Con los dioses de Yasukuni
Junto a Yasukuni, donde se veneran nada menos que 2.5 millones de dioses, hay unos magníficos jardines con los obligados cerezos, un teatro Noh, una cancha de sumo y un museo militar, donde se exhiben desde arcos de épocas remotas hasta aviones y tanques de la Segunda Guerra Mundial. Su entrada está guardada por un caballo, un pastor alemán y una paloma, unas esculturas en homenaje a los animales que murieron en combate.
En uno de los pabellones está la lista de los dioses, que en otras latitudes serían mártires o caídos. En un rincón hay un pequeño monumento, rotulado solo en japonés, que rinde homenaje a unos espíritus especiales, los miembros de la kempeitai, la policía secreta del Japón totalitario y equivalente de la gestapo. Yasukuni fue fundado por el emperador Meiji en 1872, primero en memoria de los muertos en los combates que se sucedieron en la época de apertura y modernización del país, y luego de las guerras de agresión protagonizadas por Japón.
La visita a Yasukuni remite al peso del pasado en el continente del futuro. Moon Chang-Keuk, primer ministro coreano recién nombrado, ha dimitido por unas declaraciones sobre hechos ocurridos hace más de 70 años. Dijo que la colonización de Corea desde 1910 hasta 1945 fue "voluntad de Dios". ¿Cómo ven los asiáticos su futuro?, se pregunta el think tank paneuropeo ECFR (European Center on Foreign Relations) en el seminario sobre Asia que ha organizado esta semana en Tokio. La respuesta que dan las noticias política de cada día, no las económicas, es muy sencilla: arrojándoselo unos a otros a la cabeza.
Todo crece en Asia: economía, consumo, población, presupuestos de defensa, arsenales militares o disputas por peñascos semisumergidos; y también el nacionalismo, obligadamente alimentado por los agravios históricos. El desplazamiento de poder que se ha producido en el mundo desde la cuenca atlántica a la del Pacífico también ha trasladado consigo la carga ominosa de las mismas pulsiones colectivas que atormentaron antaño a Europa, aunque la propia Europa responde al parecer con su propio ascenso populista y nacionalista, como si fuera su última reclamación sobre el poderío perdido.
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