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Tribuna
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El ébola de América Latina

La violencia es la gran epidemia regional

América Latina es una región de contrastes. En la última década, las naciones latinoamericanas, en su conjunto, experimentaron las mayores tasas de crecimiento desde los años sesenta y su participación en la economía global pasó de un 5% a un 8%. A su vez, entre 2002 y 2012, la pobreza disminuyó de un 44% a un 29%, el desempleo se redujo en un 35%, y la clase media se expandió desde un 22% hasta un 34% en el mismo período.

Pero al mismo tiempo que asistíamos a tan alentadores escenarios en lo económico y lo social, un potente virus se extendía por varios de estos países y sus graves síntomas llegaron a los principales titulares de medios de comunicación, locales y extranjeros. Las múltiples y complejas causas de la enfermedad desafiaron a los mejores académicos y expertos internacionales, quienes por muchos años han procurado diagnosticarla.

Presionados por la justificada ira e impaciencia popular ante los devastadores efectos del mal, algunos tomadores de decisión se apresuraron a recetar medidas que más bien postergaron la adecuada atención del problema, contribuyendo a su agravamiento. Es ésta una enfermedad que está devastando a la población de algunos países latinoamericanos, especialmente a la población más joven. Es una enfermedad que no se conforma con cobrar vidas humanas, también corroe los fundamentos mismos de la institucionalidad y pone en riesgo el pacto social fundamental.

En los últimos años se ha manifestado a través de la delincuencia común y organizada; en el pasado lo hizo de la mano de represión política

La violencia es la gran epidemia que ha venido golpeando a América Latina. Sus antecedentes hacen presumir que tiende a ser endémica en esta región. En los últimos años se ha manifestado a través de la delincuencia común y organizada; en el pasado lo hizo de la mano de represión política. Aunque la ola democrática que ha cubierto a prácticamente todas las naciones latinoamericanas parece haber enterrado por siempre el pasado de horror y persecución que las sacudió, aún resuenan en comisiones de investigación y salas de juicio los testimonios de víctimas y familiares de la violencia provocada por los despóticos regímenes militares que las gobernaron.

Varias décadas después de esa epidemia de violencia política, el virus de esta enfermedad ha mutado en violencia criminal. Esta última llegó a mostrar sus peores efectos en Colombia y Perú y hoy hace lo mismo en México y el norte de Centroamérica, aunque ningún país está exento de ella y la padecen en diferente escala. De acuerdo al PNUD entre 2000 y 2010 la tasa de homicidios de la región creció 11%, mientras que en la mayoría de las regiones del mundo descendió o se estabilizó.

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Durante este período se perdieron más de 1 millón de vidas humanas por causa de la violencia criminal, es decir, cerca de 100,000 muertes por año. Como si no fuese poco la pérdida de vidas humanas, la violencia se ensaña de manera particular en la población más joven –el más valioso activo de las naciones latinoamericanas-, para la cual el riesgo de ser víctima de un homicidio doloso es más del doble que para el resto de la población.

Otros efectos de la violencia criminal resultan igualmente devastadores en una multiplicidad de aspectos. Para sociedades con niveles de desarrollo bajo o medio, se distraen recursos en cantidades que en algunos países alcanzan hasta el 10% del PIB. Ciudades y naciones enteras experimentan drásticas caídas en el turismo o en los flujos de inversión, frenando el crecimiento y restando competitividad a sus economías. La desconfianza y el temor se apoderan de los ciudadanos, debilitando el capital social, una de las fortalezas del desarrollo latinoamericano. Como corolario, las instituciones públicas terminan siendo blanco de críticas y descontento y se incentivan respuestas fuera del marco de la ley, poniendo en riesgo los aún precarios procesos de consolidación de la democracia y del Estado de Derecho.

Entre 2000 y 2010 la tasa de homicidios de la región creció 11%, mientras que descendía en la mayoría de países del mundo

Sin embargo, pese a la gravedad del problema, más recientemente se observan avances en el debate público y en la naturaleza de las medidas que empiezan a tomar fuerza para enfrentar el mismo. Hoy, a la par de las escenas de despojo y dolor, se registran también experiencias exitosas que han logrado contener y revertir el avance de la violencia criminal mediante abordajes integrales y multidisciplinarios.

Hoy, ante las fallidas recetas del populismo represivo y las políticas de "mano dura", se fortalecen los enfoques centrados en la prevención y tratamiento de las causas de la violencia.

Hoy, frente a la aceptación sin más de la doctrina de la "guerra contra las drogas" que prevaleció en el pasado, se ha abierto un debate que aboga por escenarios alternativos para el manejo del fenómeno del narcotráfico, uno de los principales factores de violencia en la región. Vemos así, la posibilidad de que un abanico de políticas públicas pueda finalmente encontrar las claves para el tratamiento de esta grave epidemia.

Es por ello que, parafraseando a un poeta de mi tierra quien señaló que "nunca se pone más oscuro que cuando va a amanecer", algunos percibimos un rayo de luz destellando sobre el horizonte de despojo y dolor que hoy cubre a algunos países de la región. Es la luz que irradia la esperanza de ver por fin algunas respuestas que nos permitan contener, la epidemia que más vidas humanas ha cobrado en la historia de América Latina.

Laura Chinchilla Miranda fue presidenta de Costa Rica de 2010 a 2014 y vicepresidenta de 2006 a 2010.

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