Grafiteras árabes para romper muros
Artistas callejeras de Egipto o Siria plasman juntas la mirada femenina en espacios públicos
Los muros no siempre esconden realidades. En las calles de Alejandría, Saná o Ammán, las mismas paredes capaces de encerrar en roles de género pueden también, gracias al grafiti, visibilizar a la mujer. Con esta intención nació en 2013 en Egipto Sit al-hita (las mujeres de las paredes, en árabe dialectal egipcio), un colectivo abierto de unos 60 grafiteros -sobre todo mujeres pero también hombres- de distintos puntos del mundo árabe que se juntan cada año para llevar el universo femenino al espacio público a través del arte callejero. Hasta ahora han decorado juntos muros en El Cairo, Copenhague y Ammán, la última vez el pasado noviembre, gracias a la financiación de los gobiernos sueco y danés.
Los grafitis políticos cobraron fuerza en el paisaje urbano de Egipto con el estallido de la Primavera Árabe en 2011. Con la revuelta contra Hosni Mubarak llegaron a los muros los mensajes contra el régimen o de homenaje a los muertos en la represión. Faltaba, en cambio, la mitad de la población. La periodista y fotógrafa sueca Mia Gröndahl documentó a fondo los grafitis en el país para su libro Revolution Graffiti: Street Art of the New Egypt y descubrió que, de 17.000, solo en unos 250 aparecían representadas mujeres. Fue entonces cuando decidió fundar Sit al-hita, con la egipcio-canadiense Angie Balata.
Los grafitis que nacen de los encuentros no siempre son reivindicativos o feministas. Los ejemplos van desde una mujer amordazada y atada de manos hasta una simple mariposa de colores. A veces se trata tan solo de que la mirada femenina ocupe espacios que le suelen ser negados. Dina Saadi, por ejemplo, ilustró un corazón alado con una cerradura, el símbolo de la mujer y el lema “Desencadena tu pasión”. “Como feminista convencida que soy, siempre intento con mi arte animar a las mujeres a romper los límites”, explica Saadi, que nació en Rusia, creció en Siria y, poco después de estallar la guerra civil, se mudó a Dubai, donde ahora trabaja como directora artística.
“No se trata solo de representar mujeres. El mero hecho de que los hombres vean a una mujer pintando en la calle subida a una grúa a 50 metros del suelo envía un mensaje”, asegura Gröndahl. Muchas de las grafiteras del colectivo crean también en formatos tradicionales, pero la fuerza del arte callejero reside precisamente en que no requiere un papel activo del espectador (ir al museo o a la galería), sino que lo ven todos los viandantes, les resulte o no incómodo. Es el caso de los lemas a golpe de espray contra el acoso sexual en Egipto, lacra que ha sufrido un 99,3% de sus mujeres.
La palestina Laila Ayawi no pretende molestar con sus trazos a los hombres del campo de refugiados de Irbid, en Jordania. Al contrario. “Sé que vivo en una sociedad conservadora y no veo a mi comunidad como el enemigo”, señala. Ayawi siempre pide permiso antes de desenfundar el espray y evita representar el cuerpo femenino en espacios públicos. Su revolución particular pasa por “pintar mujeres fuertes”. “Me gusta centrarme en lo positivo. No representarnos como víctimas o débiles, sino decirle al resto de mujeres: ‘tienes una voz en el mundo y debe ser oída”, subraya.
Nur Qussini prefiere los símbolos. Las sillas que dibuja representan, dice, la tradición de las sociedades jordana y catarí en las que ha crecido en sus 27 años de vida. “Hablo a través de conceptos, pero lo hago sobre historias reales. Hablo, por ejemplo, de dos de mis amigas pegadas por sus maridos que no se pueden divorciar porque sería una vergüenza para sus familias. Por eso me gusta tanto pintar en la calle, porque no se trata solo de añadir belleza, sino también de lanzar un mensaje”.
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