Los éxitos de un fracaso
Israel ha atravesado incólume todos los cambios geopolíticos de la región

Kerry ha fracasado. Y detrás de él, Obama. Todos los presidentes han tenido su fracaso en la negociación de la paz entre israelíes y palestinos. Incluso Clinton, que tuvo un éxito resonante con los acuerdos de Oslo (1993), fracasó luego al final de su presidencia en Camp David (2000) y quedaron abiertas de par en par las puertas del infierno. También fracasó Bush hijo, que arrinconó a Arafat junto a Bin Laden en su guerra global contra el terror, pero inventó la Hoja de Ruta para la creación del Estado palestino e intentó coronar su presidencia en Annapolis (2007) en una negociación también sin resultado.
Obama ha ido más lejos. Ha fracasado dos veces. Lo intentó al llegar a la Casa Blanca, con la imprudente aunque justa exigencia de congelar la construcción de nuevas viviendas en los territorios ocupados por Israel: hubo primero negociaciones indirectas y luego una sesión inicial en Washington en septiembre de 2010, pero las conversaciones propiamente dichas nunca empezaron. Ha repetido ahora, sin directa responsabilidad personal, con el fracaso de John Kerry, su secretario de Estado, en un plan de negociaciones directas que pretendía alcanzar el acuerdo definitivo en solo nueve meses. El plazo venció este 29 de abril sin que se haya obtenido resultado alguno, salvo algunas concesiones para fomentar la confianza mutua.
Lo normal de este tipo de negociaciones es que fracasen. Se diría que están hechas para dar rendimientos mientras se celebran sin que importe mucho si terminan conduciendo al final esperado. Todos saben que no llevan a ningún lado pero cada uno se espabila para ver qué saca. El rendimiento más directo se mide en unidades de tiempo. Durar es el primer objetivo de todo político. Desde este punto de vista las negociaciones ahora rotas han sido buenas tanto para Netanyahu como para Abbas, que han ganado tiempo; y malas para Obama y Kerry, que son quienes lo han perdido a espuertas. El israelí ha conseguido demorar las consecuencias del reconocimiento de Palestina en Naciones Unidas y el palestino prolongar su presidencia ya caducada y abrirse ahora a la recuperación de la unidad palestina para convocar elecciones y relegitimar sus instituciones.
La duración es siempre especialmente saludable para Israel, puesto que con el tiempo gana siempre territorio. Desde Oslo, Israel nunca ha cesado de avanzar en la construcción de viviendas en los territorios ocupados. Lo ha hecho como respuesta y represalia ante la Intifada y el terrorismo y lo ha hecho como actividad normal durante las negociaciones de paz. Es decir, en cualquiera de los casos. En esta ocasión ha construido 12.000 viviendas más. Pronto serán ya unos 600.000 los israelíes establecidos en los territorios conquistados en 1967, Jerusalén Este incluido.
Israel ha atravesado incólume un nuevo cambio geopolítico en la región sin realizar ni una sola concesión sustancial. Superó el final de la guerra fría en 1989, el sueño democrático que acompañó a la caída de los déspotas árabes en 2011 y ahora la decepción del regreso a la dictadura militar en Egipto y la persistencia de la guerra civil y sectaria en Siria. Su única concesión ha sido liberar un grupo de presos anteriores al proceso de Oslo. Es lo que han obtenido los palestinos. Israel se comprometió a soltar a 104, casi todos condenados por delitos de sangre, pero no ha querido liberar a los últimos 26 que quedaban. Es mucho si se considera la personalidad de los liberados. Pero poco en relación con la población palestina en las cárceles israelíes: casi 5.000 condenados y detenidos por delitos de intención política y 1.500 por residencia ilegal.
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