaciones en Farrigdon Road, el barrio del este de Londres que hoy sigue siendo su sede. Fue solo el principio de una revolución.
El rediseño de The Guardian en 1988, con dos separatas, aglutinaba por una parte el área de noticias, comentarios y análisis para dar vuelo propio en la segunda al periodismo de reportajes (features, en la terminología anglosajona). Su invento del suplemento diario G2, considerado rompedor en aquel tiempo, ha sido desde entonces imitado hasta la saciedad por sus competidores del Reino Unido y también por sus homólogos en “el Continente”. Esa descripción del resto de Europa como un ente separado de las islas británicas le provocaba alergia: Preston fue un furibundo detractor del Brexit.
Los cambios en la forma vinieron acompañados en el fondo por un periodismo de investigación y combativo frente a las mentiras del establishment. Una de sus perlas fueron las informaciones de The Guardian sobre el cobro de sobornos de traficantes de armas saudíes por el ministro conservador Jonathan Aitkines, que desembocaron finalmente en su dimisión y posterior condena a prisión por perjurio a finales de los noventa. Con ese desenlace, el diario ganaba un duro pulso que tuvo que librar a su riesgo ante los tribunales.
Para mantener esa firmeza fue esencial el carácter irredento de su entonces director, Peter Preston (Leicestershire, 1938), forjado en una niñez marcada por la polio, enfermedad que se llevó a su padre en edad temprana y a él lo dejó postrado en la cama durante dos años. Por encima de ese revés, o de la secuela de una brazo inmóvil, estudió en Oxford, dirigió el diario universitario y agradeció su formación periodística al diario Liverpool Daily. Cuando Preston ingresó en The Guardian, en 1963, el diario estaba a punto de acometer un decisivo traslado desde Mánchester, donde se editaba desde sus orígenes, hacia la capital británica. Ejerció de reportero, de corresponsal en el extranjero, de jefe de la sección de Cierre y finalmente de capitán del barco.
La transformación y modernización del diario le permitió encarar la perniciosa guerra de precios desencadenada por The Times, a manos del magnate australiano Rupert Murdoch. The Guardian consiguió una circulación sin precedentes con Preston a la batuta, que en su pico consiguió unas ventas diarias de medio millón de ejemplares. El coste de aquel éxito, sin embargo, tuvo en el recorrido sus puntos oscuros y, entre ellos, un episodio que Peter Preston lamentó siempre. A principos de los 80 y en plena Guerra Fría, su periódico reveló las intenciones del Gobierno británico de permitir el despliegue de misiles de crucero estadounidenses en las islas. The Guardian perdió una batalla legal con el Gobierno que le exigía revelar su fuente en una cuestión de interés nacional y, a resultas, la empleada del Foreign Office que había facilitado la información acabó en la cárcel.
Peter Preston se jubiló en 1995 de la dirección para dar paso a una nueva generación (en pro de su alumno aventajado, Alan Rusbridger), pero no del periodismo. Siguió escribiendo columnas en el diario y en su hermano dominical, The Observer, donde el último día del 2017 clamó contra las huestes de Donald Trump y su intención de “matar al mensajero”. Esto es, la prensa, columna esencial en una sociedad democrática a la que dedicó toda su singladura.
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