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Grozni, ni rastro de la guerra

El líder checheno Ramzán Kadírov ha logrado borrar todas las huellas de la contienda

Pilar Bonet
Un soldado ruso corre para ponerse a cubierto mientras cruza bajo el fuego de francotiradores en Grozni, en febrero de 1995.
Un soldado ruso corre para ponerse a cubierto mientras cruza bajo el fuego de francotiradores en Grozni, en febrero de 1995.REUTERS

Grozni, la capital de Chechenia con una población de casi 300.000 personas, es una ciudad irreconocible hoy para quien tenga en su memoria el escenario fantasmagórico de las ruinas y la devastación dejadas por la guerra, algo que, a principios de este siglo, permitía equipararla con Stalingrado tras la segunda guerra mundial. Ramzán Kadírov se propuso borrar de la ciudad todas las huellas de la contienda y lo ha conseguido, aunque los métodos para lograrlo—contribuciones extraoficiales y arbitrarias de los mismos ciudadanos entre ellos—fueran criticados por quienes los padecieron.

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La Grozni de hoy tiene edificios elevados y modernos, cafeterías, restaurantes especializados en distintos tipos de cocina (sobre todo comida japonesa, pero también italiana y francesa). Grozni tiene un nuevo museo nacional y una nueva biblioteca, ambos de aspecto muy digno (aunque los mejores objetos de la colección histórica del museo, entre ellos los puñales y armas blancas de las guerras caucásicas del siglo XIX, hayan desaparecido y la mayoría de los libros fueran pasto de las llamas).

La Grozni de hoy tiene una avenida bautizada con el nombre de Vladímir Putin, que en el pasado fue la avenida de la Victoria, y otra avenida dedicada al padre de Kadírov, Ajmát, que en el pasado estuvo dedicada a Lenin. Tiene un hotel supermoderno, dentro del conjunto de Grozny City, un aeropuerto que funciona y sobre todo, ha dejado de tener barricadas, puestos de control y parapetos formados por sacos de arena, para el caso de un ataque por sorpresa.

En la Grozni de hoy, cerca del lugar donde se celebró el mitin y en el emplazamiento donde se alzó en el pasado el bombardeado palacio presidencial del general Dzhojar Dudáiev, el líder de la independentista Chechenia-Ichkeria, hay un monumento dedicado a los muertos que honra a tres comunidades desaparecidas: Los antepasados de aquellos obligados a exiliarse por orden de Stalin en 1944 son recordados por vetustas piedras funerarias escritas con caracteres árabes procedentes de sus sepulturas, las cuales fueron utilizadas por el poder soviético para empedrar las calzadas de la ciudad. Junto a ellas, hay una placa de mármol en la que se honra a la caballería chechena, que, integrada en la División de Caballería del Cáucaso, sirvió al zar Nicolás II durante la primera guerra mundial.

Grabados en otra piedra de mármol figuran los nombres y fechas de nacimiento y muerte de las víctimas de la “campaña antiterrorista”, en su mayoría agentes de seguridad, policías y militares chechenos que perecieron en los enfrentamientos con los insurgentes que se echaron al monte oponiendo resistencia al poder central de Moscú o al mismo Kadírov. Estas placas de mármol, registran nombres de personas que han perecido en distintos años con fechas de hasta 2012 y dejan espacio libre.

No lejos de allí, se alza la gran mezquita de Grozni, con capacidad para 10.000 personas, la mayor de Europa, construida por orden de Kadírov y con cristal de Swarovski.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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