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ABRIENDO TROCHA
Columna
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Colombia: los diálogos políticos

Atascado el proceso de paz, la urgencia de destrabarlo no admite vacilaciones

Diego García-Sayan

El triunfo del no en el plebiscito del domingo 2 de octubre fue inesperado; incluso para quienes lo promovían. Pero así fue y el resultado tiene consecuencias. El proceso de paz ha quedado paralizado, sin que esté claro qué es lo que viene después pese a que nadie quiere volver a la guerra.

Y ya hay efectos del triunfo del no: hoy, viernes 7 de octubre, habría sido el cuarto día del inicio del desarme de las FARC; este proceso crucial no se ha podido iniciar pese a que ya están desplegados en el país más de 600 observadores de la ONU para verificar la “dejación de armas”.

Mejor es pensar que la guerra no se reanudará, pero no cabe duda que se ha entrado a una fase de incertidumbre e indefinición muy peligrosa. El cese de fuego bilateral —que debía haber sido seguido del también paralizado desarme— ahora se prolonga hasta fines de octubre. Y después, ¿qué?

De la foto de la actual situación saltan a la vista dos constataciones fundamentales. Ambas tienen que ver, esencialmente, con los actores políticos cruciales en Colombia. 

La primera es que desde que se conoció el resultado, el proceso de paz ha quedado estancado y sin rumbo; esto es sumamente peligroso. Detenido el desarme de las FARC, la ubicación de sus 5.700 efectivos en 23 zonas de concentración debidamente aseguradas y la puesta en funcionamiento del sistema de justicia acordado, lo avanzado en cuatro años pasa a una peligrosa precariedad.

Ha quedado tan en el aire el proceso que circulan en redes sociales mensajes de llamados a quienes votaron por el no a que presenten sus “propuestas concretas e innovadoras para reformar los acuerdos”.

La segunda es que, en medio de todo, se ve “luz al fondo del túnel”. En medio de la polarización que tuvo su cúspide en la votación del domingo, desde que se conocieron los resultados los principales comentarios y actos de los políticos colombianos claves fueron alturados y mesurados; empezando por el presidente Santos, el expresidente Uribe y Rodrigo Londoño (Timochenko).

Reuniones como la sostenida este miércoles entre Santos y Uribe eran impensables hace sólo pocos días. Lo mismo el “nuevo diálogo político” que empezó ayer con comisiones representativas de tres sectores opositores del acuerdo de La Habana. Vientos alentadores.

Como dato curioso sólo comento cómo la polarización parece haberse trasladado a lugares imprevistos. Escribo esta nota desde el Perú y he visto con estupor cómo aquí algunos opinólogos y políticos locales —muy pocos pero muy ruidosos— lanzaban apreciaciones temerarias sobre la base de una mezcla perversa de ignorancia y mala fe. Si uno afirmaba falsamente que en los acuerdos se había establecido que la FARC nombraría a los jueces de la jurisdicción especial para la paz, otro decía, con igual falsedad o ignorancia, que todos los integrantes de las FARC —sin excepción— iban a ser beneficiados por una amplia amnistía, cuando se sabe que está estipulada —y en ello concuerda Uribe— sólo para combatientes rasos que no hayan cometido crímenes graves. Espíritu de estas voces, pues, muy distante del que hoy se respira en Colombia.

Atascado el proceso de paz, la urgencia de destrabarlo no admite vacilaciones ni demoras. Y en esto, como lo ha resaltado Joaquín Villalobos en este mismo periódico, se espera que la política desempeñe su papel, convirtiendo esta crisis en oportunidad para construir consensos. Los diálogos políticos iniciados hace pocas horas son, en esto, un escenario crucial.

Si en más de cuatro años, con tenacidad, paciencia y cuidado, se avanzó a donde se ha llegado, que vibras semejantes contribuyan a superar este escollo imprevisto para una paz con la que todos dicen querer contribuir. Las convergencias en sensatez de los últimos días podrían ser una luz de esperanza con aportes concretos a las aclaraciones, ajustes o precisiones a considerar luego por quienes firmaron los acuerdos.

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