Devolver la pasta de dientes al tubo
EE UU ha quedado tremendamente dividido y se corre el riesgo de que tarde mucho tiempo en recuperar la normalidad
En Estados Unidos suelen decir que una vez que la pasta de dientes sale del tubo no hay quien la vuelva a meter. Es algo de cajón... y si no, prueben a intentarlo. Sin embargo, tras las elecciones presidenciales de ayer, los norteamericanos se las tendrán que ingeniar para devolver la pasta al recipiente como sea. Tras año y medio de campaña, el país ha quedado tremendamente dividido y se corre el riesgo de que tarde mucho tiempo en recuperar la normalidad.
En esta ocasión, la polarización no tiene que ver con la igualdad de los resultados. Ha pasado otras veces —recordemos el año 2000, con Bush y Gore contando voto a voto—, pero al día siguiente todo estaba olvidado y el nuevo presidente empezaba a gobernar tras ser felicitado por su contrincante. Esta vez no.
Donald Trump ha cambiado las reglas del juego de la política; se ha saltado todas las líneas rojas, se ha permitido el lujo de dudar de la legalidad de los resultados y no se comprometió a aceptarlos, salvo que la victoria cayera de su lado, como así ha sido. Ahora, desde la Casa Blanca, habrá que ver en qué quedan sus mensajes de campaña, en los que el populismo, el odio, la xenofobia, el racismo y el machismo han estado presentes en unos discursos extremadamente agresivos. Todo ello sin olvidar que la mentira y el insulto han formado parte del paisaje habitual de sus intervenciones.
Esta madrugada, mientras el mapa de los Estados Unidos se iba tiñendo de rojo republicano, las Bolsas de oriente abrían con fuertes caídas y los futuros auguraban una hecatombe en muchos mercados de divisas. El Brexit no fue nada comparado con el triunfo de Donald Trump. Sus propuestas nacionalistas hacen prever enormes cambios en la economía y el comercio mundial, sin olvidar la seguridad y la política internacional.
Pasadas las elecciones, demócratas y republicanos tienen que reflexionar sobre lo que ha fallado durante el último año. Las primarias que dieron la nominación a Clinton supusieron un desgaste excesivo, tanto por su duración como por un enfrentamiento ideológico que pudo pesar al final en la movilización de votantes desconcertados. Y la candidata llegó tarde y mal a la fase final de la campaña.
Por su parte, los republicanos deberían pensar cómo es posible que un candidato como Trump haya podido llegar de esa manera hasta la Casa Blanca. El germen del Tea Party ha florecido en esta campaña con una fuerza inusitada, poniendo en peligro la credibilidad futura del partido rojo.
A partir de hoy, los políticos estadounidenses tendrán que hacer un esfuerzo para recuperar la normalidad institucional. En la Cámara de Representantes, en el Senado y en las relaciones entre los candidatos. Es cierto que no se puede volver a rellenar el tubo de la pasta de dientes, pero es el momento de acabar con ese nuevo estilo de odio y mentira que ha calado entre los ciudadanos. Los más optimistas confían en que la Casa Blanca calma a los que la habitan y en que el marco institucional puede evitar que un presidente haga locuras. Así sea.
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