_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La finta del siglo XXI

Occidente paga a disgusto y sin comprender nada del desarrollo del terrorismo islamista

Lluís Bassets

El siglo XXI nos ha hecho una finta que solo ahora empezamos a percibir. Empezó con la amenaza de un terrorismo que atacaría las grandes metrópolis y convertiría el tráfico de aviones, trenes y autobuses en objetivos bélicos. Acreditada la amenaza por los atentados de Nueva York del 11-S (2001), Occidente cambió sus sistemas de prevención y seguridad e incluso se propuso modificar sus criterios en cuestión de libertades y derechos individuales.

 De cara adentro, el limbo legal de Guantánamo abrió sus puertas, los servicios secretos secuestraron y torturaron, se pretendió dar carta legal al asesinato extrajudicial y a la confesión bajo coerción. De cara afuera, EE UU se implicó en dos guerras, una con cobertura de Naciones Unidas y otra sin ella, para cambiar los regímenes de Afganistán e Irak y construir allí una democracia de costes insoportables: los económicos, seis billones de dólares entre ambas, según algunas evaluaciones, contribuyeron dramáticamente a un endeudamiento insoportable; las pérdidas militares, 7.500 muertos, centenares de miles de heridos, dejaron al país exhausto y sin ganas de guerrear para muchos años; para no entrar en la difícil evaluación de los costes pagados por iraquíes y afganos: más de 130.000 víctimas civiles y la destrucción de ciudades, infraestructuras o de los equilibrios étnicos, religiosos y tribales que habían garantizado una cierta estabilidad.

Luego llegó la rectificación, total con la retirada de Irak ya completada y la muy próxima en Afganistán, y parcial en libertades y derechos: Guantánamo sigue abierto, los drones hacen ahora a distancia lo que antes se hacía con riesgos y costes políticos y los derechos individuales siguen sacrificándose, ahora al espionaje digital. Con un resultado que es bueno de cara adentro: apenas hay terrorismo en territorio occidental; pero malo de cara afuera, como demuestra la escalada yihadista estos días en tres puntos de la geografía tan alejados como Borno en Nigeria, Mosul en Irak o Karachi en Pakistán.

No hay coordinación ni conexión entre Boko Haram, el Estado Islámico de Irak y el Levante y los talibanes de Pakistán, los grupos responsables. Y poco tienen que ver el secuestro de 200 niñas, la ocupación de la segunda ciudad iraquí que es Mosul o el ataque al aeropuerto internacional de la capital financiera y comercial paquistaní que es Karachi. Pero todos tienen en su ADN el yihadismo de Al Qaeda y el objetivo de un califato donde se aplica la ley islámica o sharía a rajatabla y en su más primitiva y salvaje interpretación. También todos recogen la cosecha de sucesivos errores: primero la guerra global contra el terror y la democratización a cañonazos; y luego el desistimiento y la retirada precipitada. Y los frutos amargos de la primavera árabe: la guerra civil libia explica la fuerza de Boko Haram como la siria explica la de los yihadistas de Irak y el Levante.

No llegan terroristas, llegan refugiados aterrorizados. Es el final de la finta del siglo XXI que Occidente paga a disgusto y sin comprender nada.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_