Putin y Erdogan, gemelos... y amigos
El armisticio de Rusia y Turquía supone que el régimen de Ankara abandona la ambigüedad en la guerra contra el Estado Islámico
Tiene sentido que Putin y Erdogan hayan firmado un armisticio. Se parecen mucho más de cuanto se diferencian. Representan ambos un papel de estadista hiperbólico, autócrata, que araña o socava el límite de la dictadura y la democracia.
Llamémosla democracia imitativa. Por las urnas han pasado una y otra vez tanto Erdogan como Putin, pero este fervor plebiscitario, inducido desde el culto a la personalidad y la propaganda mediática, se resiente de unas presiones impropias en un Estado de derecho aseado. El acoso a la oposición. El cierre de medios informativos. La suspensión de libertades. La injerencia en la Justicia.
Y la confusión premeditada entre la autoridad política y la autoridad religiosa. Cada uno desde su fe y desde ortodoxia, se recrean Putin y Erdogan en su proyección de autoridad moral. Han cuestionado la higiene de un estado laico. Y han adoptado posiciones fundamentalistas contra los homosexuales, el aborto y la libertad de expresión, especialmente en el contexto de los delitos blasfemos.
Zar decimonónico, el uno, sultán otomano el otro. Representan Putin y Erdogan la ambición de los antiguos imperios. Como si no hubiera existido la URSS ni hubiera sido Atatürk el padre de la Turquía moderna. Se explica así la respectiva megalomanía, el culto a la personalidad, la ambición de hacerse eternos en el poder.
La reconciliación tiene evidentes explicaciones conceptuales y poderosas razones geopolíticas. Porque implica que Turquía ha abandonado las posiciones de ambigüedad respecto a la convivencia con el Estado Islámico. La matanza del atentado de Estambul ha replanteado la antigua tentación de la condescendencia.
Porque Turquía compraba en la clandestinidad petróleo al Daesh [acrónimo en árabe usado para referirse al Estado Islámico]. Porque los kurdos eran -y son- un enemigo común de Erdogan y Bagdadi. Y porque la aversión del régimen turco a Bachar al Asad, arraigada en la pugna suní-chií-, había prevalecido sobre la emergencia de combatir al yihadismo.
Erdogan se ha disculpado a Putin por el derribo de aquel caza que transgredió las fronteras. Un gesto de insólita sumisión que obedece a la necesidad de aplacar la amenaza del Estado Islámico y que "santifica" la guerra de Asad, hasta el extremo de amañar una hemorragia de 300.000 muertos.
Es Putin el gran protector del carnicero sirio, de tal forma que el armisticio con Erdogan predispone un escenario militar más claro. Y tiene razones el Estado Islámico para inquietarse. Porque Turquía desempeña un papel nuclear en el conflicto. Es el país más dotado militarmente de la OTAN en la zona. Le ha atribuido la UE la gestión de la crisis de refugiados. Y Erdogan apelará al estado de emergencia para doparse como caudillo en la eternidad.
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