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EN CONCRETO
Columna
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Ciencia y decisiones públicas

Es imprescindible que quienes deben resolver algo conozcan sobre aquello que tienen que hacer

José Ramón Cossío Díaz

A finales de agosto se publicó una peculiar fotografía del presidente Trump. Observaba el eclipse solar sin ninguno de los filtros recomendados por los expertos. Pocos días después se publicó que su Gobierno estaba tratando de frenar las investigaciones sobre los riesgos de los trabajos mineros. Después disolvió al comité que estudiaba los efectos del cambio climático. La lista podría alargarse. Lo único que estos ejemplos ponen de manifiesto no es sólo, desde luego, el desdén del presidente por la ciencia en general, sino por aquella que cuestiona la manera en la que se desarrollan ciertos negocios.

Por su manera frontal y aparentemente espontánea de actuar y decir, Trump es visto como un enemigo de la ciencia. No cabe duda de que lo es. Sin embargo, y más allá del personaje concreto, cabe preguntarnos por las maneras en las que otros servidores públicos están vinculados con la ciencia en su actuar cotidiano. Es decir, ¿de qué manera legisladores, administradores y juzgadores se relacionan con la ciencia para decidir en aquello que es de su competencia pública?

Trump es visto como un enemigo de la ciencia. No cabe duda de que lo es

Evidentemente, son pocos los que ejercen un estilo parecido al del presidente estadounidense, y ello está bien. No es común observar que, a cuento de la emisión de una ley o el otorgamiento de un permiso, se ataque lo asentado por la ciencia. Esta forma de actuar no conlleva, sin embargo, neutralidad, ni es del todo inocente. No porque no se cuestione lo dicho en una rama del conocimiento o al cultivador de ella se está actuando de manera muy diferente a la de Trump, salvado el conocido y recurrente histrionismo.

Si al momento de hacer una ley, un reglamento o dictar una sentencia la autoridad correspondiente no acude a los conocimientos científicos necesarios para comprender el fenómeno que tiene enfrente, resolverá sobre algo que piensa que existe, o que quiere conformar como ella lo desea. En el primer caso, se trata de un caso de ignorancia o ninguneo, fundado en la soberbia o en ese particular estado mental que asume que las cosas son así, porque así son. Lo que se diga sobre agua, relaciones familiares, enfermedades o lo que sea partirá de una pobre concepción de la realidad y, por lo mismo, tendrá una pobre solución para ella. En el segundo caso, la omisión de la ciencia tiene ya orígenes perversos. Como lo que la ciencia mostrará es contrario a lo que quiere sostenerse como existente, se evade considerarlo. Con ello, lo existente deja de existir y se hace posible representar la realidad de cierto modo, para después normarlo como si fuera mera consecuencia.

Hoy en día se habla de posverdad, como tema novedosísimo. Prácticamente, una creación de este nuevo chivo expiatorio llamado Trump, al cual se le van asignando todos los males, como si el resto de los sujetos sociales, empresas, políticos e individuos estuvieran por completo libres de toda culpa. El concepto de posverdad sirve para enfatizar algunos rasgos actuales, pero no para dar cuenta de un estado de cosas originario de nuestro tiempo. Si volvemos a la ciencia, pensemos en la manera en la que los tomadores de decisiones han ignorado lo que ella definió como existente (cambio climático) o lo que interesadamente se mostró adverso a la salud (consumo del cigarrillo), por ejemplo.

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Tal vez es chistoso hacer memes de quien observa eclipses a ojo pelón, o tal vez no. Lo cierto es que se hace indispensable producir, o al menos ordenar y presentar, el conocimiento científico que permita la toma de decisiones ilustradas. Es imprescindible que quienes deben resolver algo por el modo jurídico que sea sepan algo acerca de lo que tienen que hacer o, al menos, que reconozcan que no saben y se atrevan a consultar a quien sí lo sabe. Necesitamos construcciones racionales de lo público. Sólo así podremos generar modos comunes y posibles de convivencia, que rompan con las formas oligárquicas de dominación público-privadas que cada día padecemos más.

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