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“Mendigué comida para mis hijos”

El campo de refugiados palestinos de Yarmuk vive en la miseria desde el inicio de la guerra siria

Dos mujeres aguardan la distribución de cajas con comida en el campo de refugiados palestinos de Yarmuk. / Natalia Sancha
Dos mujeres aguardan la distribución de cajas con comida en el campo de refugiados palestinos de Yarmuk. / Natalia Sancha

La semana pasada encadenó cuatro días consecutivos sin ningún tipo de suministros para los entre 18.000 y 25.000 refugiados, la mayoría palestinos, en el distrito de Yarmuk, al este de Damasco. El sábado, al fin, un grupo de siete mujeres salvó en fila india la plazuela arrasada que separa el primer puesto de control de los rebeldes sirios de la zona del barrio a la que tienen acceso las topas del régimen de Bachar el Asad. Obtuvieron las primeras de las alrededor de 500 cajas de ayudas que Naciones Unidas llevó en dos furgonetas a la gran explanada a la que se abren las estrechas calles de Yarmuk. Esta plaza, llamada “de la sandía”, es el último lugar aceptablemente seguro de los tiradores y de la artillería de uno y otro bando antes de entrar en las arrasadas calles del viejo distrito, tapadas con grandes lonas y sábanas para entorpecer las miras telescópicas de los fusiles de precisión. El reparto es unos quinientos metros barrio adentro, donde se recomienda el chaleco antibalas. Los refugiados carecen de él. No tienen ni pan.

Los habitantes del distrito han tenido que comer plantas silvestres para vivir

La primera del pequeño grupo de mujeres era Wafa. El vistoso pañuelo que le tapaba el pelo no le alegraba un semblante roto por las privaciones. Le quedan tres incisivos oscuros. Tiene dos hijos de menos de cinco años. Con ellos vive en Yarmuk separada de su marido, del que prefirió no hablar. Cuenta que hace menos de dos años entraron los rebeldes y comenzaron los combates. Los vecinos pensaron “que venían de paso y que se marcharían”, pero pronto se abrió un frente de combate en pleno barrio. Las tropas del régimen establecieron un tapón en las calles que salen a la Plaza de la Sandía para asegurar el centro de Damasco, unos ocho kilómetros al norte. En las callejas llenas de cascotes aparcan esqueletos de vehículos armados, de cuando el régimen parecía tambalearse ante los avances rebeldes.

Las dos artillerías han golpeado Yarmuk sin muchos miramientos. Dicen en ambos lados que los francotiradores del bando contrario apuntan a todo lo se mueva. De lo que no cabe duda es de quién ha bombardeado la zona desde el aire, porque los insurgentes no tienen aviación. La guerra civil siria empezó hace más de tres años y ya se ha cobrado más de 200.000 vidas y ha dejado sin casa a unos siete millones de sirios.

Ante la escandalosa situación humanitaria en la que estaban hundiendo a los refugiados de Yarmuk, el Gobierno y los rebeldes terminaron firmando un acuerdo para permitir las entregas periódicas de comida y otros bienes de primera necesidad. En las casas arrasadas y vacías cercanas al punto de reparto se mueven los francotiradores del Ejército Regular, el que da los permisos para la distribución. Hace pocos días murió un voluntario que descargaba cajas en la misma esquina donde las mujeres de Yarmuk hacían fila el sábado esperando sus ayudas. No le protegió la gran lona blanca con franjas negras que guarda el lugar, movida por el viento que barre las calles vacías.

Los civiles que quedan tienen casi todos ascendencia palestina. Se vieron atrapados. Wafa contaba el sábado entre sollozos que los refugiados pasaron su peor fase hace unos 10 meses. No tenían nada y se sabe que —como les sucedió a los 23 atrapados ente los frentes en la parte vieja de la ciudad norteña de Homs— muchos tuvieron que comer plantas silvestres y animales para poder sobrevivir. Wafa dijo, ya llorando, que ella se ha visto obligada a “mendigar comida o dinero”. “Lo que fuera para dar de comer a mis hijos”, contaba. Su apariencia es la de una mujer de unos 50 años castigada por una vida muy dura. Nació hace 31.

“Soy demasiado anciana para tanta pobreza”, se lamenta una mujer

En Yarmuk vivían entre 100.000 y 200.000 palestinos huidos o expulsados de sus casas durante las guerras que acompañaron a la fundación de Israel en 1948. El campo de refugiados era un vecindario con colegios, mezquitas y demás servicios públicos donde también viven miles de sirios. Se estableció al sur de Damasco en 1957. Después de que los rebeldes lo conquistaran en 2012, el que pudo se marchó en diversas evacuaciones. El resto no tiene adónde ir. Como aclaraba un oficial del ejército regular, “son los más pobres de los pobres”.

Detrás de Wafa en la cola de la comida, una palestina llamada Sauda lamentaba el sábado su suerte diciendo que es “demasiado anciana para tanta desgracia”. Otras trataban de reprimir el llanto, como Wafa y otra mujer que no dio su nombre y rompió a llorar de pronto. Llevaba en brazos a un niño con síndrome de Down. No parecía que lamentarse les diera más ventaja que —quizá— un poco de alivio; mientras desde las callejas del fondo, controladas por los rebeldes, llegaban los gritos de una algarada por el orden del siguiente grupo que obtendría ayuda.

La principal milicia rebelde en Yarmuk es el Frente de Al Nusra, asociado a Al Qaeda. Son islamistas suníes enfrentados a otras facciones insurgentes. En el lado al que accede el Gobierno está el Frente Popular para la Liberación de Palestina, cuyos líderes apoyaron a El Asad pero no pudieron contener la invasión rebelde.

Yarmuk es una buena muestra de la enrevesada lista de contendientes. En el Ejército Regular sirio dicen que las técnicas rebeldes de zapa de túneles son importadas de Hamás, grupo islamista palestino de la Franja de Gaza. Por su parte, El Asad cuenta —entre otros apoyos— con las milicias chiíes de Hezbolá, basadas en Líbano, con los palestinos del Frente Popular y con Irán. En medio, civiles como las 4.000 familias que sobreviven en la miseria de Yarmuk.

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