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72 horas en la feroz guerra contra las drogas de Manila

El presidente Duterte tiene una brutal campaña para acabar con el narcotráfico y los drogradictos en Filipinas. Un infierno que ha dejado 12.500 muertos en un año

Filipinas lleva un año de luto. Desde que el presidente, Rodrigo Duterte, iniciara en junio de 2016, nada más llegar al poder, una campaña brutal contra las drogas para limpiar las calles de traficantes y consumidores, más de 12.500 personas han sido asesinadas, según el recuento de organizaciones como Amnistía Internacional. La policía asegura haber acabado con la vida de 3.800 criminales en defensa propia, una versión que deja abiertas muchas incógnitas. La ola de asesinatos ha levantado las críticas de la Iglesia católica y de observadores internacionales, que aseguran que se trata de una campaña orquestada por las autoridades, con impunidad absoluta para los sicarios. El miedo a las drogas es tan profundo en la sociedad que el plan del presidente de erradicarlas a las bravas recibió un apoyo masivo de parte de los filipinos. Duterte juró que correría la sangre y que los muertos servirían de alimento a los peces de la bahía de Manila, y así ha sido.

Sábado 23 septiembre | 19.40

El cadáver está bocabajo, en medio de un gran charco de sangre. Alguien ha ocultado su rostro con una camiseta verde, mientras llega la policía y el forense.

La escena del crimen se llena de gente.

-¿Quién es?

-Creo que el grandullón.

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-¿Qué grandullón?

-El del triciclo.

-No jodas...

La policía forense fotografía la escena del asesinato de Jade Manuel Cazcarro en Manila.
La policía forense fotografía la escena del asesinato de Jade Manuel Cazcarro en Manila.J.D.Q.

Jade Manuel Cazcarro, un gigantón de 27 años conocido por su afición a la comida y a los videojuegos, conducía hace un rato por el puente que conecta Makati y Mandaluyong, barrios céntricos y modernos de Manila, cuando dos tipos a bordo de una moto le dispararon tres veces.

El triciclo azul con el que paseaba a turistas ha quedado varado en medio de la carretera, y el cuerpo del muchacho tirado junto al bordillo de la acera, al lado de unos matorrales y unas palmeras.

Al llegar, la policía acordona el lugar del asesinato con cinta amarilla, aunque es probable que a estas alturas no quede un solo vecino que no haya pisado encima en la última hora. Los de balística dibujan círculos con tiza alrededor de los casquillos de bala. El forense fotografía con ráfagas de flash el cadáver, de un lado y de otro.

Está anocheciendo.

Los empleados de la funeraria meten el cuerpo en una bolsa de plástico azul con cremallera. Entre dos intentan transportarlo en una camilla pero no lo logran. Se necesitan cuatro hombres, cada uno sujeto a un asa, para llevar el cuerpo a la furgoneta que ha de trasladarlo a la morgue. Cuando el bulto está bien sujeto con cuerdas en la parte trasera, el motor de la furgoneta se pone en marcha y se pierde en el tráfico infernal de Manila.

Entonces, dos adolescentes en chanclas y pantalón corto encienden tres velas blancas en medio de la sangre.

Una por cada bala.

Domingo 24 septiembre | 10.00

Los Reyes vivían en la esquina de un distrito financiero, en plena calle. Dormían en la acera, resguardados por unos cartones, y hervían arroz y carne de cerdo en un pequeño hornillo de gas . La familia no se separaba del semáforo en el que tenían montado el negocio. De vez en cuando, un conductor bajaba la ventanilla y les daba unos cuantos billetes para que fuesen corriendo a comprar droga.

Liwayway Yabut, asesinada en 2016 a los 32 años por dos enmascarados en un local de comida rápida de Manila.
Liwayway Yabut, asesinada en 2016 a los 32 años por dos enmascarados en un local de comida rápida de Manila.Carlo Gabuco

Su oficio era el de runners, un correo entre los consumidores y los camellos de poca monta que, a cambio, se queda con un pequeño porcentaje de la mercancía. Una tarde, la del 16 de diciembre de 2016, Teresita, la madre, comía en la terraza de un restaurante de comida rápida cuando dos tipos enmascarados y con el casco de moto puesto abrieron fuego a quemarropa contra su hermana, Liwayway Yabut, de 32 años. La mujer murió en el acto, entre el griterío de los comensales. Durante los días siguientes, mientras preparaba el papeleo para el funeral, Teresita escuchó hablar por primera vez de La Lista.

Nadie la ha visto ni la ha sostenido entre sus manos pero dan por segura su existencia. En la calle se extiende la teoría de que las autoridades elaboraron una gran base de datos con las fichas judiciales, policía secreta y la información de informantes y chivatos en el que aparecen los nombres de traficantes y yonquis que tienen que ser eliminados.

