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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Palestina se acerca a la nada

Israel ha convertido Cisjordania en un no lugar y ha llevado Gaza hasta la extenuación

A pesar del bombardeo mediático impulsado por John Kerry, empeñado en que dispone de la clave mágica para resolver definitivamente el conflicto israelo-palestino, ya no hay duda: Palestina se acerca inexorablemente a la nada. A la nada porque nada es ya lo que tienen los palestinos, tras casi 47 años de ocupación que han arruinado radicalmente sus posibilidades de disponer algún día de un territorio viable.

Uno tras otro, los gobiernos israelíes se han ocupado voraz y sistemáticamente de hacerse con los ansiados y limitados acuíferos existentes, de cortocircuitar la vida diaria de la población ocupada, de destruir sus escasos recursos naturales, de demoler sus viviendas, de crear una tupida red de asentamientos que convierte a Cisjordania en un no lugar y de asediar Gaza hasta la extenuación de sus 1,7 millones de prisioneros. Con menosprecio a las normas más elementales del derecho internacional, y aprovechando el permanente aval estadounidense, han traspasado los límites que imponen sus propios principios morales, sin que sirva como excusa la práctica de la violencia (incluyendo la terrorista) por parte de grupos palestinos. Israel se desmorona éticamente aupándose sobre sus víctimas, fragmentadas internamente y equivocadas cuando creen que la violencia les servirá para algo más que para aliviar la frustración que sienten con la ocupación, con sus propios líderes y con una comunidad internacional que mira para otro lado.

Y llegan también a la nada porque lo que Kerry lleva en su agenda no es el resultado de una negociación entre iguales, sino la imposición del fuerte al débil (con Washington cuidando de no pisar ninguna de las líneas rojas fijadas por Tel Aviv) con unas condiciones que, aunque supongan más que lo ningún gobierno israelí haya estado nunca dispuesto a aceptar, siguen quedando por debajo del mínimo que permita salvar la cara a unos gobernantes palestinos escasamente legitimados ante su propia población y, sobre todo, por debajo de lo que permite a un pueblo constituirse en Estado soberano. A la espera de más detalles, lo filtrado hasta ahora transmite la idea de que Israel podrá mantener todos sus privilegios actuales a costa de negarlos a un hipotético Estado palestino. Solo en una mala comedia alguien podría seguir llamando Estado a una entidad que estaría obligadamente desmilitarizada, sin contigüidad entre sus partes, sin espacio marítimo y aéreo propio, sin fronteras directas con Jordania y Egipto, sin el valle del Jordán, sin...

Aún así, un extremadamente debilitado Mahmud Abbas se muestra públicamente dispuesto a admitir dicha desmilitarización y hasta la presencia de soldados israelíes por un plazo de cinco años, así como el intercambio de territorio de Israel (nunca definido con precisión) por otro equivalente de Cisjordania convertido irremisiblemente en asentamientos (¿alguien puede creer que habrá colonos israelíes dispuestos a aceptar, como señala Netanhayu, quedarse bajo soberanía palestina?). Lo único que parece rechazar de plano es la aceptación de Israel como Estado judío (no se exigió algo similar a Egipto y a Jordania para firmar en su día la paz y dejaría a los árabes-israelíes aún más excluidos), al tiempo que apela a la OTAN para que tranquilice a Israel, desplegando sus efectivos como garantes de la seguridad (Israel siempre lo ha rechazado). Mientras que Jerusalén puede acabar compartiendo con Roma la condición de capital de dos Estados, es previsible que su permanente demanda sobre el derecho de retorno de los cinco millones de refugiados palestinos también quede definitivamente en nada, dado que su regreso cuestionaría de raíz la existencia de Israel como hogar nacional judío.

Este es precisamente —junto con el fin de la ocupación, el desmantelamiento del Muro y el reconocimiento pleno de derechos a los árabes-israelíes (un 20% de palestinos que viven en Israel, convertidos en ciudadanos de segunda categoría)— uno de los puntos centrales de la campaña BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) que unas 200 organizaciones civiles palestinas llevan impulsando desde 2005. Puntualmente de actualidad, gracias al revuelo ocasionado con una actriz hollywoodiense, la campaña es la última baza para intentar romper el guión establecido desde hace mucho tiempo. Considerada por Netanhayu como una amenaza estratégica (¿?), “inmoral e injustificada”, es una iniciativa que está sumando adeptos tan notorios como fondos de pensiones internacionales (incluso de Holanda), la Asociación de Estudios Americanos, científicos como Stephen Hawking, gobiernos (Sudáfrica congela la visita de ministros a Israel) y hasta judíos (sobre todo fuera de Israel). No es una campaña antisemita, sino una lucha no violenta contra la falsedad de una sociedad israelí que prefiere verse como liberal y democrática, en la que solo un pequeño grupo de colonos intransigentes se salta las reglas del juego. ¿Evitarán así los palestinos la nada que se les augura?

Jesús A. Núñez Villaverde – Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH)

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