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Abriendo Trocha
Columna
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Más allá del Malecón

Los países latinoamericanos podrían retomar un papel más dinámico procurando definir y articular políticas creativas y diferentes contra las drogas

Diego García-Sayan

Boardwalk Empire. Con Martin Scorsese como productor, terminó hace algunas semanas esa estupenda serie televisiva cuyo título, traducido al castellano, sería algo así como El Imperio del Malecón. Narra el surgimiento, apogeo y pugnas de poder de la mafia en la costa este de los EE UU en el contexto de la prohibición del alcohol (1919-1933). La trama convoca a mil analogías con el crimen organizado que hoy golpea a varios países latinoamericanos. Tres son particularmente destacables.

Primero, el dato obvio —pero no menos fundamental— de que la criminalidad en Atlantic City (lugar del Malecón), Chicago, Nueva York y demás se nutría de la prohibición. Era el agua en la que se movía el pez. Si bien en la serie se narra cómo la misma mafia manejaba otros negocios, como la prostitución y el tráfico de drogas, su columna vertebral estaba en el alcohol. Semejante a lo que ocurre hoy en Latinoamérica con las drogas ilegales.

La producción y tráfico de drogas es un ingrediente medular en las bandas que controlan territorios en la región, sean productores de cocaína —Colombia, Perú y Bolivia—, de heroína —como México— o de tránsito (donde las ganancias son mayores). El hecho es que las pugnas más duras por controles de territorio —y las sanguinarias guerras de clanes o carteles como las de los Zetas, Sinaloa o los Caballeros Templarios— se dan por los espacios y redes de comercialización hacia EE UU en los países de tránsito (México, Guatemala y Honduras).

En segundo lugar, así como la mafia en la época de la prohibición dirigía su violencia contra la autoridad estatal que excepcionalmente combatía a la mafia, las escenas más violentas —con decenas de muertes simultáneas— son las del enfrentamiento entre pandillas (o bandas) por el control de territorios. Recién cuando las bandas pactaban ciertas reglas de distribución de espacios, o una derrotaba a la otra, se imponía la tranquilidad, como según algunos habría ocurrido en Ciudad Juárez luego que el cartel de Sinaloa venciera y casi desarticulara al de Juárez.

La penetración en la institucionalidad estatal es una de las características del crimen organizado que no ha sido inventada por las bandas latinoamericanas

En tercer lugar, la penetración en la institucionalidad estatal, una de las características esenciales del crimen organizado en práctica que no ha sido inventada por las bandas latinoamericanas. En EE UU permearon niveles tan altos como el Fiscal General, Harry Daugherty, el Secretario del Tesoro, Andrew W. Mellon, o el inmigrante irlandés Joseph Kennedy y su naciente fortuna. Algunos, como Daugherty, tuvieron que apartarse de su función por las investigaciones anticorrupción, pero en la historia real la mayoría fue digerida por el sistema y sobrevivió muy bien ya que el final feliz tuvo sus claroscuros.

En estos tiempos, la “guerra contra las drogas”, inventada por Nixon, fracasó y ha sido abandonada como política por la administración Obama, ensayándose poner el énfasis en programas de salud y con instrucciones a los fiscales federales de no enviar a prisión a consumidores o a micro comercializadores; en el 2014, por primera vez, disminuyó en EE UU la población carcelaria. Pasos en el gobierno central que se dan en paralelo a decisiones que van tomándose en varios Estados muy lejos de la ortodoxia previa.

Lo evidente es que en los treinta el problema central se resolvió, esencialmente con el paso decisivo de acabar con la prohibición; así le quitaron el agua al pez. Y en el plano de la seguridad, dieron resultados la especialización y la profesionalización en prácticas policiales y judiciales y, en especial, enfrentando a la corrupción. Experiencias a tomar en cuenta. No hay, sin embargo, “modelos”, pues la realidad tiene diferencias. Pero sí una experiencia a tener en cuenta que podría servir en la región para ajustes de rumbo pendientes.

Los países latinoamericanos podrían retomar un papel más dinámico procurando definir y articular políticas creativas y diferentes. El año que empieza es propicio, por los planteamientos que se tendrá que preparar para la sesión especial sobre drogas de la Asamblea General de la ONU del 2016. No debería ser otra oportunidad perdida.

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