Europa contra Europa
La UE degrada su idiosincrasia inhibiéndose de la inmigración, facilitando la adhesión de Turquía y mendigando a Reino Unido su continuidad
El origen de la leyenda del croissant se remonta a la conjura que hicieron los panaderos de Viena para alertar de los invasores otomanos. Como no existía Twitter en el siglo XVII, concibieron en el horno una pieza de bollería que asemejara a la media luna y que sirviera de mensaje cifrado a la resistencia.
Se trataba de responder al asedio que pretendía organizar el visir Kará Mustafá, aunque el éxito de los panaderos no impidió que el imperio de Estambul, desde siglos antes, consiguiera prolongarse en otros límites del Danubio. Es la razón por la que se arraigó en Bosnia, Kosovo y Albania la religión musulmana, todavía vigente. Y el motivo por el que la cultura turca llegó a observarse con una mezcla de fascinación y de miedo. Lo demuestra el teatro de Molière, la pintura de Guardi y la ópera de Rossini.
Turquía era una extrañeza cultural, pero no una anomalía geográfica, entre otras razones porque Asia Menor es el origen de la civilización griega — Mileto, Éfeso, Troya—, porque Constantinopla fue la capital del Imperio Romano y porque Bizancio no sucumbió hasta 1453 a los pies de Mehmed II.
Cuenta la historia Stefan Zweig en sus Momentos estelares de la humanidad, aunque al escritor austriaco, obstinado evangelista del paneuropeísmo, le desconcertaría no tanto la integración de Turquía en la UE como la degradación de las condiciones para asimilarla.
El chantaje de la inmigración siria ha descompuesto la idiosincrasia del proyecto comunitario. Tanto Turquía se aleja de los estándares democráticos, tanto la Unión Europea se aviene a confortarla. No ya renunciando a los deberes humanitarios con los refugiados, sino interpretando a su antojo el derecho internacional —devoluciones en caliente, expulsiones colectivas, negación del derecho de asilo…— y externalizando las propias obligaciones.
La UE extiende un cheque de 6.000 millones a Ankara para subarrendar la presión migratoria. E inicia un nuevo protocolo de apertura a Turquía precisamente cuando el sultán Erdogan maltrata la libertad de expresión, coarta a los periodistas, instrumentaliza la justicia y sobrepasa el principio fundacional del laicismo al proclamarse a sí mismo como suprema autoridad política, moral y religiosa de la patria.
Ha prevalecido la “solución” de Turquía como campamento millonario de los refugiados sirios
La deriva autocrática se observa con indulgencia desde Bruselas porque ha prevalecido la “solución” de Turquía como campamento millonario de los refugiados sirios. Los Gobiernos comunitarios prefieren desdibujar la idea de Europa antes que amortiguar las consecuencias electorales y sociales de una emergencia que ha enardecido la respuesta de la xenofobia. Acaba de ocurrir en tres Länder germanos con la pujanza de Alternativa para Alemania, igual que ya había sucedido previamente en las elecciones eslovacas con la irrupción de la figura filonazi de Marian Kotleba, así es que los países del este de Europa, últimos en incorporarse a la UE, se han demostrado los más inflexibles en la tolerancia hacia la inmigración, muchas veces, como ocurre con Orbán en Hungría y con Kaczynski en Polonia, levantando a su arbitrio las fronteras, apelando a la diferencia identitaria y redundando coralmente en la hemorragia del euroescepticismo.
Europa se tambalea, pero los embates del soberanismo nacionalista, del populismo de izquierdas (Podemos) y de la extrema derecha (Marine Le Pen, Farage) tendrían menos repercusión si no fuera porque es la propia UE la que ha emprendido un proceso de incomprensible autosabotaje. Para sobrevivir, Europa, paradójicamente, ha renunciado a sí misma.
La psicosis terrorista y la inmigración han puesto en entredicho el hito de Schengen, del mismo modo que la estrategia de cortejo a Turquía implica un desorden en la vocación democrática y correspondida del proyecto.
Fue Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, quien trató de remediar el pasado mes de octubre un ejercicio de voluntarismo insistiendo en que en la Unión Europea tiene que haber más unión y más Europa.
Cinco meses después de aquel responso, puede constatarse que la UE ha emprendido el camino contrario, menos unión, menos Europa. Y que la involución ha llegado al extremo de mendigar la militancia de Reino Unido.
Para contentarla, Bruselas renuncia a principios tan sagrados como la libertad de tránsito, la cesión progresiva de soberanía y la igualdad de derechos de los ciudadanos comunitarios. Serán los británicos los que decidan su porvenir en el referéndum de junio —sin mediación del sufragio de los demás europeos—, pero el acuerdo preliminar con Cameron representa en sí mismo una traición, un mayúsculo ejercicio de euroescepticismo.
La psicosis terrorista y la inmigración han puesto en entredicho el hito de Schengen
“La pasión nacional”, escribía Bernard-Henri Lévy en EL PAÍS hace unos días, “se impone de una vez por todas sobre un sueño europeo reducido a los bienes gananciales de un gran mercado único que, si bien conviene al mundo de los negocios mundializado, desde luego no a los pueblos y su aspiración a más paz, más democracia y más justicia”.
El estrambote del caso turco socava aún más el problema. La UE pierde agua en el Atlántico y la pierde en el Mediterráneo. Tan débil está la nave que se ha instaurado una suerte de sálvese quien pueda entre los intereses particulares de los países miembros, de tal forma que las cumbres, los consejos europeos se atienen a un recurrente ejercicio de esclerosis política, excepto cuando se alcanzan los peores acuerdos imaginables.
El de Turquía es denigrante porque la UE escoge el camino del dontancredismo en materia de inmigración y porque amaña un protocolo de adhesión que trasladaría las fronteras de Europa hasta Irak y que llevaría sus fronteras democráticas al contraste de un sultanato decimonónico.
“Mamma mia, los turcos”, dijo Romano Prodi en un desliz delante del micrófono como presidente de la Comisión y habiéndose avanzado unas negociaciones con Ankara.“Mamma mia, los turcos” era la manera de evocar el exorcismo, la frase que proclamaba su abuela cuando le asustaba alguna cosa.“Mamma mia, los turcos” se ha convertido ahora en una capitulación de la UE al viejo sueño otomano. No hay necesidad de alertar a los panaderos de Viena. Europa conspira contra sí misma.
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