Le Pen derriba el dique republicano
La derecha se niega a retirar a sus candidatos para no beneficiar al PS
El frente republicano ya no existe. Durante más de 30 años, el partido de Jean-Marie Le Pen era considerado y tratado como un demonio apestado por sus adversarios. Ahora, la sana costumbre de que uno de los dos grandes partidos renuncie a presentar a sus candidatos en las triangulares de la segunda vuelta para que los electores levanten un muro votando por el aspirante “republicano” contra la extrema derecha ha pasado a mejor vida. De cara a la ronda decisiva de las municipales del domingo, Jean-François Copé, líder de la Unión por un Movimiento Popular (UMP), ha preferido mantener la táctica del “ni-ni”, y no retirará a sus candidatos: ni a favor del Partido Socialista ni a favor del FN.
Esta deriva de la UMP, iniciada en la época del declive de Sarkozy, pone en el mismo plano a la extrema derecha y a los socialistas, y contribuye a legitimar las ideas de Marine Le Pen, que ha conseguido así su primer objetivo: disfrazar la doctrina de extrema derecha, darle una capa de normalidad, y convertirse en una alternativa política tan presentable como otra cualquiera.
Hace diez años, tres de cada cuatro franceses pensaban que el Frente Nacional era un peligro para la democracia; hoy, la proporción ha bajado a uno de cada dos. La hija del fundador y presidenta del partido desde 2011, más inteligente y sibilina que su padre, es la gran artífice de ese cambio estético. Aunque de la pátina azul Marine todavía asoman grietas, y a menudo aparecen candidatos y votantes filonazis en sus filas, su gran éxito ha consistido en inocular cada vez más el virus en la sociedad y los partidos.
Al final de la campaña de las presidenciales de 2012, Sarkozy contribuyó a la “lepenización de los espíritus” al hacer suyas diversas ideas y proclamas xenófobas, eurohostiles y proteccionistas (Francia para los franceses, Made in France, las raíces cristianas de Francia...) del FN.
Pero ni siquiera el PS se ha librado del todo de esa tentación. Si Sarkozy recurrió a los desalojos de gitanos para luchar por su reelección, Manuel Valls, ministro del Interior, e incluso el presidente François Hollande no han dudado en hacer lo mismo para intentar ganar popularidad en los últimos meses. Los resultados parciales de las municipales parecen mostrar que, como solía decir Jean-Marie Le Pen, “la gente prefiere el original a la copia”.
Ahora, los socialistas intentan frenar la nueva ola lepenista aplicando en solitario la vieja estrategia del frente republicano, confiando quizá en que así podrán disimular errores, vacuidades y renuncias. El partido ha retirado a sus candidatos en varias ciudades para dejar que los candidatos de la UMP concurran en solitario ante los de la ultraderecha. Pero la táctica, no exenta de hipocresía y de deserciones, parece destinada al fracaso: muchos electores se resisten a votar a candidatos de la teórica derecha civilizada que tienen poco que envidiar al FN en xenofobia y populismo.
Los escándalos que sacuden a la UMP —y, en menor medida, al PS—; la hábil retórica antisistema de Le Pen, que acusa a los grandes partidos —a los que llama UMPS— de seguir políticas económicas idénticas; el giro neoliberal de Hollande, y la persistencia del paro y el estancamiento son otros factores que explican la progresión del FN. El austericidio impuesto por Berlín y Bruselas, y la rabia de los jóvenes y los que se sienten excluidos hace el resto.
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