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Un tiroteo en la mayor favela Río trae más dudas sobre la pacificación

A pesar de la disminución de la violencia, la estrategia de pacificación en comunidades, antes controladas por grupos criminales, comienza a presentar señales de desgaste

Rio de Janeiro -
Elizabeth Gomes, mujer del albañil desaparecido Amarildo de Souza, en protesta en la UPP de la Rocinha.
Elizabeth Gomes, mujer del albañil desaparecido Amarildo de Souza, en protesta en la UPP de la Rocinha.

Pese a la drástica caída de los índices de violencia en las favelas de Río de Janeiro que se benefician de Unidades de Policía Pacificadora (UPP), la estrategia de pacificación de comunidades antes controladas por grupos criminales comienza a presentar signos de cansancio. Son varias las favelas donde las unidades pacificadoras están sometidas a un alto grado de hostilidad por parte de la población local, como Rocinha, donde la desaparición el pasado julio del peón de albañil Amarildo de Souza ha generado una situación de tensión que evoca a los tiempos en que reinaba la ley de las pistolas.

Durante las últimas semanas los tiroteos en la favela enclavada entre algunos de los barrios más codiciados de Río (Leblon, São Conrado y Gavea) no han dado tregua a los vecinos. En Rocinha, cuya población local se calcula en más de 70.000 habitantes, se traba una guerra de baja intensidad, aunque no por ello menos preocupante, entre dos grupos del narco, que se disputan la venta de drogas, y policías militares. Según informaciones de la propia policía, en la comunidad actúan actualmente 90 narcotraficantes que controlan cien puntos de venta. El comercio de estupefacientes genera mensualmente alrededor de seis millones de reales (2,5 millones de dólares). En teoría, Rocinha debería vivir en paz desde la implantación, en septiembre de 2012, de la Unidad de Policía Pacificadora que tiene como uno de sus objetivos principales evitar que la violencia narco vuelva a extenderse por el territorio.

“Por mucho que se diga que ciertas favelas están pacificadas, no es así. Un lugar donde generacionalmente mucha gente ha estado involucrada en el narcotráfico, ya sea directa o indirectamente, no puede abandonar este medio de vida de la noche a la mañana. Y no hay que perder de vista que el objetivo de la pacificación no es acabar con el narcotráfico, sino con la violencia que este venía generando en las favelas de Río”, admite una fuente de la Secretaría de Seguridad Pública del Gobierno de Río.

A los frecuentes testimonios de vecinos de Rocinha que denuncian abusos de autoridad y agresiones por parte de los agentes pacificadores, se sumó el pasado julio la desaparición de Amarildo de Souza, el peón de albañil local convertido en el icono de las protestas contra la violencia policial en Río. Amarildo fue detenido por un grupo de agentes pacificadores y nunca más se supo de su paradero. Con el tiempo, las investigaciones fueron desvelando que, casi con toda seguridad, Amarildo fue torturado hasta la muerte en la base de operaciones de la UPP, algo que desencadenó una ola de indignación social y la detención de varios policías, entre ellos el mayor Edson Santos, comandante del contingente.

“Esto explica en buena medida la situación en la que nos encontramos ahora. Tanta presión mediática y social contra la UPP nos ha llevado a un periodo en el que se nota una caída en la actuación de los agentes para calmar los ánimos de la población. Y este es el espacio que justamente estaban esperando los bandidos para volver a las andadas. Si quiere recuperar el terreno perdido, ahora la policía no tiene otra alternativa que volver a entrar en la comunidad con dureza”, opina un vecino de Roupa Suja, una de las zonas de la enorme favela donde se localizan los enfrentamientos, que pide el anonimato.

Los tiroteos son diarios en Rocinha, aunque a veces no se sabe con total seguridad si los protagonizan las dos facciones que se disputan la zona más alta de la favela o los agentes de la Policía Militar que se enfrentan cuerpo a cuerpo a los narcos en los angostos callejones de la comunidad. Los choques a veces duran horas, provocando heridos de bala y recreando escenas de pavor que hacía años que no se vivían en la favela. La UPP de Rocinha cuenta con 700 efectivos para patrullar un territorio de más de 887.000 metros cuadrados. Bajo una fuerte presión local, 70 agentes han solicitado su baja de la Unidad. La situación ha ido aumentado de voltaje hasta el punto de que Policías de élite del Batallón de Choque ya están haciendo incursiones en las áreas en conflicto.

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“El modelo de las UPP, tal y como lo hemos conocido, está agotado. El efecto positivo de los primeros años ya se ha diluido y ha llegado la hora de tomar nuevas decisiones que impidan una vuelta atrás en las conquistas realizadas”, comenta el sociólogo especialista en violencia, Ignacio Cano. No pocos entendidos en la materia alertan desde hace años de la dificultad de pacificar una favela como Rocinha, cuya extensión requiere de enormes esfuerzos y medios para mantener el control del territorio. No obstante, esta comunidad es el espejo de tantas otras menos visibles, como las favelas que integran el Complexo do Alemão, en la zona norte, donde la estrategia de pacificación también presenta preocupantes lagunas.

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