“Me dijeron que huyera porque ahí aparecía mi nombre y el de mi familia”, cuenta Teresita en un rincón secreto de Manila, donde se esconde desde entonces.

Pero antes de huir, debía velar el cadáver de su hermana. Organizó el responso en un parque público. Mandó al barbero a su marido, Richard Reyes, al que quería ver con el pelo bien cortado y sin barba. Cuando el hombre llegó al parque como un pincel, cargando las bolsas de la compra que había hecho para amenizar la noche, los mismos pistoleros con máscara y casco de días atrás se acercaron por detrás y lo ejecutaron, a la vista de unos asistentes que fueron a velar a un muerto y se encontraron con dos.

Teresita Yabut y sus hijos ante el nicho de su esposo.
Teresita Yabut y sus hijos ante el nicho de su esposo.Carlo Gabuco

Al día siguiente, cuando un ataúd y otro descansaban en paralelo, resguardados por los árboles del parque, los adultos habían desaparecido. Estaban escondidos. Los niños fueron los únicos que se quedaron a velar a los muertos, como en un cuento de Peter Pan.

Domingo 24 septiembre |18.30

El velatorio de Jade Manuel, el conductor del triciclo asesinado hace menos de 24 horas, está previsto que se celebre en un edificio de dos plantas, conectada una de otra por una escalera de caracol. A unos 50 metros del puente en el que le dispararon. Los amigos comienzan a traer platos de arroz con pollo -su comida favorita-, cigarrillos y flores. Su última imagen de perfil en Facebook es la de un retrato en primer plano, donde enseña los tatuajes del brazo, un Rólex en la muñeca y tres iconos que resumen los placeres de su vida: Dormir, Comer y Ragnarok, un videojuego al que se conectaba por Internet.

Todo está preparado esta tarde para honrar al grandullón. Sin embargo, una tía de Jade Manuel le pide a todos que se vayan a casa: “No había ataúdes de su tamaño, le tienen que hacer uno a medida. Volved mañana”.

Lunes 25 septiembre | 10.00

Terapia de rehabilitación en la iglesia de San Roque, Caloocan, guiada por la psicóloga Jigette Cyril
Terapia de rehabilitación en la iglesia de San Roque, Caloocan, guiada por la psicóloga Jigette CyrilCARLO GABUCO

En la sala hay encendidos tres ventiladores a todo trapo. Un proyector muestra en la pared diapositivas del antes y el después de gente que cayó en la droga y logró desengancharse. En una esquina hay colgado un Jesucristo martirizado en la cruz pero cerca está también la imagen de uno sano y salvo, prueba de que regresó de entre los muertos. En el centro de rehabilitación de la iglesia de San Roque, todo son señales de que en esta vida existen las segundas oportunidades.

La Iglesia católica se ha erigido como el gran contrapoder a Duterte en la guerra contra las drogas. Los curas filipinos están sacando de las calles a miles de drogadictos a los que ofrecen asistencia médica. Por la noche, abren las puertas de las parroquias para que tengan un lugar en el que refugiarse de los escuadrones de la muerte. A las ocho en punto de la tarde, los campanarios de toda la ciudad repiquetean en protesta por la ola de asesinatos. Es la hora exacta en la que fue asesinado en una redada policial Kian de los Santos, un estudiante de 17 años sin ninguna relación con la criminalidad. El chico vestía los pantalones de boxeo que usaba para dormir cuando dos agentes se lo llevaron a rastras de la puerta de casa antes de ejecutarlo, como dejó al descubierto una cámara de vigilancia.

En el grupo de rehabilitación de San Roque hay desdentados, hombres que esconden el bote de pegamento en una mano mientras celebran las ocurrencias entusiastas de la psicología con la otra, mujeres embarazadas, adolescentes con los brazos picados. Son carne de cañón de La Lista, y por eso cuando salen a la calle llevan un papel que certifica su participación en DACA, un tratamiento antidrogas financiado con dinero municipal.

Entre los presentes está Darwin Aga, un cuarentón que se trae a terapia a los tres hijos. Era runner en Caloocan y, aunque va en muletas porque de niño tuvo polio, dice que corría que se las pelaba. Dos dólares de beneficio en cada viaje. Suficiente para costearse el Shabu, la metanfetamina que consumen los yonquis filipinos. La tomaba porque le llenaba de confianza y perdía la vergüenza de mendigar dinero en los semáforos. Tuvo que ver como asesinaban una a una a toda la gente que conocía para que se animara a “rendirse” (lo que se conoce oficialmente como la operación Tokhang), tal y como les había pedido Duterte a los adictos. Fue directo a comisaría, firmó una declaración jurada en la que reconocía traficar con drogas y en la que aceptaba someterse libremente a una cura de desintoxicación. Y ahora está aquí, sano y salvo, rezando para no recaer.

