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MIEDO A LA LIBERTAD
Columna
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España, hora cero

Habrá un Gobierno formal pero se ha entrado en la senda de un desgobierno profundo

Esta semana comienza —teóricamente hablando— la recta final para la formación del nuevo Gobierno español con las consultas que el rey Felipe VI realizará los días 24 y 25 de octubre con los partidos políticos. Una situación que determinará si por fin se elige al nuevo presidente o si se convocan las terceras elecciones en un año.

Ha sido la etapa más larga de la que tenemos recuerdo en la que España se ha mantenido sin un Gobierno formal. E, inclusive, muchos españoles han llegado a la conclusión de que el mejor Gobierno es el que no existe.

No tengo duda de que, seguramente antes de que termine este mes, habrá nuevo presidente y se formará Gobierno. Sin embargo, es inevitable hacer la cuenta de los costes de todo este periodo, que indiscutiblemente han sido brutales. Costes con características singulares porque mientras en Europa el populismo es de derechas, en España —al menos, de momento— el populismo rupturista viene desde la izquierda.

Actualmente, la generación que hizo posible la transición democrática se encuentra en una situación endemoniada. Por un lado, creó la época de mayor estabilidad y crecimiento de la historia de España. Por otro, una vez desaparecido el modelo y el ideal europeo tal y como fue concebido, la falta de referencias ha ido abriendo la caja de Pandora de todos los problemas almacenados en la ingobernabilidad española de los últimos años.

Es inevitable hacer la cuenta de los costes de todo este periodo, que indiscutiblemente han sido brutales

Y así, hemos regresado a un enfrentamiento social que no se puede disfrazar ni de discusión en las redes ni de tertulias televisivas. Porque ahora la vuelta de la política a las calles no puede ser una vuelta a los enfrentamientos de otros tiempos.

En ese sentido, una de las grandes lecciones que dejó la dictadura española fue entender que los franquistas cometieron un grave error al no querer escuchar lo que sus hijos querían. Para una generación venida de una guerra civil y de un régimen construido sobre la sangre, en el que la alternativa era el caos y la destrucción, su preferencia por el franquismo les permitía ser los poseedores de una verdad que había funcionado sobre la base de traer la paz, aunque fuera la paz perpetua de los cementerios para gran parte de la población.

Sin embargo, años más tarde, desde el inicio de la Transición en 1976 y desde la promulgación de la Constitución en 1978, España abandonó el vagón de los países incapaces de Europa para iniciar un experimento político sin precedentes que significaba saltar de ley en ley con los propios votos de los hijos de la dictadura y así dar un salto que llevaría a la democracia.

El PSOE ha sido víctima de un ejercicio de mediocridad y de confundir la estabilidad como elemento para cimentar un Gobierno con las preferencias momentáneas de las nuevas generaciones.

España ya no es un enigma histórico, como dijo Claudio Sánchez-Albornoz, porque ahora los comportamientos sociales la convierten en una certeza histórica.

En ese contexto, sería conveniente recordar que los meses previos al estallido de la Guerra Civil —y no estoy diciendo que vaya a pasar lo mismo en esta ocasión— fueron precedidos por una extraña mezcla de borrachera, de libertad, de gestos inútiles y de enfrentamientos entre unos y otros, donde se combinaban desde la promulgación de las leyes y de los derechos individuales más avanzados de su tiempo hasta la quema de iglesias y conventos los domingos por la tarde.

Ahora, cuando finalmente se conforme el nuevo Ejecutivo español, el mundo sabrá que es el Gobierno de la mediocridad, del fracaso y que fue construido sobre la ruptura definitiva de los equilibrios de moderación y diálogo que constituyeron la experiencia exitosa de la Transición.

En estos tiempos, la corrupción de unos y otros se está utilizando como un arma de defensa y, sin embargo, la bomba nuclear que está activada en el corazón del sistema español no ha merecido ni una propuesta, ni una atención y mucho menos la formación de un grupo de trabajo para atender problemas tan graves como el separatismo de Cataluña.

Esta situación ha resultado más grave que la del fracaso de la Transición porque implica abrir la puerta a los demonios familiares. Y, además, es un momento en el que, se mire por donde se mire, se extraña el instinto de supervivencia de las nuevas generaciones.

Porque el juego que han emprendido, por una parte, los líderes de Podemos y, por otra, la derecha más recalcitrante oculta en el seno del Partido Popular (PP), sólo puede traer un enfrentamiento social en medio de un problema que afecta a la propia unidad española.

Sin duda, habrá un Gobierno formal en España, pero ahora definitivamente ha entrado en la senda de un desgobierno profundo, en el que una vez más los padres ignoran lo que piensan y lo que desean sus hijos y los nietos desprecian lo que heredaron de aquellas épocas de estabilidad política.

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