Darwin Aga, de 40 años, dejó de trapichear en las calles e ingreso en rehabilitación por miedo a la ola de asesinatos
Darwin Aga, de 40 años, dejó de trapichear en las calles e ingreso en rehabilitación por miedo a la ola de asesinatosCARLO GABUCO

Los hay que han vuelto a las calles, al trapicheo y a consumir. A esos no les ha ido demasiado bien. La psicóloga, Jigette Cyril, recuerda la historia de Niño, un traficante de poca monta que estuvo cuatro meses en rehabilitación. Un día no regresó. A las semanas lo encontraron tiroteado en el salón de su casa. “No se trata de curarlos, se trata de salvarles la vida”, dice Cyril, antes de darse la vuelta y preguntarles en alto a sus pupilos si están preparados para someterse a un test antidrogas.

"¡Sí", contestan todos eufóricos.

Bueno, casi todos: al del pegamento escondido en la mano se le ha borrado la sonrisa.

Lunes 25 | 19.50

El féretro blanco de ribeteados plateados, hecho a medida, está colocado junto a una ventana con cortinas doradas. Al otro lado de la habitación se han desplegado las sillas para velar el cadáver de Jade Manuel. Los familiares y amigos presentes hablan en susurros pero desde la calle llega el sonido del vicio: “‘¡Bingo!”.

La gente jugando al bingo en el velatorio, una forma que tiene la familia de costear el funeral
La gente jugando al bingo en el velatorio, una forma que tiene la familia de costear el funeralCARLO GABUCO

En la puerta hay colocada una mesa larga en la que se juega a los cartones con una botella transparente haciendo de bombo que expulsa las bolas. La ley filipina permite el juego durante los velatorios para ayudar a las familias a costear los gastos del funeral. El responso se alarga normalmente durante una semana pero se han dado casos en la que la policía ha tenido que ir a cerrar el chiringuito y obligarles a enterrar el cadáver después de un mes de jugar al póker y a la ruleta.

A estos muertos se les dispara dos veces. El primer fogonazo corre a cargo de los sicarios, el segundo de quien se acerca a preguntarle a la familia si la víctima andaba en malas compañías. La madre y el hermano mayor dibujan el perfil de un buen muchacho, como corroboran los amigos y los clientes del triciclo que se acercan a despedirle. Un chico de grandes dimensiones que pasaba el día en un cybercafé al lado de su casa, un cuartucho de dos por dos donde se amontonan los adolescentes, y que pagaba el triciclo a plazos, con un interés del 20%. En la tele han dicho que podría tratarse de un “mistaken identity”, un asesinato por equivocación, y es a la teoría que se agarra la mayoría para tratar de dotar de sentido a lo que no lo tiene.

Velatorio de Jade Manuel Cazcarro, el conductor del triciclo asesinado
Velatorio de Jade Manuel Cazcarro, el conductor del triciclo asesinadoCARLO GABUCO

Encima de la caja blanca han depositado el Rólex dorado de la foto de Facebook pero también un reloj negro, marca Breitling. Son falsificaciones muy logradas. También dos cigarrillos Marlboro, una cartera y un pedazo de tarta sabor café moca, que le chiflaba. Dentro de una caja de zumos hay guardado un pollito, que dentro de un rato la madre soltará. Le echará granos de arroz a lo largo del ataúd para que se pase la noche picoteando. Existe la creencia de que ese sonido (pic, pic, pic) martillea la conciencia de los asesinos.

Lunes 25 | 23.30

Es casi medianoche en la comisaría de policía de Manila. Sin embargo, la sala de prensa está llena de periodistas ociosos que ven pornografía, juegan al backgammon en línea o se sirven brandi de una botella de cinco litros. Están a la espera de que la muerte se aparezca en cualquier momento, en cualquier punto de la ciudad.

Patrick Adalín, reportero que vive en la comisaría de Manila
Patrick Adalín, reportero que vive en la comisaría de ManilaCARLO GABUCO

Patrick Adalín, de 30 años, reportero de un tabloide local, pasa tanto tiempo aquí que un buen día le devolvió las llaves a su casero y se instaló en un cuartucho del fondo, donde hay varias camas. Se ducha con la alcachofa instalada en uno de los grifos del baño, tiene Internet gratis y se ahorra las facturas de la luz y el agua. Cuida de un pez amazónico con cabeza de alien que persigue a la gente que camina frente a la pecera.

Recuerda que todo empezó hace más de un año, cuando el presidente Duterte dio por comenzada la guerra contra las drogas durante un discurso de principios de julio en la isla de Puting Bato: “Os lo pido, no os relacionéis con drogas porque os mataré”.

El pez amazónico al que alimenta el reportero Patrick Adalín, en la comisaría de policía de Manila (MPD)
El pez amazónico al que alimenta el reportero Patrick Adalín, en la comisaría de policía de Manila (MPD)J.D.Q

Horas más tarde llegó a comisaría el aviso de un crimen. En un barrio de Manila había aparecido el cadáver torturado de un narcotraficante chino, al que sus verdugos habían vestido con un traje de Batman. Adalid estaba allí, lo vio con sus ojos. Lo grotesco del disfraz hasta tenía un punto de humor negro. Todavía no era consciente hasta que punto acabaría viviendo las 24 horas dentro de esta pesadilla.

Martes 26 | 8.00

El tráfico hace que se tarde horas en llegar a la calle en la que esta madrugada han arrojado dos cadáveres. Los cuerpos estaban maniatados y tenían la cabeza enrollada en cinta aislante. Es un crimen clásico de esta guerra, personas que desaparecen cuyos cuerpos vuelven a aparecer días más tarde con signos de tortura y un disparo a bocajarro. Los muertos fueron arrojados en Botanga Street, en el pequeño aparcamiento de una empresa. El guardia de seguridad dice que no vio nada, solo cuando la policía llegó y desenrolló la cinta aislante de las caras. Es la hora de entrada a la oficina y ni los empleados ni los conductores atrapados en el tráfico reparan demasiado en la escena. Manila no se detiene.

Martes 26 | 18.00

El project manager de la funeraria Eusebio lleva todo el año recibiendo cuerpos sin identificar, como los encontrados esta mañana. Orly Fernández regenta el negocio desde 1975 y jura no haber visto antes una ola de asesinatos como esta.

De entre los miles de entierros que ha llevado a cabo, hay dos que nunca va a olvidar. El primero, el de una mujer hermosa, “como de película de blanco y negro”, que apareció decapitada en el motel Mona Lisa en los años ochenta. Orly se encargó de llevar el cuerpo hasta la morgue y más tarde de enterrarlo con sus propias manos, ya que nadie lo reclamó nunca. Le puso un nombre: La Mujer Misteriosa. Cada vez que pasa por el motel se acuerda de ella.

El segundo que nunca podrá olvidar es el de Kian de los Santos, el muchacho con pantalones de boxeador asesinado este verano. Como ocurrió en Caloocan, bajo su jurisdicción, Orly fue a la escena del crimen. Al volante del coche fúnebre iba su compañero Ronald Marlinaw. Como project manager se encargó de dirigir, tú agarra esto, tú coge lo otro.

Cadáveres de personas asesinadas en la funeraria Eusebio, en Caloocan, Manila
Cadáveres de personas asesinadas en la funeraria Eusebio, en Caloocan, ManilaCARLO GABUCO

Una vez que trajeron el cadáver del muchacho a la morgue lo colocaron en una plancha metálica con base de piedra, donde está tallada la última cena. Un tío firmó los papeles de ingreso. De parte de la SOCO, la policía criminal, se presentó una forense, Jocelyn Oriz. La autopsia la hizo un hombre de su confianza, Joey A. Falogme, un profesional que se sacó al licencia en Chicago, Ilinois. Hasta ahí dice que era un trabajo como otro cualquiera.

Pero el funeral fue diferente al resto. Allí estaba la exvicepresidenta Leni Robredo, senadores y otros personajes públicos. Nadie jugaba al bingo ni a las cartas. Fue un entierro de clase alta pese a que los papás del chico “eran pobres”. Orly vio el asesinato del adolescente en todos los noticiarios y comprobó cómo mientras miles de asesinatos no habían pasado del anonimato, el de Kian movilizó a una buena parte de Filipinas.

Días después, el alcalde de Caloocan mandó a alguien a la oficina de Orly con un cheque para cubrir los gastos del entierro.

Este ha sido su año de más trabajo, sin duda. Aunque no necesariamente el de más rentabilidad. Orly dice que muchos de los muertos son tan pobres que ningún familiar se asoma a reclamar el cuerpo. Le viene a la mente la historia de una madre que hace tres meses perdió de una tacada a tres de sus hijos. Como tenía poco dinero, solo se llevó para enterrar a uno de ellos. De los otros dos se despidió con un beso en la frente. Antes de marcharse les pidió perdón.

Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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